Nick sabía que sufría dificultades económicas en aquella época, y se odió por hacerla recordar aquello.
– Me sorprende que te quedaras aquí.
La mujer se encogió de hombros.
– He viajado. Como entrenadora de perros de personas ricas y aburridas, he llevado a animales a competiciones de todo el país, y ha sido divertido.
– ¿Ha sido?
La mujer le dedicó una sonrisa triste que fue como una puñalada en su corazón.
– No creo que nadie vuelva a contratarme después de esto.
– ¿Hay alguna otra cosa que también te guste hacer?
La joven observó el campo que pasaba a su lado.
– En este momento seguramente aceptaré cualquier empleo, pero porque tengo que comer.
A Nick se le encogió el estómago. Él no era rico, pero nunca había tenido que preocuparse de cosas como un techo o comida. Había crecido con pocas preocupaciones y unos padres que lo apoyaban y se habían encargado de darle educación y seguridad en sí mismo para afrontar la vida.
Danielle tenía también un medio de vida, se había defendido sola desde mucho antes que él. ¿Pero cuántas personas habían creído en ella y la habían alentado?
– Cuando encuentre un lugar donde instalarme de modo permanente, me gustaría ahorrar e ir a la universidad -dijo ella. Lo miró para ver su reacción. Casi como si esperara que la desanimara-. Quiero ser veterinaria.
Nick sonrió.
– Serás una veterinaria estupenda.
– ¿Si?
– Oh, sí. Tienes lo que hace falta -amplió la sonrisa-. Y sabes tratar a los pacientes.
La mujer le devolvió la sonrisa, menos nerviosa que antes.
– Yo también creo que sería buena. Puedes buscarte un perro y venir a verme de vez en cuando para las revisiones.
Aquel comentario sirvió para recordarle a Nick que antes o después tendrían que separarse.
Él volvería al trabajo que ya no estaba seguro de querer, y ella empezaría una vida nueva.
Una vida nueva bastante lejos. Tal vez sus caminos no volvieran a cruzarse en otros quince años.
No le gustaba el modo en que aquel pensamiento hacía que se le encogiera el estómago.
– No me gustan mucho los perros -miró a Sadie por el espejo retrovisor y, curiosamente, sintió una punzada ante la idea de no volver a verla.
No había duda. Se estaba reblandeciendo.
– Cuando trabajo, estoy siempre de viaje. No podría mantener un animal -notó que ella lo observaba con atención y se preguntó qué veía cuando lo miraba así. Volvió la cabeza hacia ella-. ¿Qué?
– ¿Echas de menos tu trabajo?
– Por supuesto -repuso él automáticamente, pero aunque las palabras salieron de sus labios, no las creyó del todo-. No estoy seguro -confesó-. Llevo tanto tiempo soltando adrenalina, que he olvidado lo que es pararse un poco a oler las rosas.
– No te has parado desde que entré por tu puerta.
– Cierto -soltó una carcajada-. Pero este ritmo es casi un descanso comparado con lo que ocurre cuando trabajo. Y si he de ser sincero, esto de relajarse es… agradable.
– ¿Qué harías si no te dedicaras a viajar por el mundo en busca del siguiente artículo?
– No lo sé.
– ¿Crees que estás en una crisis de madurez, Nick?
– Muérdete la lengua. No estoy preparado para la edad madura. Además, todavía me quedan dos semanas de vacaciones para pensarlo.
– Yo no pienso usar tus dos semanas… tal vez el resto del día.
– Cooper's Corner -dijo él de pronto-. Quiero llevarte allí.
– ¿Adónde?
– Está un par de horas al norte de aquí. No muy lejos. Tengo un par de primos allí. Van a abrir una posada.
La mujer frunció el ceño.
– Yo estaba pensando en alejarme bastante más.
Sí, Nick ya lo sabía, pero no le gustaba la idea de que se fuera lejos, posiblemente a otro estado, completamente sola y sin nadie a quien acudir.
