– ¿De verdad tenías… fantasías sexuales conmigo?
– Hmmmm -se lamió de nuevo el pulgar; cerró los ojos con el gesto de una criatura sensual y apasionada que disfrutara de todas las sensaciones posibles-. Y eran unas fantasías estupendas -susurró, con voz ronca-. ¿Te he dicho que tenía mucha imaginación?
Su mirada, ahora ardiente, recorrió la figura de ella de la cabeza a los pies y volvió a subir.
– Y ni siquiera en mis sueños más atrevidos llegué a acercarme nunca a lo que en realidad eres.
Le sirvió un tazón de sopa, puso un sándwich en un plato y añadió media bolsa de patatas fritas.
– Que lo disfrutes -dijo con ligereza, empujándola con gentileza hacia un taburete situado ante la encimera.
Volvió a la tabla de cortar y cortó pavo y queso. Lo depositó en un tazón y miró a Sadie.
– Cuidado con mis dedos -le advirtió, dejándolo en el suelo.
Sadie cargó contra el tazón y Nick estuvo a punto de caer hacia atrás al intentar apartarse.
En otro momento, Danielle se habría reído, pero… él le había dado de comer a su perra. Sin que le dijera nada. Por propia voluntad.
– ¡Santo cielo! -exclamó él, mirando todavía a la perra.
Sadie movía la cola y tragó todo lo del tazón en menos de dos segundos.
– Le gusta comer -susurró la joven, con un nudo en la garganta.
– ¡Estaba muerta de hambre! -exclamó él, horrorizado.
– No, siempre come así.
Nick siguió mirándola, apartándose con cautela del alcance de la cola oscilante, pensando quizá que era una cola que podía partir a un hombre en dos.
– ¡Vaya!
Danielle se llevó el sándwich a la boca y casi gimió al dar el primer bocado. Tragó saliva con fuerza al ver que la miraba, porque había algo en su modo de contemplarla que la ponía nerviosa y la excitaba sexualmente al mismo tiempo.
– Nick…
– ¿Sí?
– Gracias.
Él apartó la vista para tomar su sándwich y ella aprovechó la ocasión para observarlo a gusto. No porque fuera tan guapo que la dejaba sin aliento, que lo era, y no porque lo deseara tanto que le dolía, cosa que también era cierta, sino porque había algo…
Le resultaba incómodo que le diera las gracias.
Nick devoró su sándwich y le mostró el carrete.
– Voy a empezar con esto.
– Sí, pero…
– Hace mucho que convertí el tercer baño en un laboratorio. Si me necesitas, estoy en el pasillo a la izquierda.
– Nick…
– No digas nada.
No quería que le diera las gracias. Muy bien. Pero entonces tenía que dejar de ponerla en deuda con él. Y eso solo ocurriría cuando se marchara.
Volvería a estar sola. Volvería al cansancio y el miedo. Se iría cuanto antes.
Se iría, sobre todo, porque una parte inexplicable de ella no quería hacerlo.
Cuando Nick salió del laboratorio, todo estaba en silencio. Demasiado silencio para haber un perro tan grande en la casa. Entró con curiosidad en la cocina a través de la sala de estar.
Estaba vacía.
Se fijó en que también estaba limpia. Danielle lo había recogido todo, incluido el tazón que había usado Sadie.
El corazón la latió con fuerza. Volvió a la sala de estar. Si se había marchado…
Se detuvo delante del sofá, que no había mirado al entrar, y suspiró con fuerza. Luego, se agachó a observar el rostro de Danielle.
Tenía los ojos cerrados y sus pestañas largas y oscuras descansaban en una piel tan pálida que casi resultaba translúcida. El pelo le caía en cascadas sobre unos hombros que parecían demasiado delgados y vulnerables para cargar con tantas preocupaciones. Suspiró en sueños y el suspiro fue más bien un quejido.
– Shhh -susurró él, y ella se relajó ante el sonido de su voz.
El corazón le dio un vuelco. Sus dedos se acercaron, casi por voluntad propia, a apartarle el pelo de la cara.
Un gruñido sordo lo detuvo.
