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– Sí -se encogió de hombros y apartó la mirada-. Sí. Exacto.

¿Se había imaginado aquello? Pues debía haber sido una imagen muy explícita a juzgar por el color de sus mejillas. Aun así, Nick tenía que admitir que era justamente lo que habría hecho de no haber estado Danielle presente.

Pero estaba, y ahora él no podía imaginarse con Molly, lo cual le preocupaba.

– Toma -sacó unos pantalones de chándal y una camiseta de un cajón-. Si necesitas ropa limpia para dormir.

La mujer abrazó la ropa contra su pecho y lo miró con aquellos ojos grises en los que él se habría sumergido alegremente quince años atrás.

Pero ahora era mayor. Más sabio. No debería dejarse afectar tan fácilmente.

Pero no podía evitarlo.

– Buenas noches -gruñó, pasando a su lado.

Cuando llegó a la puerta, ella lo llamó por su nombre.

No quería mirar atrás y necesitaba desesperadamente escapar, así que puso la mano en el dintel de mala gana y se detuvo. Se volvió despacio.

– ¿Sí?

– No quiero robarte la cama. Por favor, Nick, el sofá es más que suficiente.

Tenía la misma mirada que la noche de la graduación. Una mirada sorprendida por que él la tratara bien. ¿Tan poca gente lo había hecho? Sintió un nudo en la garganta.

– Quédate la cama.

– Nick…

– Quédate la cama -repitió él. Y cerró la puerta.

A continuación hizo lo que hacía siempre que necesitaba aclarar sus pensamientos. Salió a correr largo rato.

Capítulo Ocho

Cuando Nick regresó, la casa estaba en silencio. La puerta de su cuarto estaba cerrada, y como no había ni rastro de la perra, supuso que estaba con Danielle y que ambas se hallaban durmiendo.

Mejor. Tenía calor, estaba sudoroso y agradablemente cansado de la carrera. Si podía ducharse y quedarse dormido sin pensar demasiado, mejor para todos.

Se duchó y se dejó caer boca abajo en el sofá. Se puso tan cómodo como le fue posible y cerró los ojos.

Y se vio en el acto invadido por inquietantes pensamientos.

Danielle estaba en su cama, con su ropa. ¿Estaría acurrucada bajo la sábana… o estirada ocupando toda la cama?

Suponía que, mientras Sadie estuviera en el suelo, eso daría igual, pero no podía apartar la imagen de Danielle entre sus sábanas. Las piernas desnudas, quizá un hombro cremoso asomando por la camiseta. Sin sujetador, con los pechos oscilando libremente a cada movimiento, los pezones duros y erectos apretados contra la tela.

Ah, vamos. Esa imagen no le ayudaría nada a dormir. Se giró con un suspiro y examinó el techo. Iba a ser una noche muy larga.

– ¿Nick? -La mujer de sus sueños se materializó a su lado-. No puedo dormir -susurró. Se arrodilló al lado de su hombro.

Como Nick había descubierto ya, su presencia real era mucho más potente que ninguna fantasía. Llevaba su pantalón de chándal, pero como le quedaba grande, la cinturilla colgaba baja en las caderas. Se había hecho un nudo en la camiseta encima del ombligo, de modo que quedaba un hueco entre la camiseta y los pantalones, que dejaba unos doce centímetros de piel desnuda y sedosa.

Justo delante de la boca de él.

– Quiero darte las gracias de nuevo -susurró ella.

El hombre forzó la vista hacia arriba, más allá de las curvas de sus pechos, de la garganta esbelta.

– ¿Darme las gracias?

– Gracias a ti, puedo bajar la guardia aunque solo sea por esta noche. Me has acogido sin decirme lo tonta que he sido por llegar a esta situación.

– No creo que seas tonta.

– Gracias también por eso -dijo ella con suavidad-. Me has dado comida y alojamiento y… -se le quebró la voz.

Lo miró con ojos húmedos y le dedicó una sonrisa acuosa.

