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– Y quizá… -se interrumpió.

– ¿Quizá? -repitió él.

– Quizá esta vez no tenga que ser tan rápido.

La miró con intensidad.

– Entendido -acercó los labios a un centímetro de los de ella y se detuvo-. ¿Algo más que quieras ya que estoy aquí? -susurró, con su aliento mezclándose con el de ella.

– Bueno… -podía hacerle olvidar cualquier cosa, incluido el hecho de que su vida era un desastre. Podía hacer que se sintiera segura con solo mirarla. Y desvergonzada. Anulaba sus inhibiciones.

– Quizá una cosa más.

– Lo que quieras -la apretó contra sí para que notara lo duro que estaba-. ¿Quieres lo que querías anoche? ¿Los besos apasionados? ¿Las caricias que te hacían temblar? -Bajó la voz-. ¿Lo de mi lengua en…?

– Eso -susurró ella, temblorosa-. Eso es lo que quiero.

– ¡Ah!

Con ojos brillantes, bajó la cabeza para un beso largo y glorioso que anuló más de la mitad de sus neuronas. Cuando levantó la cabeza en busca de aire, la empujó hacia su habitación. Cerró la puerta con el pie y avanzó con ella hasta que las piernas de la joven chocaron con la cama.

– Vivo para dar placer -dijo con malicia. La empujó sobre el colchón y la siguió con su cuerpo largo y duro.

Danielle le echó los brazos al cuello y buscó un beso, pero Nick se quedó inmóvil de pronto; movió el cuello primero a un lado y luego al otro, buscando algo.

– ¿Nick? -Quería que le hiciera olvidar todo, aunque fuera solo un rato-. ¿Qué haces…?

– ¿Sadie?

¿Ahora quería hablar de la perra?

– Nick, creo que puede esperar…

– ¡Sadie! -el hombre se puso en pie y miró a su alrededor con aire sorprendido-. ¿Dónde se ha metido?

Danielle se incorporó sobre los codos. La habitación era lo bastante pequeña como para ver enseguida que allí no había ningún perro gigante oculto.

– ¡Oh, Dios mío! -se puso en pie-. Ha debido alejarse cuando estábamos en la puerta.

Nick había abierto ya la puerta.

– En el pasillo no está -anunció-. Yo voy por la derecha, tú ve por la izquierda.

Danielle salió por la puerta y giró a la izquierda hasta llegar a unas escaleras. Se preguntó si debía subir o bajar y optó por esto último. Sadie habría bajado, sin duda. Era lo más fácil, y después de todo, la perra era increíblemente perezosa.

Al llegar abajo, empujó una puerta entornada que llevaba a un jardín. El resplandor del sol la obligó a levantar la mano para protegerse los ojos.

Flores de todos los tonos y colores cubrían cada rincón. En los senderos, donde paseaba bastante gente, se alineaban bancos. Parecía que el hotel estaba ofreciendo una recepción de algún tipo, ya que había bastantes personas bien vestidas que sostenían copas de champán y platos llenos de comida.

Y en el centro del jardín, en un lecho de flores que había aplastado por completo, se hallaba Sadie, con la lengua colgando fuera, la piel cubierta de tierra de las plantas y moviendo la cola.

Danielle suspiró aliviada, a pesar de que frunció el ceño ante los daños que había causado la perra en las flores, pero su alivio no duró mucho. Porque al lado de Sadie, con la lengua también colgando y moviendo la cola perezosamente, había… otro perro.

Un perro aún más grande, de pelo largo y oscuro y un tamaño impresionante que no podía ser otra cosa que un perro de Terranova.

Cuando Danielle se detuvo a verlos, el Terranova se puso en alerta y se colocó delante de Sadie.

No hacía falta ser muy listo para ver que era un macho y que acaba de reclamar a Sadie como propiedad privada.

En más de un modo.

Nick llegó a su lado y se detuvo también al ver a Sadie con su enamorado; los dos mostraban una expresión somnolienta, feliz y sedada.

– Vaya -Nick miró a Danielle-. No sabía que los perros pudieran parecer tan… relajados.

– ¡Oh, no! -gimió ella-. Esto no puede ser cierto.

