– Volverá -Nick la llevó de vuelta al coche-. Y nosotros también.
La joven guardó silencio hasta que estuvieron en la carretera de regreso a la posada.
– Si está en el circuito que yo creo, estará fuera otra semana. Y…
Nick sabía que aquello no le iba a gustar.
– ¿Y?
– No está muy lejos de aquí.
– Pero Ted puede ir a buscarte allí.
– Es probable.
– Entonces esperaremos.
– Esperaré yo. Tú no puedes quedarte aquí una semana.
Cierto. Tenía una vida.
Cooper's Corner apareció a la vista, la aldea hermosa que siempre lo había atraído. Pequeña, personal. Única. Pensó que Danielle lo afectaba del mismo modo.
Cuando llegaron a la posada, la joven salió del coche antes de que él acudiera en su ayuda.
– Voy a sacar a Sadie a pasear un rato.
Sola. Aquello estaba muy claro.
Muy bien. Él también practicaría lo de estar solo. La observó alejarse, sujetar la correa de Sadie como si la perra fuera todo lo que tenía en el mundo.
Deseó llamarla, pero le pareció patético, así que volvió hacia la casa, donde podría estar solo y pensar. Tal vez incluso hablar con Maureen.
Le había pedido que investigara un poco a Ted, discretamente, sin explicarle por qué se lo pedía. Y confiaba en que obtuviera resultados. Lo que fuera. Y eso, combinado con el mensaje amenazador, el testimonio de Danielle sobre cómo había tratado a Sadie y lo demás que él pudiera encontrar, tal vez sirviera para volver las tornas a favor de la joven.
La joven que en ese momento se alejaba de él todo lo que podía.
En el porche de atrás, que cubría toda la longitud de la casa, había dos jóvenes a las que reconoció como las limpiadoras de Maureen.
Ambas le sonrieron.
– De descanso -dijo la pelirroja con buen ánimo. Se había desabrochado todos los botones de la blusa menos uno para poder atársela entre sus generosos pechos.
La otra se había subido el pantalón corto hasta una altura casi pornográfica y, como estaba tumbada boca abajo en la tumbona, se veía bien su trasero casi desnudo. La mujer sonrió por encima del hombro.
– ¿Quiere unirse a nosotras?
– Ahhh.
Decididamente, algo raro le pasaba, ya que vaciló y se volvió para ver si descubría a Danielle en la distancia.
Pero ella había desaparecido hacía rato.
Y su libido también.
Aterrorizaba pensar que hubiera podido robarle sus impulsos lujuriosos en tan corto espacio de tiempo, por lo que se volvió a las mujeres y miró sus cuerpos, decidido a obtener respuestas del suyo.
Nada de nada.
No había que darle vueltas. Lo que deseaba, lo que anhelaba, era a la esbelta, dulce y sexy Danielle de ojos húmedos.
Pero había un problema: a ella no le sucedía lo mismo.
Sabía que era medianamente guapo. No era presunción, sino realidad. También sabía que no era malo en la cama. El modo en que ella se aferraba a él, lo miraba a los ojos sorprendida, como si nadie le hubiera hecho sentir nunca lo mismo así lo indicaba.
Tampoco era su compañía, porque, aunque quisiera fingir otra cosa, le gustaba; lo veía en sus ojos y lo saboreaba en sus besos.
Y aunque no quisiera admitirlo, confiaba en él. Le había contado la verdad. Confiaba en él para ayudarla.
No había dejado que nadie más hiciera aquellas cosas.
Pero no quería confiar en él. No quería dejarle entrar.
Y sin eso, no tenían nada.
La pelirroja de los pechos generosos se movía en la tumbona, buscando acomodarse mejor, mientras lo observaba entre las pestañas para asegurarse de que él no se lo perdía.
– Lo siento, señoritas -dijo Nick, consciente de que estaba loco.
Pero algo en su interior le indicaba que se avecinaban problemas y su instinto no se equivocaba nunca. Se volvió y siguió a Danielle.
No estaba en el sendero. No estaba en los jardines. No estaba en ninguna parte.
Había desaparecido.