– Nick…

Este quería decirle que no pronunciara su nombre de aquel modo, de aquel modo callado y cálido que atravesaba todas sus capas protectoras. Tenía muchas capas de esas, las había construido para un chico joven y tímido, y siguió fabricándolas en sus viajes por el mundo para evitar que lo que veía y de lo que informaba lo afectara demasiado. Capas para que ninguna persona pudiera apoderarse de su corazón.

– Me iré por la mañana -dijo ella con suavidad, en aquella voz que le recordaba que tenían un pasado por tenue que fuera-. Pero quiero lo que debimos tener hace tantos años. Quiero esta noche contigo. Haz el amor conmigo, Nick, por favor.

Danielle esperó su respuesta conteniendo el aliento. Ted siempre odiaba que hiciera ella el primer movimiento, y eso era justamente lo que acababa de hacer.

¿Sería un error?

Estar tumbada en la cama, sola, preocupándose y obsesionándose no le había hecho ningún bien. Lo único que había ayudado había sido pensar en Nick. Había estado a su lado como nadie y quería darle algo a cambio.

Pero querer que hiciera el amor con ella no era completamente altruista. Después de todo, le daba un vuelco el corazón solo con que la mirara. Quería darle algo más que gratitud y quería darse a sí misma una muestra de lo que debería haberse permitido tantos años atrás. Quería que la abrazara, perderse en una pasión que le hiciera perder el sentido.

Y cuando todo acabara, cuando la noche diera paso al amanecer, se levantaría y se marcharía, llevándose aquel recuerdo para siempre.

– ¿Por favor? -susurró, tirando de la manta ligera que él se había echado por encima.

Su cuerpo era hermoso debajo de la manta. Largo y musculoso, mostrando toda la fuerza de un hombre que lo ejercitaba a menudo. Por desgracia, no estaba completamente desnudo. Llevaba unos calzoncillos grises que se pegaban a sus muslos y a… otras partes interesantes.

La joven no podía apartar la vista.

– Danielle.

Nick le tocó la mandíbula y ella lo miró a los ojos y la sobresaltó tanto lo que vio en ellos, que cerró los suyos y volvió la cara hacia su mano.

Pero quería más, mucho más. Y él podía dárselo. El representaba calor y fuerza y el final de la soledad, aunque fuera solo por una noche. Y ella pasó los dedos por el asomo de barba que aparecía en su mandíbula, por la boca que quería sentir en la suya.

– Nick… hazme el amor.

– Estás confundiendo el consuelo con sexo -dijo él en un susurro ronco-. Te lo dice alguien que lo ha hecho tan a menudo como para saberlo. No puedo dejarte…

– Nick…

Vio que sus ojos se oscurecían al oír su nombre y lo susurró otra vez. Y otra, cuando la mano de él bajó por su cuello hasta el hombro y siguió bajando por el brazo hasta los dedos, que entrelazó con los suyos.

Aquel gesto romántico y dulce hizo que algo se estremeciera en su interior y se dijo que era deseo, no algo más. No algún tipo de conexión sentimental.

– Debería ser más -dijo él, leyéndole la mente.

Tal vez, pero no era posible. Podía permitirse eso y solo eso. Una noche con él sin pensar en nada más.

Sintiéndose atrevida, se sentó en los talones y se quitó la camiseta por la cabeza.

Nick contuvo el aliento. Abrió la boca y volvió a cerrarla con un respingo.

– Danielle -dijo con voz ronca.

Nunca en su vida se había sentido tan desinhibida, pero también algo más. Traviesa y osada y… libre. Libre por primera vez en muchísimo tiempo.

Se puso en pie y tiró del cordón de los pantalones que le había prestado él. Después, los bajó despacio por las caderas y se quedó en bragas.

Nick, que tenía la vista clavada en su cuerpo, tragó saliva con fuerza.

– Danielle.

– Por favor, no me rechaces.

Se sentó al lado de la cadera de él, con el corazón en la garganta porque necesitaba aquello, lo necesitaba a él más de lo que necesitaba seguir respirando.

Él lanzó un gemido y extendió la mano hacia ella, acercándola a su cuerpo. Su aliento rozaba la sien y el pelo de ella, mientras sus manos se apoderaban de su cuerpo, convirtiendo el anhelo profundo de ella en necesidad ciega y primitiva.