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– Erecciones incontrolables.

– ¡Oh! -exclamó ella. Se sonrojó y no puedo evitar mirar directamente al punto indicado.

– Eso lo empeorará aún más -musitó él.

Danielle se llevó las manos a las mejillas, que le ardían, y se dio la vuelta.

Nick estaba al lado de Danielle en el estudio oscuro y sabía que se hallaba en apuros. Lo que no sabía era cómo había llegado hasta allí.

Se la llevaba a casa consigo porque lo necesitaba.

De acuerdo, no solo eso. También era porque él no quería dejarla salir así de su vida, como si no hubiera ocurrido nada.

Y no había ocurrido nada.

A menos que contara el modo en que le daba un vuelco el corazón al verla. Quizá si no la miraba…

Miró a Sadie.

– Parece tener calor -dijo, observando cómo jadeaba la perra.

– Necesita agua.

– Se la daremos antes de salir -volvió a la oficina, abrió el cuarto oscuro y sacó una papelera. Él estaba habituado a la oscuridad de allí, pero Danielle no, y chocó contra su pecho.

– ¡Oh! -exclamó; colocó la palma sobre el corazón de él.

A Nick se le aceleró el pulso. Había soñado con ella durante sus años de adolescente impresionable, pero aquello era ridículo.

– Espera aquí -se alejó de ella, llenó la papelera de agua fría en el lavabo y la depositó en el suelo.

Sadie se metió entre ellos en busca del agua. No se anduvo con contemplaciones. Introdujo la cabeza entera y empezó a beber, salpicando agua al suelo, a los zapatos de él y a todas partes.

Después levantó la cabeza, lo miró a los ojos y lanzó un ladrido vibrante que casi le perforó los tímpanos.

– Te da las gracias.

Nick miró a la perra, que tenía agua por toda la cara, y le caía en dos chorros a cada lado de la boca. Pensó en el lío que había en el suelo y en lo que dirían sus hermanas. Pensó en que tendría que ponerse a cuatro patas y frotar. Suspiró.

– De nada.

Iría a limpiar al día siguiente. Cuando su vida recuperara la normalidad y volviera a estar de vacaciones, sin ningún tipo de preocupaciones.

Entonces le llegó el aroma femenino de Danielle… e inhaló profundamente, al tiempo que deseaba enterrar el rostro en su pelo.

– Vámonos -gruñó.

Estaban en los escalones de fuera cuando oyó el coche que paraba. Danielle, a su lado, se puso tensa. Y lo mismo hizo Sadie.

Nick miró la calle y se puso rígido a su vez. ¡Maldición! Había olvidado algo que unas horas atrás le parecía importante.

Su cita con… ¿Muff? ¿Missy? No podía recordar su nombre. Se habían conocido en un bar dos noches atrás y había mucho ruido.

Habían acordado verse allí a las seis. No podía ser ya esa hora. ¿O sí? Una mirada al reloj le ayudó a comprobar que sí lo era.

– ¡Yuju! -lo saludo la mujer desde el coche, mientras aparcaba en doble fila. Entonces Missy… Muffy… No, Molly. Molly abrió la puerta del conductor, con su melena rubia rizada cayendo en cascadas sobre la espalda y su minúsculo vestido dorado brillando al sol. Sacó unas piernas larguísimas, y unos pechos redondos y llenos se agitaron mientras corría hacia él, sonriendo con aquella boca amplia y pintada que Nick había considerado sexy solo unas noches atrás.

Ahora, aunque le pareciera cruel pensar así, parecía un juguete, y no podía imaginar en qué estaba pensando cuando la invitó a salir. O quizá lo hizo precisamente porque no pensaba. Después de todo, no tenían nada en común, nada de lo que hablar. Ella no era como…

Danielle.

– Hola -los saludó Molly, acercándose. Miró a Danielle con curiosidad, pero sin ningún antagonismo, seguramente pensando que era demasiado reservada y nada deslumbrante para el gusto de Nick.

No podría haberse equivocado más. Para Nick, la expresión suave de Danielle, sus hermosos ojos sin pintar y su ropa discreta formaban una combinación más deseable de lo que podía imaginar.