– Adivino que ella no está… operada.

– Pensaba cruzarla antes o después, pero con uno de su raza.

El novio de Sadie seguía sentado con aire satisfecho y la lengua colgando.

Nick se frotó la barbilla; tenía aspecto de estar reprimiendo la risa.

– Parece un perro bastante decente -comentó.

El animal levantó una pata con elegancia y empezó a lamerse.

Nick soltó una carcajada.

Danielle gimió, negándose a reconocer que la risa de Nick poseía un poder de contagio tal que daban ganas de unirse a él.

– Tú tienes la culpa.

– ¿Yo? -Nick parpadeó; hizo una mueca cómica de sorpresa-. ¿Y por qué?

– Me has distraído con ese beso; de no ser así, no me habría olvidado de Sadie ni un segundo -tiró de la correa de la perra. Y tuvo la mala suerte de que justo en ese momento empezaran a funcionar los aspersores.

– No digas ni una palabra -advirtió a Nick; salió de la tierra sin dignidad y empapada-. Ni una sola palabra.

Sadie, que estaba llena también de agua y barro, se sacudió con fuerza sobre Danielle y lanzó un aullido, volviendo la cabeza para lanzar una última mirada a su amante con ojos brillantes.

El amante devolvió el aullido y soltó un ladrido agudo.

Nick, apartado de la tierra y el agua, se mantenía seco y… sospechosamente divertido.

Danielle no sabía si quería golpearlo o levantar el cuello hacia él y aullar también.

– ¿Tú no te lo preguntas? -inquirió Nick cuando volvieron a pararse delante de sus habitaciones.

Danielle se preguntaba si alguna vez el sonido de su voz dejaría de provocarle escalofríos en la espina dorsal.

– ¿Qué me pregunto?

Nick le habló al oído.

– Si ella ha disfrutado tanto como disfrutaste tú conmigo.

– Apártate -dijo ella, que seguía goteando. Abrió la puerta-. O vas a terminar tan mojado y caliente como yo.

El pecho de él rozó su espalda y su mandíbula subió por el pelo de ella. Una simple caricia, pero… bueno, no tan simple, ya que las rodillas de ella chocaron entre sí.

– Lo digo en serio -le advirtió ella.

– ¿De verdad estás caliente y mojada? -preguntó él con voz suave-. ¿Y qué más? ¿Estás también cremosa?

Como sus palabras hicieron que se le acelerara el pulso, lo ignoró y metió a Sadie en el cuarto de baño, cerrando luego la puerta.

Se miró en el espejo la piel brillante, los ojos, que estaban más vivos de lo que los había visto nunca, y respiró hondo.

– Es una vergüenza que él me vuelva tan loca -se dijo.

Porque podía encariñarse mucho, mucho con él.

Nick no había huido de un reto en su vida, y la puerta cerrada del baño era un reto sin precedentes.

Teniendo en cuenta eso, que Danielle acababa de abrir los grifos de la ducha, y que a él no le gustaba perderse ninguna diversión, tendió la mano hacia el picaporte.

No había cerrado con pestillo… buena señal. Se asomó por la puerta y vio a Danielle, todavía completamente vestida, que intentaba convencer a una Sadie somnolienta de que entrara en la ducha.

– Vamos -resoplaba empujando a la perra desde atrás-. Estás muy sucia. Tienes que… ¡Agh!

Dio la vuelta y probó a tirar del animal; al retroceder entró de pleno bajo el chorro y cerró los ojos cuando el agua la golpeó de pleno.

Sadie se limitó a gruñir y empujar en sentido contrario, hasta que las manos de Danielle resbalaron y ella cayó contra la pared de la ducha.

Sadie salió huyendo.

Danielle, todavía debajo del chorro, cerró los ojos y movió la cabeza.

Nick, sonriente, entró de puntillas y se metió en la ducha con ella completamente vestido.

– Eh, puedes lavarme a mí si quieres. De la cabeza a los pies.

La abrazó y la apretó con fuerza, dando gracias en su interior porque el agua que le caía en la cara fuera caliente.

– Estás loco -gruñó ella, pero le echó los brazos al cuello-. Completamente loco.