La perra se adelantó y le lamió la barbilla y Danielle la abrazó con fuerza.
– Lo sé. Tú me quieres y yo a ti -dijo con suavidad-. Todo saldrá bien.
– ¿Qué saldrá bien? -preguntó Nick, que se había colocado detrás de ella.
Capítulo Tres
– ¿Danielle? ¿Qué saldrá bien?
Los ojos de la joven se encontraron con la mirada curiosa de Nick. Soltó a la perra y se puso en pie.
– Las fotos -dijo animosa-. Las fotos saldrán bien.
– Aja.
Nick la observó un instante largo de aquel modo personal e intenso tan suyo, un modo que daba a entender que no se le escapaba nada.
Pero a ella tampoco. Tal vez lo hubiera conocido de adolescente, pero de eso hacía mucho tiempo. Ahora no sabía nada de él, y no tenía motivos para confiar en él aunque quisiera.
Los ojos de él seguían fijos en los suyos.
– Necesitas un fondo. ¿De naturaleza o tradicional? -sacó varios y se los fue mostrando-. No soy un profesional, así que elige el que más te guste.
¿No era un profesional? Quería preguntarle qué era, pero eso implicaría aprender a conocerlo, eso sería abrirse a él, y no podía hacerlo.
– No pareces muy contento de hacer esto.
– Dije que lo haría.
Su tono sugería que siempre hacía lo que decía. Pero ella sabía que esa no era la cuestión. La gente mentía. La gente cambiaba. No se podía confiar en la gente. Respiró hondo.
– El fondo de naturaleza, por favor.
Nick sonrió y tiró de una pantalla que mostraba un claro de bosque rodeado de pinos, hierba y un arroyuelo.
Danielle pensó que aquella sonrisa debería ser catalogada como un arma peligrosa. Observó las manos de él sobre la pantalla, colocándola en su sitio, embrujada por los músculos de sus antebrazos, por el movimiento firme de su cuerpo cuando se enderezó y la miró.
– ¿Cómo quieres al perro?
– Ah… -Danielle movió la cabeza para despejarse y miró a Sadie, que la observaba con recelo y preocupación-. De pie en ángulo con la cámara para mostrar bien su color.
– ¿Color?
– La mayor parte de los de su raza son de un tono rojizo, pero las rayas oscuras de Sadie era lo que buscaban los primeros criadores ingleses cuando cruzaron un mastín con un bulldog. Quiero que se vea eso.
– Entendido -acercó un ojo a la lente y jugó con la cámara-. ¿A qué te dedicas ahora?
– Amaestro perros.
Nick apartó el rostro de la cámara para mirarla.
– ¿Para otras personas?
– Sí.
– ¿Y todos son así? -señaló a Sadie, que se miraba la cola como si quisiera perseguirla.
– ¿De esta raza? La mayoría.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? -miró a la perra y se preguntó cómo era posible que la gente no percibiera enseguida su encanto natural-. Bueno… me gustan los perros grandes, y estos tienen poco pelo, lo que hace que sea fácil prepararlos para competiciones. ¿Ves su maquillaje natural, con esa máscara negra y los ojos como si llevara rímel? -tomó la cara grande de Sadie y la besó en el hocico-. Adorable. Pero además no tienes que pasarte horas acicalándola. Está mejor al natural. El único instrumento que necesito es una toalla para la saliva.
– Querrás decir un cubo -señaló el hombre, observando dos líneas largas salir de la boca de Sadie y aterrizar en la alfombra.
Danielle se puso a cuatro patas al lado de la perra, secó la saliva y aprovechó para colocar las patas del animal donde quería que estuvieran; situó primero las dos delanteras y después se arrastró hasta las de atrás; Sadie le lamió la cara.
Nick soltó una carcajada.
Danielle ignoró aquel sonido contagioso y el modo en que le cosquilleaba el vientre y volvió a intentarlo. Se inclinó hacia adelante y colocó a Sadie en su sitio.
– Ahí. Quédate ahí. Oh, perfecto. Nick, date prisa.
El hombre se agachó detrás de la cámara. Danielle, todavía a cuatro patas, se apartó deprisa.
