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Los ojos enormes de ella se clavaron en los suyos.

– ¿Todavía me odias?

– ¿Odiarte?

– Ya sabes, del instituto.

La miró largo rato; luego se echó a reír, pero ella ni siquiera sonrió, así que terminó por ponerse serio.

– Danielle, en el instituto no te odiaba en absoluto. Nada más lejos de mis pensamientos.

– ¿Tampoco después de… aquella noche?

– Sobre todo después de aquella noche.

Cuando los ojos de ella parpadearon sorprendidos, él asintió de mala gana.

– Sí, me gustabas.

– No lo sabía.

– ¡No me digas!

La mujer sonrió.

– Lo siento. Odio pensar en aquellos tiempos, en el grupo con el que iba y lo crueles que eran…

– De eso hace mucho -se apartó de ella, enojado por haber sacado el tema. Enojado porque todavía pensaba en ella de vez en cuando-. Como ya te he dicho, yo no pienso en aquellos días.

Danielle bajó la vista hacia Sadie. La vulnerabilidad y la tristeza infinita habían vuelto a su mirada.

– Ya veo.

Solo tenía que mirarla para sentirse otra vez como el adolescente estúpido y larguirucho al que creía haber dejado atrás hacía años. Al que había dejado atrás hacía años. Era un periodista famoso y respetado. Tenía una vida muy interesante.

No necesitaba todo aquello. Señaló a Sadie con la cabeza, impaciente de pronto por verlas marcharse, por volver a su tiempo de ocio y descanso, donde no tenía que pensar ni sentir.

– Vamos a sacar esas fotos, ¿de acuerdo?

– Sí.

La joven intentó colocar a Sadie delante de la pantalla del bosque. La perra se negó a moverse. Clavo las patas en el suelo y resistió los intentos de Danielle.

Pero, al parecer, la joven era tan testadura como ella, ya que tiró y tiró con todas sus fuerzas.

– Vas… a… posar -gruñó.

Nick las observaba, fascinado y divertido a su pesar. Danielle tenía el ceño fruncido, el pelo en los ojos. Su rostro, arrugado por la concentración, se puso lentamente tan rojo como cuando se dio cuenta de que le había colocado el trasero en la cara.

Llena de determinación, acabó por mover a la perra, y él no pudo evitar admirar la fuerza de su cuerpo.

– Podrías… ayudar -dijo ella, acercando a Sadie al lugar indicado. Lanzó a Nick una mirada irritada que solo consiguió hacerle sonreír aún más.

– ¿Por qué? Lo haces muy bien.

Aquella perra debía de pesar más de setenta kilos. Y él no pensaba dedicarse a empujarla y arriesgarse a perder un dedo en el proceso o algo más. Le gustaban sus dedos. Y descubrió que también le gustaba ver sudar a Danielle.

Se preguntó qué otras cosas la harían sudar y gruñir así. Se preguntó si le gustaría el sexo salvaje y sucio, si…

¡Alto! Tenía que dar marcha atrás. No podía pensar esas cosas de aquella mujer.

– De acuerdo -dijo ella, sin aliento. Se enderezó-. Prepárate, Nick -acarició al animal, le besó la nariz, incluso frotó su mejilla contra la de Sadie.

Nick observó aquella muestra sincera de cariño y sintió algo hondo en su interior. ¡Maldición!

– Haz la foto. Deprisa.

El hombre se situó detrás de la cámara y miró por la lente mientras Danielle besaba y abrazaba a Sadie, sin preocuparse de que el pelo de la perra se le pegara a la ropa ni de la saliva que le caía por un brazo ni del modo en que volvía a mostrarle, una vez más, su delicioso trasero.

– ¿Preparado? -preguntó ella por encima del hombro.

– Preparado -dijo él, con los ojos fijos en su cuerpo.

Danielle se apartó deprisa. Y cuando oyó el click de la cámara, se dejó caer contra la pared, aliviada, cerró los ojos y respiró profundamente.

Nick, embrujado por las emociones que cubrían su rostro, salió de detrás de la cámara y se acercó a ella.

– Solo es una foto.

La mujer abrió los ojos.

– ¿Cuándo puedo tenerlas?

– Dentro de tres semanas.

– ¿Y si te pago el carrete? Puedes vendérmelo y lo revelaré yo misma.

