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Nick estaba sentado en el porche en penumbra viendo cómo el atardecer convertía a Danielle y Sadie, solas y vulnerables en la zona abierta, en sombras.

La joven estaba sentada en un banco a unos siete metros de distancia, en medio del huerto recién plantado que era el orgullo de Maureen.

Sabía que sus primos estaban justo al otro lado de la casa, vigilantes. Esperando. Ayudándolo a proteger a su «prometida». Sabía que Danielle no sufriría ningún daño, que aquello era algo que había que hacer.

Racionalmente sabía todo eso, pero al verla abrazar a la perra a la que tanto había llegado a apreciar no podía evitar la sensación de que aquel era el principio del fin.

Pronto acabaría todo. Estaría segura y sola. Y él también estaría solo.

Mejor. Estupendo. Podía volver a casa y ponerse al día con las citas que había programado. Podía salir cada noche con una mujer si quería.

Pero en ese momento solo le importaba una y estaba…

Estaba viendo acercarse a un hombre desde el sendero de más abajo.

Capítulo Dieciséis

– Hola, Ted -dijo Danielle cuando se acercó a ella.

El hombre al que había mirado en otro tiempo con el corazón en los ojos le mostró un sobre.

– Los papeles de Laura Lyn -dijo.

A Danielle se le encogió el estómago al pensar en una traición más.

– Entiendo.

– Lo dudo -se detuvo a unos dos metros de Sadie, que no se había movido, pero había empezado a gruñir-. Me ha ayudado Gail Winters. Te acuerdas de ella, ¿verdad?

Saber que Nick estaba cerca y no dejaría que les ocurriera nada ni a Sadie ni a ella le permitía hablar con tranquilidad.

– Siempre le pareciste encantador.

– A ti en otro tiempo también.

– En otro tiempo.

Los ojos de él se oscurecieron, no por pasión, como hacían los de Nick cuando la miraban, sino con una expresión peligrosa que le hizo sentirse agradecida de no estar sola.

Curiosamente, lo de estar sola ya no resultaba tan atractivo. Tal vez nunca volviera a parecérselo.

Se sentía segura, incluso con Ted delante. Y comprendió que no se había sentido así muchas veces en su vida. Pero cuando estaba con Nick sí. Con él estaba segura y lo había estado desde el principio.

– Tienes buen aspecto -dijo Ted.

Danielle no podía decir lo mismo de él. Siempre le había parecido cautivador y sofisticado. Ahora, con la camisa arrugada, los pantalones sucios y los zapatos llenos de barro, parecía un hombre que se enfadaba cuando no conseguía lo que quería.

– No te tengo miedo -dijo, y captó un movimiento en el porche por el rabillo del ojo.

Nick.

Sabía que la apoyaría y cuidaría.

Porque la quería.

Esperaba que aquel pensamiento le causara angustia y miedo… pero no fue así. En lugar de ello sintió un anhelo que estaba empezando a reconocer y comprender.

– Deberías tenerlo -repuso Ted-. Tendrás problemas legales si no haces lo que quiero. Y lo que quiero es que vuelvas a casa. Conmigo.

– Para presumir de novia.

– De esposa. Y también quiero a Sadie.

– No saldrá bien, Ted. Somos demasiado distintos. Yo no soy lo que quieres. Tú no eres lo que quiero yo. Por favor, déjanos marchar.

– Eso no es una opción -sus ojos mostraban una expresión salvaje y… ¿desesperada?-. Sadie y tú me pertenecéis.

– No me casaré contigo -tuvo que hacer acopio de valor para no huir de la furia que expresaban sus ojos-. No pienso volver -puso una mano en la cabeza grande de la perra-. Y Sadie tampoco volverá. Sé que fuiste tú el que me dejó amenazas en el ordenador. Que sacaste todo el dinero de mi cuenta. Que nos ha estado espiando. A la policía le interesa todo eso.

– Tú me has robado.

– Creo que entenderán por qué lo hice cuando se lo explique. No debí huir nunca, Ted. Tenía que haber afrontado esto enfrentándome a ti desde el principio.

