– ¡Eh!
Sonrió con aire sombrío y mostró la pantallita a Danielle.
– ¿Reconoces este número?
La joven lo miró y palideció.
– Es el de Ted -se volvió hacia Emma-. ¿Acabas de llamar a Ted?
Emma la miró con preocupación.
– No te enfades conmigo, me ha dicho lo mucho que lo quieres y que esto es un malentendido. Él también te quiere de verdad, Danielle. Está destrozado por esta separación. Cuando vino a buscarte, me suplicó que lo llamara en el momento en que supiera algo, por eso lo he hecho. Solo quiere verte, hablar contigo.
– ¿Le has dicho dónde estaba aunque te pedí que me guardaras el secreto?
Emma tendió la mano hacia ella.
– Danielle…
– Yo confiaba en ti. ¡Dios mío! -soltó una risita amarga y retrocedió-. ¿Cuándo voy a aprender? -Señaló el coche de Emma-. Ya puedes irte.
– Danielle, escucha. Somos amigas.
– ¿Amigas? ¿Es una broma? Sadie…
– No es el perro lo que me preocupa -dijo Emma, implorante-. Ted dice que solo quiere recuperarte…
– ¿Recuperarme? -Danielle casi se mordió la lengua-. Si quiere recuperarme, Emma, ¿por qué ha llamado a la policía?
– Bueno…
– Dime que no le has dicho adonde pensabas llevarme.
– No, aún no.
– No se lo digas. Si te importo algo, no se…
– Claro que me importas.
– Pues no se lo digas.
– Danielle…
– Por favor, vete.
– Pero…
– Vete, Emma.
Nick observó a Danielle ver alejarse a su supuesta amiga. Vio que tenía los hombros levemente hundidos. La vio frotarse las sienes con ademán derrotado y exhausto.
En cualquier momento, recuperaría el aliento, enderezaría los hombros y le lanzaría una mirada fría antes de decirle que ella también tenía que irse.
Antes de que tuviera tiempo de hacerlo, le tomó la mano y la correa de Sadie.
– Nos vamos de aquí.
– ¿Qué? -Danielle le lanzó la mirada fría que él estaba esperando-. No nos vamos juntos.
– Ahora sí.
Capítulo Diez
Danielle estaba lo bastante alterada como para dejarle el control a Nick. Lo bastante para mirarlo mientras él anulaba todo rastro de su presencia allí, razón por la que incluso metió las sábanas en la lavadora.
Midió la cantidad de detergente que quería poner y tiró también la basura, que incluía, como ella bien sabía, tres preservativos. Solo vaciló cuando se acercó a los excrementos que había dejado Sadie en el jardín delantero. Pero buscó una pala y dispuso también de ellos, aunque lanzó a la perra varias miradas sombrías que el animal devolvió libre y abiertamente.
Después, metió una bolsa de viaje en el maletero de su coche y salieron de allí. Sadie había entrado en el vehículo dócilmente, seguramente porque Danielle ya estaba allí, pero lanzó un ladrido cuando se pusieron en marcha.
Danielle sentía deseos de hacer lo mismo.
Veinte minutos después, Nick paró delante de un hotel. Apagó el motor y se volvió hacia la joven. Le tomó la mano y la observó con atención.
– ¿Estás bien?
– De maravilla.
– Supongo que eso quiere decir que no.
Danielle cerró los ojos.
– Me cuesta creer que haya sido tan estúpida. Me había metido yo sola en una trampa.
– No has sido estúpida. Simplemente confiabas en ella.
– Sigo olvidando que no se puede confiar.
Nick le introdujo los dedos en el pelo para masajearle la parte trasera del cuello, hasta que ella lo miró.
– En mí puedes confiar.
– Yo… -vio la expresión de fiereza de él y decidió reprimir su negativa-. No quiero confiar en nadie -susurró.
– Lo sé -repuso él, y la apretó lentamente contra él.
Le produjo una sensación sólida y cálida, y ella se dejó abrazar por un momento. Y luego, de pronto, encontró las fuerzas que tanto necesitaba y se apartó.
– ¿Qué hacemos aquí?