Y Sadie se tumbó.
Nick se enderezó detrás de la cámara y miró a Danielle enarcando las cejas.
La mujer ignoró su gesto.
– No estás colaborando -le dijo a Sadie; se acercó a gatas hasta poder mirarla nariz con nariz-. Ahora probemos de nuevo.
Oyó un sonido raro a sus espaldas.
Giró y vio a Nick de pie al lado del trípode. Mirándola. Mirando más concretamente el trasero que ella había levantado sin darse cuenta hacia el aire.
¡Oh, vamos! Se ruborizó y se sentó en los talones.
– Lo siento.
– No lo sientas. Es la mejor pose que he visto en todo el día.
Su mirada se cruzó con la de él. Ahora le ardía todo el cuerpo y no solo la cara; los pezones se apretaban contra la blusa. Sintiéndose traicionada por su propio cuerpo, se volvió a Sadie, con cuidado de ser más modesta esta vez cuando la colocara en posición.
Sadie permaneció quieta hasta el momento exacto en que Nick tendió la mano hacia el flash. Entonces se alejó y se sentó a los pies de Danielle.
Nick inclinó la cadera y observó al animal.
– ¿De verdad es campeona de algo?
– Sí -suspiró al ver que Sadie bostezaba-. La aburres.
– Quizá debería cantar y bailar.
– Me conformo con que sigas intentándolo.
Empezaba a desesperarse. ¿Podría revelar las fotos allí mismo o él le daría el carrete para que probara en otro laboratorio?
Tenía que ser una cosa o la otra, ya que ella tenía que acudir directamente desde allí a Donald Wutherspoon, con la esperanza de que tuviera trabajo para Sadie.
Y dinero para ella.
De no ser así, tenía que buscar otro trabajo deprisa. Estaba cualificada y tenía diez años de experiencia en su profesión. La gente le confiaba sus animales y ella se ganaba bien la vida en las exhibiciones caninas. Pero robar un perro, aunque fuera por un buen motivo, arruinaría su reputación. Por no hablar del hecho de que Ted seguramente la buscaría en las competiciones de Rhode Island, que tampoco era tan grande como para que pudiera desaparecer.
No podía permitir que se llevara de nuevo a Sadie. Si pudiera ganar dinero suficiente para desaparecer, se iría lejos, muy lejos, y volvería a empezar, haría lo que fuera preciso para ganarse la vida y mantener a la perra.
– ¡Eh! -Nick apareció de pronto ante ella, le tomó la barbilla y la miró a los ojos. Danielle comprendió que seguramente había pronunciado su nombre varias veces-. ¿Quieres contarme de una vez lo que te pasa?
Sus dedos tocaban la piel de ella, y los sentía como una descarga eléctrica.
– ¿A qué te refieres?
– Estás muy nerviosa -la miraba con tal intensidad, que ella tuvo que tragar saliva con fuerza.
– A lo mejor me pongo nerviosa cuando estoy con desconocidos.
– No somos desconocidos.
No, aquello era cierto.
– O a lo mejor me pone nerviosa volver a verte.
– ¿Cuando ni siquiera me dabas la hora? -soltó una carcajada-. Lo dudo -le acarició la barbilla con el pulgar-. De acuerdo, cuéntame. ¿Qué es lo que de verdad ocurre?
Danielle abrió la boca sin saber bien lo que iba a decir, pero antes de que pudiera hablar, Sadie se abrió paso entre los dos y mostró los dientes a Nick.
Este apartó la mano de Danielle.
– Un perro guardián, ¿eh?
La joven acarició el cuello del animal.
– No muerde.
Nick miró a la perra con aire dudoso.
– Si tú lo dices -pero no volvió a tocar a Danielle.
Pensó que tampoco debería haberla tocado la primera vez, porque ahora tenía la sensación suave de su piel grabada con firmeza en su mente.
– Si la acaricias y le sonríes un poco, seguro que se relajaría -sugirió la joven.
– Si te acaricio y te sonrío a ti, ¿te relajarás tú?
La mujer abrió mucho los ojos un momento antes de apartar la vista.
– Estás jugando conmigo.
– Yo no juego con los sentimientos de la gente.