El hombre entrecerró los ojos y apretó los labios. Señales que evidenciaban su furia. Se acercó y ella se puso en pie, y se habría colocado delante de Sadie, pero la perra se le adelantó y se situó ante ella enseñando los dientes a Ted.

El hombre la miró de hito en hito.

– ¿Ha olvidado quién te da de comer, perra?

– Yo -repuso Danielle con calma-. Déjala marchar. No nos peleemos por ella, no está bien.

– Lo que no está bien es que no me escuches. Vámonos a casa -repuso él con un cambio brusco de táctica-. Hablaremos. Arreglaremos esto.

– Te saldría más barato comprar otro perro, Ted.

El hombre movió la cabeza y dio otro paso hacia ella.

– No es por la perra. Es por ti.

– No te creo.

– Es cierto -Ted cerró la distancia que los separaba y le puso una mano en el brazo.

Y Sadie acercó la boca al tobillo y le dio un mordisco.

Ted lanzó un aullido y una patada.

Danielle reaccionó sin pensar. Solo sabía que Ted apuntaba al vientre de Sadie, el vientre donde posiblemente había cachorros. Con un grito de furia, agarró una maceta con geranios, se subió al banco y lo dejó caer en la cabeza de Ted.

La maceta se rompió, llovió tierra y, cuando Ted volvió a gritar, Clint, Maureen y Nick, las fuerzas de apoyo, habían llegado ya.

– Ella me ha atacado con una maceta -gritó Ted-. Está loca, irá a la cárcel, es…

– Es la prometida de este hombre -dijo Maureen con calma, mirando cómo Nick lo reducía fácilmente.

– Es una ladrona y una embustera -trató de soltarse-. Sin mí no es nada aparte de una prostituta y…

Un puñado de tierra negra cayó sobre la boca de Ted.

– ¡Vaya! -musitó Nick-. Odio que ocurra eso.

Ted escupió la tierra gritando obscenidades. Todos lo ignoraron.

Llegó la policía.

Llegaron los vecinos.

Maureen servía té y conversaba alegremente, ensalzando las excelencias de su posada.

Clint le dio una palmadita a Nick en la espalda.

– Procura conservarla -dijo, señalando a Danielle-. Bienvenida a la familia -le dijo a ella con un beso en la mejilla.

– Pero… -empezó a decir Danielle.

Clint se alejaba ya para reunirse con su hermana.

– Se lo explicaré todo por la mañana -dijo Nick con suavidad, mirando la taza de té que le había dado Maureen-. No te preocupes por eso.

– Sí me preocupo -repuso ella, con voz vacilante-. Porque… -miró sus manos temblorosas-. Vaya. Estoy más nerviosa ahora que cuando tenía delante a Ted.

Nick se acercó, le acarició la barbilla y le tomó la mano.

– Seguramente es un efecto retardado del shock -dijo con gentileza-. Ven. Te llevaré dentro.

– No, no me refería a eso -trató de sonreír ella-. Estoy nerviosa porque quiero decirte… -cerró los ojos, sintió las manos de él en la cintura y volvió a abrirlos. Nada de debilidad ahora; quería ser fuerte-. Nick, no quiero que les digas que no somos pareja. Que no tenemos una relación.

– ¿Crees que no lo comprenderán? Danielle, nunca debí decirles esa mentira.

– No, eres tú el que no lo entiende. Al fin me he dado cuenta.

– ¿Cuenta de qué?

– No quiero que sea todo mentira. Quiero estar vinculada a ti. Quiero oírte decir que me quieres, quiero llevar tu anillo, ser tu esposa.

Nick se quedó inmóvil un instante; luego se dejó caer en una silla como si las piernas no pudieran sostenerlo.

– Ahora soy yo el que está temblando -respiró con fuerza-. ¿Acabas de declararte?

– Sí -dijo ella, con un nudo en la garganta-. Sí, es una declaración. Te quiero, Nick Cooper. Quiero ser tu esposa en lo bueno y en lo malo, con tus viajes y mi universidad, con cachorros y bebés.

El hombre abrió la boca, pero de ella no salió ningún sonido y volvió a cerrarla.

– Para siempre -añadió ella, pensando que quizá él no comprendía del todo.