– Tomaremos una habitación y luego buscaremos a tu Donald y comprobaremos que es de fiar antes de hablar con él.
– ¿Una habitación? -Volvió el rostro hacia el hotel-. ¿Aquí?
– No podemos quedarnos en mi casa.
– Juntos no. Pero tú sí puedes.
Nick esperó a que lo mirara con rostro casi inexpresivo, pero ella lo conocía ya mejor y no se le pasó por alto su determinación.
– No pienso dejarte afrontar esto sola -dijo-. Así que olvídalo.
¿Por qué no se marchaba? ¿Por qué tenía que seguir allí sentado con tan buen aspecto?
– No puedo permitirte hacer esto, Nick. No tengo dinero para la habitación y…
– Pues da la casualidad de que yo sí -dijo él; le puso un dedo en los labios para evitar que hablara-. No te gusta que te ayuden, pero me parece que por el momento tienes que resignarte a mi presencia -abrió la puerta, salió y le tendió la mano.
Danielle lo siguió, y Sadie también.
– Puede que no admitan a la perra -dijo la joven cuando entraron en la zona de recepción.
– Después de haber limpiado personalmente sus cosas esta mañana, yo lo comprendería -repuso él con sequedad-. Pero este hotel admite perros -señaló el cartel de «perros bienvenidos». En esta zona es muy corriente viajar con animales domésticos, perros sobre todo. ¿Cuántas habitaciones necesitamos?
Danielle pensó que tenía unos ojos increíbles… y su cuerpo se tensó en respuesta a la pregunta de él.
¿Cuántas habitaciones? Su cuerpo ansiaba pedir una sola. Pero su cerebro estaba al mando.
– No deberíamos acostumbrarnos a…
– No -Nick ocultó bien su reacción a esas palabras, se volvió a la recepcionista y reservó dos habitaciones.
Después de instalarse y dejar las bolsas en las habitaciones, Nick llevó a Danielle a ver a Donald. Cuando llegaron, encontraron su oficina cerrada y un cartel que anunciaba que se habían mudado.
El hombre sacó su teléfono móvil, marcó el número nuevo que aparecía en el cartel y se lo pasó a Danielle, que habló con el ayudante del director artístico.
Cuando terminó de hablar, descubrió que Nick la observaba con atención.
– ¿Y bien?
– No puedo verlo hasta mañana -dijo ella.
– Ya te he oído. Lo que no he oído es cómo te ha afectado eso.
– Estoy bien.
Nick sonrió.
– Me alegro. Ahora tienes un día entero de vacaciones por delante.
La mujer soltó una carcajada.
– ¿Vacaciones?
– Lo dices como si fuera una palabra fea.
– Es que nunca he tenido vacaciones.
– En ese caso… -Nick tomó la correa de Sadie con una mano y le pasó el otro brazo a Danielle por los hombros; echó a andar despacio hacia su coche, tirando de la perra, que no quería que nadie aparte de Danielle llevara su correa-. Seguid conmigo -dijo a las dos hembras recelosas-. Yo os enseñaré a relajaros.
Pero eso era precisamente lo que temía Danielle. Si se relajaba, tenía que bajar la guardia. Y si bajaba la guardia, él se colaría en su corazón y se instalaría allí.
En el hotel, Nick esperó fuera de la habitación de ella hasta que metió la tarjeta en la ranura y abrió la puerta.
– Danielle -dijo; cuando se volvió a mirarlo, la apretó contra la jamba y le dio un beso rápido y apasionado.
– ¿A qué viene eso? -preguntó ella, sin aliento.
El hombre sonrió y le acarició el labio inferior con el pulgar.
– Quería recordarte que, aunque yo esté en otra habitación, no estás sola.
Toda su vida había estado rodeada de gente, y siempre había tenido que luchar con una soledad que no comprendía. Ahora que solo tenía la compañía de aquel hombre, no se sentía sola en absoluto.
– Quizá otro beso me ayudaría a recordarlo mejor -dijo con suavidad-. Solo por si lo olvido.
Nick se inclinó con una sonrisa sexy, pero ella le puso una mano en el pecho.