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Danielle lo miró, a medias con recelo y a medias con muchas ganas de poder creer en alguien, en quien fuera.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? -Parecía sorprendido por la pregunta-. ¿Te parezco la clase de hombre que te dejaría salir por esa puerta sabiendo que estás en apuros? ¿Que te busca la policía? ¿Que estás asustada y sola y seguramente agotada, además de hambrienta y sin blanca?

Danielle sintió que le ardía la garganta.

– Estoy bi…

– No digas que estás bien. A mí no me mientas.

– Con esas fotos, estaré…

– Bien -dijo él al unísono con ella, e hizo una mueca-. Bueno, no me lo creo, amiguita.

– Seguro que tienes planes mejores para la velada que revelarme un carrete -no sabía por qué decía eso, quizá porque oírle expresar su preocupación en voz alta la había alterado. Quizá no quería verse obligada a aceptar ayuda, y menos aún de un hombre que podía derribar, sin ni siquiera proponérselo, los muros que con tanto cuidado había construido ella alrededor de su corazón.

– En este momento, mi único plan es cerrar el estudio para que no tengamos más visitas sorpresa -cubrió la lente de la cámara, cerró la puerta y se situó ante ella, un hombre alto y atractivo que tenía aspecto de no saber qué hacer con ella. Le tomó una mano, volvió la palma hacia arriba y depositó el carrete en ella-. No puedo obligarte a confiar en mí ni a aceptar mi ayuda.

– No, no puedes.

– Pero puedo pedirte que lo hagas. ¿Por favor?

La joven se metió el carrete al bolsillo, abrumada por el impulso de echar a correr y la presión de su pecho, que indicaba que quería dejarse ayudar.

– Nick…

– Lo sé -gruñó él-. Yo tampoco querría ayuda.

– Estaré bien.

– Sí -volvió a tocarla, solo con la mano en el brazo.

Fue como una corriente eléctrica.

– Pero no es verdad -dijo él con suavidad; siguió tocándola-. Lo quieras o no admitir, te encontrarán. ¿Y entonces qué? -Su dedo resbaló por el pelo de ella, el pulgar le acariciaba la barbilla-. ¿Se llevarán a Sadie? ¿Quizá se la devolverán a tu exnovio? ¿Te quedarás con antecedentes policiales que no necesitas ni mereces? -bajó las manos a los hombros de ella, que frotó con gentileza justo en el punto donde la tensión había formado un nudo apretado.

Y ella casi cayó al suelo derretida.

Luego sus dedos subieron por su cuello, piel contra piel. A Danielle se le endurecieron los pezones, lo cual la sorprendió. Hacía mucho tiempo que no se excitaba espontáneamente, y no solo sentía calor y anhelo, también se sentía confusa. Cerró los ojos.

– No me atraparán.

– Tú no te mereces esto, Danielle. Ven conmigo -la boca de él estaba cerca de su oreja. Sus cuerpos se rozaban-. Puedo revelarte ese carrete en mi casa.

– Has dicho que no eres fotógrafo.

– Fotógrafo profesional no. Es solo una afición que heredé de mi padre. Ven conmigo.

¿A su casa?

– No puedo.

– Prefieres volver a dormir en tu coche.

Danielle lo miró a los ojos.

– Yo no he dicho que duerma en el coche.

– No hace falta -retrocedió y empezó a apagar luces con movimientos lentos y seguros, pero a ella no le resultó difícil ver la tensión que expresaba su cuerpo rígido.

Cada vez que pasaba al lado de Sadie, la perra lo miraba muy seria, como si todavía estuviera indagando si se podía confiar en él o no.

Danielle hacía lo mismo.

Al fin, cuando solo quedaba una luz tenue en la zona de recepción, se colocó directamente enfrente de ella.

– ¿Sigues esperando que dé un salto y grite «buuu»?

La joven soltó una risita.

– No tengo miedo de ti.

Pero sí lo tenía. Porque él amenazaba lo único que nunca había amenazado nadie.

Su corazón.

Capítulo Seis

– Si no tienes miedo, entonces es que estás nerviosa -dijo Nick, que parecía enojado, aunque no contra ella. Volvió a tocarla. Le puso una mano en el brazo como si fuera lo más natural seguir tocándola-. Después de lo que has pasado, puedo entenderlo -dijo-. Pero ya puedes dejar de estarlo.