– Sí, sí -murmuró, sin molestarse en mirar a la perra que yacía a sus pies-. Lo sé. Es tuya.
– No soy de nadie -Danielle abrió los ojos, aunque no movió ninguna otra parte del cuerpo-. No estaba durmiendo -dijo a la defensiva.
– Claro que no -repuso él, sentado todavía en los talones, con el rostro a pocos centímetros del de ella-. Porque eso descansaría tu cuerpo, lo cual, por cierto, es algo que necesita desesperadamente.
– ¿Has revelado el carrete?
– Si te digo que sí, ¿te irás?
– Tengo que irme.
– Ajá.
La mujer se sentó y se apartó el pelo del rostro.
– Ese ajá está cargado de cosas.
– ¿Qué cosas?
– Ajá que no has descansado. Ajá que necesitas un plan y ajá que no creo que estés afrontando todo esto de manera inteligente.
Nick sonrió. La joven se movió y sus rodillas se rozaron. El hombre imaginó sus piernas suaves y sedosas al lado de las de él, más bronceadas.
– Has oído muchas cosas en ese «ajá» -puso una mano sobre las de ella-. Quédate esta noche, Danielle. Duerme en mi cama -vio que ella entrecerraba los ojos-. Sola -añadió-. Duerme lo que necesites, come bien y se te aclarará mucho la cabeza.
– ¿Y qué pasa con tu cita?
– Ya me has oído anularla.
– Sí. Lo siento.
– Es curioso -la observó con atención-. No pareces sentirlo. Pareces cansada, y quizá un poco rara…
– Vaya, gracias.
– Pero no pareces sentirlo lo más mínimo.
– Bueno, no vayas a creer que estaba celosa o nada de eso -levantó la nariz en el aire-. Lo que hagas con tu tiempo es cosa tuya.
– Desde luego.
Nick reprimió una sonrisa y tendió una mano; le tocó el brazo con el pulgar, jugando con la tela de su camisa a la altura del hombro y luego más abajo, tocando más piel. Oh, sí, le gustaba su piel y el modo en que se le entrecortaba el aliento. Le gustaba mucho.
– Podrías estar divirtiéndote mucho ahora -musitó ella, algo temblorosa-. Seguro que esa chica habría… bueno…
– Quizá yo no quería que… bueno… -repuso él, con burla-. No con ella.
– Cualquier hombre con sangre en las venas habría querido.
– Yo no. Quédate, Danielle.
Los ojos de ella, grandes y analíticos, se posaron en los suyos.
– Tendré que irme de aquí mañana por la mañana.
– Sí -el hombre se puso en pie y tiró de ella. Danielle se tambaleó un poco y él la sujetó. Ella se dejó caer contra él.
La estrechó con fuerza, y sorprendentemente, ella se dejó, e incluso se apoyó un momento en él.
Después se apartó, se pasó una mano por el pelo con ademán avergonzado y evitó su mirada.
– Por aquí -la llevó por el pasillo hasta el cuarto de baño-. Tómate una ducha si quieres.
Parecía tan agradecida y ansiosa por hacerlo que casi le dolía mirarla.
– Y después…
Abrió la puerta de su dormitorio e hizo una mueca porque no había hecho la cama ni recogido la ropa del día anterior, que estaba esparcida por el suelo. Metió la que pudo con el pie debajo de la cama, subió la sábana y la manta y la sorprendió sonriendo.
– ¿Qué?
– Veo que no pensabas traer a tu cita aquí.
– Por supuesto que no.
Molly había ofrecido su casa. Pero, de todos modos, no le habría importado. Nunca sentía la necesidad de cambiar nada sobre sí mismo o sobre su casa por los demás.
Aunque no se le escapó que, de haber sabido que Danielle iba a dormir en su habitación, definitivamente la habría limpiado.
La joven se echó a reír y Nick, que sabía que la risa iba claramente dirigida a él, puso los brazos en jarras.
– ¿Qué es lo que te hace gracia ahora?
– Es que os había imaginado a los dos…
– ¿Nos has imaginado?
Danielle se sonrojó un poco.
– ¡Ella es tan guapa! ¡Y con ese vestido! Pensé que…
– ¿La traería aquí y la poseería?