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– Quizá solo quieras las casas, coches, criados y dinero. Y el título, por supuesto. No debemos olvidar ese pequeño detalle. Condesa de Asherton. Qué maravilloso partido. Al menos, una de nosotras conseguirá que papá se sienta orgulloso. -Se tendió de lado y apagó la luz de la mesita de noche-. Me voy a dormir. Acuesta a la niña.

– Pen.

– No. Me voy a dormir.

Capítulo 4

– Siempre estuvo claro que Elena Weaver era, en potencia, un número uno -dijo Terence Cuff a Lynley-. Supongo que decimos lo mismo de casi todos los estudiantes, ¿no? ¿Qué harían aquí si no pudieran, en teoría, alcanzar la máxima puntuación en su especialidad?

– ¿Cuál era la de ella?

– Inglés.

Cuff sirvió dos coñacs y tendió uno a Lynley. Señaló con la cabeza tres mullidas butacas agrupadas alrededor de una mesa plegable, situada a la derecha de la chimenea de la biblioteca, una muestra de uno de los aspectos más aparatosos de la arquitectura isabelina tardía, decorada con cariátides de mármol, columnas corintias y el escudo de armas de Vincent Amberlane, lord Brasdown, fundador del colegio.

Antes de llegar al pabellón, Lynley había dado un solitario paseo por los siete patios que albergaban los dos tercios occidentales del St. Stephen College, deteniéndose en el patio de los profesores, donde una terraza dominaba el río Cam. Era muy amante de la arquitectura. Le gustaba fijarse en los detalles característicos del capricho individual de cada período. Y aunque siempre había considerado a Cambridge una mina de extravagancias arquitectónicas (desde la fuente del Patio Grande de Trinity al puente de las Matemáticas de Queen's), descubrió que el St. Stephen merecía una atención especial. Abarcaba quinientos años de diseño, desde el Patio Principal del siglo XVI, con sus edificios de ladrillo rojo y ángulos de piedra franca, hasta el triangular Patio Norte del siglo XX, donde una serie de paneles encristalados deslizantes, enmarcados en caoba brasileña, encerraban la sala de descanso de los agregados, el bar, una sala de conferencias y el colmado. St. Stephen era uno de los colleges más grandes de la universidad, «limitado por los Trinities», como lo describía el folleto de la universidad, con Trinity College al norte, Trinity Hall al sur, y Trinity Lane separando las secciones este y oeste. Solo el río, que corría paralelo a sus límites occidentales, impedía que quedara encajonado por completo.

El pabellón del director se encontraba en el extremo sudoeste de los terrenos pertenecientes al College, contiguo a Garret Hostel Lane y frente al río Cam. Su construcción databa del siglo XVII y, como sus predecesores del Patio Principal, había escapado a la renovación de la fachada con sillería, tan popular en Cambridge en el siglo XVIII. De esta manera, conservaba sus ladrillos exteriores originales y los ángulos de piedra en contrastes. Como gran parte de la arquitectura de aquel período, resultaba una feliz combinación de detalles clásicos y góticos. Su equilibrio perfecto evidenciaba la influencia del diseño clásico. Dos ventanas saledizas se proyectaban a cada lado de la puerta principal, mientras que una hilera de ventanas de gablete, coronadas por frontones semicirculares, surgían de un techo de pizarra inclinado. Las almenas del tejado, el arco puntiagudo que trazaba la entrada del edificio y la bóveda de abanico del techo de la entrada atestiguaban una persistente afición por el gótico. Aquí se había citado Lynley con Terence Cuff, director de St. Stephen y graduado del Exeter College (Oxford), donde Lynley había estudiado.

Lynley vio que Cuff acomodaba su cuerpo larguirucho en una de las mullidas butacas de la biblioteca. No recordaba haber oído hablar de Cuff durante sus años en Oxford, pero, como el hombre era unos veinte años mayor que Lynley, este dato no indicaba que Cuff hubiera fracasado en distinguirse como estudiante.