Capítulo Trece
Danielle renunció al paseo andando en favor del coche. Maureen había sido muy amable al ofrecerle todo lo que necesitara, y el hecho de haber aceptado su hospitalidad y tomado prestado su coche le resultaba una carga abrumadora.
Se dirigía con Sadie a la exhibición canina para buscar a Laura Lyn.
Y no dejaba de repetirse que hacía lo correcto al no querer mezclar más a Nick. Ya había hecho bastante, le debía mucho y…
¿A quién pretendía engañar?
Necesitaba desesperadamente recordar lo que era estar sola, sin la presencia increíble y dinámica de Nick Cooper, el único hombre que había conseguido que se pusiera a soñar con el futuro.
Y esos sueños eran inútiles. Y peligrosos.
Detuvo el coche cerca del lugar de la competición y se permitió un momento para mirar con nostalgia el caos controlado que la rodeaba. En el aparcamiento predominaban las caravanas y furgonetas. Se habían levantado dos carpas enormes para la exhibición y a su alrededor había puestos de vendedores donde se vendían desde jerséis para perros hasta utensilios para recoger excrementos.
El ruido, la competición amistosa aunque dura, la locura general de todo aquello había sido su vida durante años. Se sentía como en casa, y sin embargo, curiosamente, también como un sueño al que no perteneciera.
Por suerte, no le costó mucho encontrar a Laura Lyn, quien la había contratado en ocasiones para ocuparse de sus perros. Después de un abrazo rápido de saludo, Danielle se apartó.
– No me has visto aquí -dijo.
– De acuerdo -Laura movió el chicle que masticaba continuamente de una mejilla a la otra-. No te veo aquí, agotada y con mal aspecto. ¿Tiene que ver con la llamada que me hizo Ted hace unos días?
A Danielle se le encogió el estómago. Se aferró a la correa de Sadie con dedos tensos. Miró a su alrededor, pero no lo vio.
– Esto no ha sido buena idea.
– ¿El qué? -movió de nuevo el chicle y apareció un bulto en una de las mejillas-. ¿Por qué?
Danielle dejó de buscar a Ted el tiempo suficiente para mirarla a los ojos.
– Necesito papeles.
– Ted dijo que me los pedirías. Y que tenía que llamarlo en cuanto te viera -enarcó una ceja-. Difícil de hacer si no te estoy viendo.
Danielle respiró hondo.
– Laura…
– ¿Has robado a Sadie?
– Más bien le he ofrecido protección.
Laura Lyn hizo una pompa gigantesca.
– Ah.
– Quiero probar en los tribunales que Sadie es mía.
– Probar su propiedad.
– Sí. Así podrá quedarse conmigo.
– ¿Porque Ted rompió contigo? ¿O porque Sadie es la mejor campeona que ha dado esa raza en décadas?
Al parecer la historia ahora era que Ted había roto con ella. Fantástico. Así encontraría aún más comprensión entre los jueces.
– No, por nada de eso -Danielle la miró a los ojos-. Porque había que apartar a Sadie de Ted. Y a mí también. Lo dejé yo. Tenía buenos motivos, y ahora necesito probar que Sadie no le pertenece -respiró hondo-. ¿Puedes ayudarme a hacerlo?
– ¡Danielle!
Las dos mujeres se quedaron inmóviles. Gail Winters, la ayudante de Laura, se acercó a ellas.
– No pensaba encontrarte aquí -dijo con una mirada de curiosidad.
Gail apenas tenía veinte años; manejaba dinero, era hermosa y demasiado elegante para la vida canina, pero había demostrado ser una buena ayudante para Laura.
Además de todo lo cual, se creía enamorada de Ted. Y dado el modo en que miraba en ese momento a Danielle, sin duda sabía muchas cosas.
Laura le volvió la espalda con la excusa de apartarse del sol. Se inclinó hacia Danielle.
– ¿Adónde debo enviar los papeles?
– Eso es… complicado.
Laura Lyn la miró un instante.
– ¿Gail? -dijo por encima del hombro-. ¿Puedes ir a cepillar a Max? Es el siguiente en salir.
– Pero…
– Por favor, Gail.