– En Fotografía Providence no trabajamos así -repuso él; observó el pánico creciente de ella-. Danielle…

Sonó el timbre de la puerta. La joven se volvió hacia él.

– Me dijiste que estabais cerrados.

– Y lo estamos -Nick gimió ante la idea de sacar más fotos. Porque por malo que fuera un perro, había cosas peores, mucho peores.

Podían querer que fotografiara a un bebé.

– Nick -Danielle lo sujetó por la camisa cuando se volvió para salir-. Tengo que decirte…

– Espera, vuelvo enseguida -pero la joven no le soltó la camisa. Le miró la cara, que había palidecido-. ¡Eh! -la preocupación sustituyó a todo lo demás, y sin pensar lo que hacía, le apartó el pelo de la cara y le tocó la mejilla-. ¿Qué ocurre?

– Si es la policía…

– ¿La policía? -se quedó muy quieto-. ¿Por qué va a ser la policía?

– Si lo es -repitió ella, tragando saliva-, yo…

– ¿Hola? -llamó una voz de hombre desde la puerta-. Aquí el sargento Anderson. ¿Hay alguien?

Capítulo Cuatro

– ¡Oh, Dios mío! -Danielle se llevó una mano a la boca. La sangre le latía en los oídos y el corazón le cayó a los pies.

Sadie captó su preocupación y colocó la cabeza sobre su vientre, haciéndola recular un par de metros. Se dejó caer de rodillas y abrazó a la perra.

– Shhhh -le suplicó, apretando la cara grande de Sadie contra su pecho-. No te llevarán con ellos, no se lo permitiré.

La promesa era genuina, aunque no sabía cómo podría cumplirla. Nick, de pie a su lado, lanzó un juramento y ella se sintió increíblemente estúpida por haberse colocado en aquella situación. ¿Cómo la habían encontrado?

¿Y qué haría Nick? ¿Entregarla?

Por supuesto que sí. Cualquiera en su sano juicio haría lo mismo. No tenía ni idea de lo que ocurría ni de lo que había hecho. Unos lazos tan distantes como los que los unían a ellos no eran suficientes para que se metiera en líos con la ley por ella.

– Salgo enseguida -dijo Nick en voz alta. Miró a Danielle-. Estoy en el cuarto oscuro; solo será un segundo.

Se dejó caer al lado de ella y la obligó a levantar la mandíbula. Resultaba extraño, pero aquellos dedos largos y cálidos en el cuello eran lo más consolador que había sentido en mucho tiempo. También lo era el modo en que la miraba, como si estuviera profundamente preocupado. Como si ella le importara.

Su cuerpo estaba cerca, tanto, que solo tenía que moverse unos centímetros para apoyarse en él. Tentador. Muy tentador.

Pero eso sería una debilidad, y Danielle se negaba a ser débil.

Nick acercó la boca a su oído, gesto que le provocó un escalofrío al sentir su aliento en el pelo.

– ¿Supongo que estás en apuros?

Olía bien, un aroma viril. El pelo se rizaba sobre su oreja de modo que el aliento de ella alteraba el mechón. Emitía una sensación sólida de calor y ella deseaba apretarse más contra él.

¿Por qué se fijaba en esos detalles en un momento como aquel?

– ¿Danielle?

– Ah… podríamos decir que estoy en apuros -susurró ella.

– ¿Qué está pasando?

– Es una larga historia.

No quería contarle lo tonta que había sido para permitir que le robaran toda su vida. Cerró los ojos y esperó que él llamara al sargento y anunciara su presencia allí. Cualquier ciudadano corriente lo haría.

– ¿Has hecho daño a alguien?

Danielle abrió los ojos.

– No.

– ¿Cometido un asesinato?

– ¡Dios santo, no!

– De acuerdo -acercó otra vez la boca a su oído-. ¿Eres inocente de lo que ellos creen que has hecho?

Esa vez sus labios rozaron la piel sensible debajo de la oreja y otro escalofrío recorrió el cuerpo de ella. Un escalofrío que él debió tomar por miedo, ya que le pasó una mano por el brazo.

– No -consiguió decir ella, parpadeando porque no iba a traicionarla. ¿Por qué no la traicionaba?-. No soy inocente. Pero solo lo hice para proteger…