Hacía gala de una confianza en sí mismo comparable a la desenvoltura con que llevaba sus pantalones de color cervato y la chaqueta azul marino. Estaba claro que, si bien estaba profundamente (y tal vez personalmente) preocupado por el asesinato de una estudiante del College, no consideraba la muerte de Elena Weaver como una demostración de su competencia como responsable de la institución.

– Me alegra que el vicerrector accediera a que Scotland Yard coordinara la investigación -dijo Cuff, dejando su coñac sobre la mesa plegable-. El que Miranda Webberly resida en St. Stephen ayudó. Fue muy fácil darle al vicerrector el nombre de su padre.

– Según Webberly, se produjo cierta inquietud por la forma en que el DIC local se ocupó de un caso el pasado trimestre de Pascua.

Cuff apoyó la cabeza sobre sus dedos índice y medio. No llevaba anillos. Su cabello era espeso y cano.

– Fue un suicidio evidente, pero alguien de la comisaría filtró a la prensa que le parecía un asesinato encubierto. Ya conoce ese tipo de historias, la insinuación de que la universidad está protegiendo a uno de los suyos. Dio lugar a una situación banal pero desagradable, fomentada por la prensa local. Me gustaría evitar que volviera a ocurrir algo semejante. El vicerrector está de acuerdo.

– Pero tengo entendido que la muchacha no fue asesinada en terrenos pertenecientes a la universidad; luego es lógico imaginar que alguien de la ciudad haya podido cometer el crimen. Si tal es el caso, se verán involucrados en una desagradable situación de otro tipo, independientemente de lo que se desee obtener de Scotland Yard.

– Sí. Lo sé, créame.

– De modo que la intervención del Yard…

Cuff interrumpió a Lynley con brusquedad.

– Mataron a Elena en la isla de Robinson Crusoe. ¿La conoce? Se halla a poca distancia de Mili Lane y del centro de la universidad. Hace bastante tiempo que la gente joven la ha elegido como lugar de reunión, para beber y fumar.

– ¿Miembros del College? Me resulta un poco extraño.

– Mucho. No, los miembros del College no necesitan la isla. Pueden beber y fumar en sus salas de descanso. Los graduados pueden ir al Centro de la Universidad. En las habitaciones es posible hacer de todo. Existe cierto número de normas, por supuesto, pero no puedo afirmar que se hagan cumplir con regularidad. Aquellos días en que los superintendentes patrullaban ya son historia.

– Por lo tanto, deduzco que la ciudad es quien hace mayor uso de la isla.

– Del extremo sur, sí. El extremo norte se utiliza para reparar embarcaciones en invierno.

– ¿Embarcaciones del College?

– Algunas.

– Por lo tanto, es posible que estudiantes y habitantes de la ciudad se encuentren en la isla de vez en cuando.

Cuff no se mostró en desacuerdo.

– ¿Un desagradable incidente entre un miembro del College y alguien de la ciudad? ¿Unos cuantos epítetos bien elegidos, la palabra «urbanita» gritada como un insulto, y un asesinato como venganza?

– ¿Cree posible que Elena Weaver se viera mezclada en ese tipo de incidente?

– Está pensando en un altercado que condujo a una emboscada.

– Yo diría que es una posibilidad.

Cuff miró por encima de sus gafas una antigua esfera terrestre que descansaba sobre una de las ventanas saledizas de la biblioteca. La luz de la estancia creaba un duplicado de la esfera, algo deformado, en el imperfecto cristal.

– Para ser sincero, esa teoría no concuerda con el carácter de Elena. Y aunque ese no fuera el caso, aunque estemos hablando de un asesino que la conocía y se emboscó, dudo de que sea alguien de la ciudad. Por lo que yo sé, no sostenía relaciones con nadie de la ciudad lo bastante íntimas como para desembocar en un asesinato.

– ¿Un crimen arbitrario, pues?

– El conserje nocturno afirma que salió del College alrededor de las seis y cuarto. Iba sola. Lo más sensato sería llegar a la conclusión de que una muchacha fue asesinada por un criminal, que no conocía, mientras corría. Por desgracia, me siento inclinado a pensar que ese no es el caso.