– Molly -se acercó a ella, tratando de alejarla-. Lo siento -comentó. Le tendió la mano para evitar…

No, no evitó nada. Molly tiró de él hacia sí y le dio un abrazo que lo dejó bañado en perfume y seguramente con los labios llenos de carmín.

Por encima del hombro de ella, vio a Danielle, que se esforzaba por fingir que aquello no le importaba nada, pero en sus ojos había un dolor que encontró eco en el interior de él.

– Ya verás cuando veas lo que llevo debajo del vestido -le susurró Molly al oído.

Nick se apartó, sintiéndose estúpido e incómodo.

– Lo siento -repitió. La miró a los ojos y vio que empezaban a parecer desilusionados-, pero…

– Vas a anular la cita -suspiró Molly-. ¿Es el pelo? -Tocó sus rizos-. Demasiado libre, ¿eh? O quizá las uñas -extendió las manos para mostrar las uñas azul metálico con letras blancas que formaban palabras que describían puntos erógenos de la anatomía humana.

– No tiene nada que ver con eso. Estás… -ah, qué diablos. Aquello no se le daba bien-. Molly, ha venido una amiga mía y necesita ayuda y…

– Oh, comprendo -miró de nuevo a la silenciosa Danielle y sonrió-. ¿Lo cambiamos a otro día?

Nick miró su expresión esperanzada, cruzó los dedos y asintió.

– Otro día.

– De acuerdo -se inclinó, ofreciéndole una vista clara de sus generosos pechos, y lo besó una última vez-. Hasta pronto -susurró con una voz rica en promesas-. Adiós.

Nick esperó a que subiera al coche y se alejara antes de volverse a Danielle.

– Ah… ¿quieres seguirme? ¿O vamos en mi coche y ya volveremos a buscar el tuyo?

La sonrisa de ella era arisca; su voz, decididamente fría.

– Prefiero seguirte -sacó las llaves sin mirarlo-. No pretendía alterar tus planes para esta noche…

– Danielle, lo siento. Había olvidado…

La joven se volvió hacia él.

– Mira, acabemos con esto, ¿de acuerdo? Cuanto antes, mejor. Y así puedes irte con tu… novia -intentó alejarse, pero él no la dejó.

– No es mi novia.

– Lo que sea.

Dejó de intentar alejarse y lo miró fijamente.

– Ese tono de pintalabios no te sienta muy bien -pasó a su lado y se alejó malhumorada.

Ted Blackstone no podía creer que lo hubiera dejado. Danielle Douglass, la mujer a la que consideraba perfecta para él, un complemento para el resto de su vida, lo había dejado.

Nunca antes lo había plantado nadie.

Había crecido en una casa de padres poderosos e influyentes, y aunque no pasaba mucho tiempo en su compañía, ya que estaban muy ocupados ganando dinero, siempre había disfrutado de los frutos de su éxito.

Más tarde, como inversor financiero, se acostumbró a tener el mundo a sus pies. Una casa fabulosa, un buen coche, cuenta corriente bien surtida… pero aun así, siempre se había sentido… solo.

Hasta que llegó Danielle.

Ella lo miraba con adoración. Su mundo era el de ella, y él amaba eso… y a ella.

Cuando la incorporó a su vida, se sintió al fin satisfecho. En paz. Lo tenía todo, incluso una perra que ganaba campeonatos, lo cual aumentaba su gloria.

Y él amaba la gloria.

Oh, sí, todo aquello estaba muy bien. Pero luego cometió algunos errores en la Bolsa. Se vio obligado a recurrir a sus fondos personales y después, desesperado, siguió recurriendo cada vez más. Su cuenta corriente bajó mucho de repente y su casa y su coche corrían peligro.

Y para colmo de desgracias, Danielle, su adorada Danielle, lo había dejado llevándose a su perra campeona, la única inversión que le quedaba que valía algo. Y él quería recuperarlo todo.

Especialmente a Danielle. Y Ted Blackstone siempre conseguía lo que quería.

Capítulo Siete

Danielle siguió a Nick en su coche prestado, dudando de sí misma durante todo el camino. No sabía adonde iban, solo que no iban a salir de Providence. No sabía casi nada del hombre en el que había acabado por confiar. Otra vez.