Danielle se mordió el labio inferior pensativa.
– Pero quiero ir a ver a la mujer a la que le compré a Sadie. Y también vive en el norte.
– De acuerdo, nos quedaremos en Cooper's Corner mientras lo haces.
– Y después me iré.
Y después se iría. ¿Pero cómo iba a poder él dejarla marchar?
– Danielle… -la miró un instante y volvió de nuevo la vista a la carretera-. Te presentaré a mi prima Maureen. Antes era policía.
Danielle se puso tensa.
– Nick…
– Es buena, Danielle.
– No. Nada de policías. Prométeme que no se lo dirás.
– Danielle…
– Promételo, Nick.
– Está bien. No se lo diré hasta que sea necesario.
– No será necesario.
El hombre sintió un tic muscular en la mandíbula. Nunca había tenido ese tipo de problemas de estrés.
Pronto volvería al trabajo. A viajar. A buscar noticias.
Y se acabarían los tics en la cara.
¿Por qué entonces no era feliz?
Capítulo Doce
Cooper's Corner estaba situado en el corazón de las colinas del norte de Berkshire. Tal y como Nick había prometido, era una aldea rural pintoresca, clásica de Nueva Inglaterra. Una calle principal con pequeñas tiendas y una heladería en una esquina.
– Típico USA -dijo Danielle con una sonrisa cuando cruzaron el pueblo.
– No dejes que los de aquí te oigan decir eso -el advirtió Nick; sonrió a su vez-. Se creen que son originales.
En el pueblo abundaban el encanto y la personalidad. En las calles viejas había grandes árboles que parecían llevar allí muchas generaciones. Las aceras tenían bultos debidos a las raíces de los árboles y las fachadas de las tiendas antiguas habían sido pintadas con colores en otro tiempo brillantes y apagados ya por el tiempo. El sol daba brillo a todo el conjunto y Danielle contuvo un momento el aliento y dejó que ese resplandor alcanzara las profundidades de su alma.
Allí se sentía en paz. A salvo.
Pero eso era una tontería. No sabía nada de aquel pueblo, nada de su gente, nada en absoluto aparte de que estaba demasiado cerca de sus humildes comienzos para estar tranquila.
Cruzaron Cooper's Corner, subieron una colina y entraron en un camino curvado, donde una señal de madera les daba la bienvenida a la posada Twin Oaks.
– Es aquí -comentó Nick, doblando la última curva.
La posada estaba delante; una granja remodelada, enorme, rodeada de verde. Desde su posición en lo alto dominaba el pueblo. Danielle la miró con el corazón en la garganta. Ese era un lugar para instalarse, para descansar. Cargar baterías.
– Es hermoso -susurró. Y se sintió un poco tonta por haberse dejado conmover de ese modo.
– La construyó mi bisabuelo, Warren Cooper, en 1875. Esos ciento sesenta acres fueron todo un legado.
Habían decidido dejar a Sadie en el coche hasta que hubieran hecho las presentaciones. Nick salió y movió la cabeza maravillado mirando la casa.
– Es increíble todo lo que le han hecho desde que la vi. Increíble. Deberías haber visto lo descuidada que estaba la propiedad hace solo seis meses.
– Es… confortable -no se le ocurría otra palabra.
– Sí -le tomó la mano justo en el momento en que se abría la puerta. Salió una mujer, que se cubrió los ojos con la mano a modo de visera para verlos mejor.
A Danielle le latió con fuerza el corazón. Aquello era el principio del fin. Desde allí iría a ver a Laura Lyn, la criadora de Sadie, y luego acabaría todo.
Nick se marcharía.
Se había dicho que era lo que ella quería, pero no era cierto. Verlo marcharse iba a ser lo más difícil que había hecho nunca.
– ¡Nick! -gritó la mujer. Se acercó corriendo y se abrazó a él. Era una mujer de treinta y pocos años, vestida con pantalón tejano y camiseta, y cubierta de pintura seca de varios colores-. Dime que traes noticias de la civilización.