La miró a los ojos.

– No te haré nada que tú no quieras que te haga.

Danielle estuvo a punto de echarse a reír, porque… ¡si él supiera lo que de repente quería que le hiciera!

– No dejas de tocarme -comentó.

– Es verdad -murmuró él, haciendo justamente eso-. Parece que no puedo evitarlo. ¿Te molesta? -mientras hablaba, resbaló una mano por la cintura de ella, hasta colocarla en la parte baja de la espalda.

¿La molestaba? Le alteraba el pulso, que estaba por las nubes.

– ¿Danielle? -le tomó la barbilla con la mano libre.

– No -levantó también una mano y la depositó sobre la de él-. Pero debes saber que no me interesa… -se interrumpió porque sí le interesaba. Le interesaba mucho.

Los dedos de él se posaron en sus labios para detener mentiras futuras. Miró su boca con una intensidad que hizo que a ella se le doblaran las rodillas. En la profundidad de su mirada, leyó una incertidumbre que sabía estaba en concordancia con la suya propia. Aquella sensación extraña e inexplicable lo alteraba tanto como a ella.

Mejor.

Si los dos se ponían nerviosos, podían olvidarse del tema.

– Ven conmigo -dijo él-. Revelaré el carrete, ya lo verás. Duerme un poco. Date al menos esa ventaja, ¿de acuerdo?

Una noche. Era muy tentador. Y luego seguiría su camino… sola con la excepción de Sadie.

Como tenía que ser.

– ¿Una noche?

– Una noche -con la mano todavía en su espalda, se acercó más y tendió la mano por encima de ella para apagar la última luz. Sus pechos se rozaban. Y sus caderas también.

Y todos los puntos intermedios se fundieron juntos. Una noche. La escandalizó darse cuenta de lo que quería hacer con esa noche única.

Nick era fuerte y cálido. Los pezones de ella seguían duros y dolorosos, y no pudo reprimir el sonido que salió de su garganta y que se asemejaba peligrosamente a los que hacía Sadie cuando quería que la acariciaran.

Los ojos de él, oscuros e intensos, se posaron en los suyos.

– ¿Estás bien?

No, no lo estaba. Le ardía el cuerpo. Tenía la sensación de que un alienígena se hubiera apoderado de él. Un alienígena cuyo único propósito fuera conseguir todo el placer posible.

Y no porque a ella no le gustara el placer, sino porque había aprendido a posponerlo ante otras cosas más importantes… como la supervivencia.

– Es solo que… no estoy acostumbrada a… -se interrumpió, avergonzada-. Bueno. Ya sabes.

– Sí -la voz de él era dura, y en las profundidades de sus ojos se percibía cierta oscuridad. Sus dedos se posaron un instante sobre la espalda de ella. Aunque él hablaba con calma, el bulto entre sus muslos, que se apretaba contra el bajo vientre de ella, traicionaba aquella calma-. No puedo evitar mi reacción contigo, Danielle. Eres hermosa. Lista. Fascinadora.

La joven hizo una mueca e intentó apartar la vista, pero él la sujetó con firmeza.

– Me excitas -dijo despacio-. Siempre ha sido así.

– ¿De verdad?

– De verdad. Pero lo que ocurre es que soy capaz de controlarme. Vamos a mi casa a revelar el carrete porque no es buena idea que te quedes aquí. Y vamos a buscar un descanso que necesitas mucho, ¿de acuerdo?

Danielle lo miró largo rato; asintió con la cabeza.

– Sí al carrete y el descanso. Pero lo de quedarme allí no lo sé.

– Cada cosa a su tiempo, entonces.

– Sí -susurró ella.

La sonrisa de él era perezosa… y dulce y cálida al mismo tiempo. Menos mal que la seguía tocando, ya que ella necesitaba su apoyo. Pero, de repente, él se apartó con una mueca.

– Desde el instituto no tenía este problema.

– ¿Problema? -preguntó ella.

La mueca dio paso a una risita nerviosa, y se pasó los dedos por el pelo, despeinándolo, antes de meterse las manos en los pantalones.