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– ¿Cree que fue alguien conocido, un miembro de algún College?

Cuff acercó a Lynley una caja de palisandro que descansaba sobre la mesa y le ofreció un cigarrillo. Lynley declinó la invitación, de modo que encendió uno para él, desvió la vista y dijo:

– Me parece más probable.

– ¿Tiene alguna idea?

Cuff parpadeó.

– Ninguna en absoluto.

Lynley reparó en el tono decidido que subyacía tras las palabras y condujo a Cuff hacia el tema del principio.

– Antes dijo que Elena tenía posibilidades.

– Una afirmación significativa, ¿verdad?

– Tiende a sugerir fracaso antes que éxito. ¿Qué puede contarme sobre ella?

– Estaba en la parte IB * de los exámenes para obtener la graduación en Inglés. Creo que este año el curso se concentraba en la historia de la literatura, pero su tutor se lo podrá decir con mayor exactitud, si es necesario. Se ha ocupado de la adaptación de Elena a Cambridge desde su primer trimestre, el año pasado.

Lynley enarcó una ceja. Conocía el papel desempeñado por el tutor. Era mucho más personal que académico. El hecho de que se hubiera ocupado de Elena sugería problemas de adaptación que sobrepasaban la confusión de una estudiante enfrentada a los misterios del sistema educativo de la universidad.

– ¿Hubo problemas?

Cuff se demoró en tirar la ceniza del cigarrillo en un cenicero de porcelana.

– Más de los esperados. Era una muchacha inteligente y escribía muy bien, pero, nada más empezar el primer trimestre del año pasado, empezó a saltarse evaluaciones, lo cual dio la primera señal de alarma.

– ¿Qué más?

– Dejó de asistir a clases. Acudió a tres evaluaciones, como mínimo, bebida. Pasaba fuera las noches (el tutor le dirá cuántas, si lo considera importante), sin dar cuenta al conserje.

– Imagino que no contemplaron la posibilidad de expulsarla a causa de su padre. ¿El principal motivo de que la admitieran en St. Stephen fue él?

– Solo en parte. Es un distinguido académico, y concedimos especial atención a su hija, por supuesto; pero además, como ya he dicho, era una chica brillante. Sus notas eran excelentes. Su documentación de solicitud era sólida. En conjunto, la entrevista inicial fue más que satisfactoria. Y, al principio, tuvo buenos motivos para encontrar agobiante la vida en Cambridge.

– Y cuando la alarma se disparó…

– El tutor, sus supervisores y yo nos reunimos para trazar un plan de acción. Además de concentrarse en sus estudios, asistir a las clases y entregar hojas firmadas para saber que había acudido a las evaluaciones, insistimos en que mantuviera mayor contacto con su padre, para que él también pudiera seguir sus progresos. Empezó a pasar los fines de semana con él. -Dio la impresión de que le resultaba un poco embarazoso continuar-. Su padre sugirió que podría ser de ayuda permitirle tener un animal doméstico en la habitación, un ratón, de hecho, con la esperanza de que desarrollaría su sentido de la responsabilidad y la obligaría a regresar al colegio por las noches. Por lo visto, le gustaban mucho los animales. Trajimos a un joven de Queen's, un chico llamado Gareth Randolph, para actuar como supervisor y, sobre todo, para que Elena se afiliara a una sociedad apropiada. Su padre no aprobó esta última medida. Se opuso a ella desde el primer momento.

– ¿Por culpa del muchacho?

– Por culpa de la sociedad, Estusor. Gareth Randolph es el presidente, y uno de los estudiantes minusválidos más brillantes de la universidad.

Lynley frunció el ceño.

– Da la impresión de que a Anthony Weaver le preocupaba que su hija se uniera sentimentalmente a un estudiante minusválido.

Un aspecto que también podía dar lugar a problemas.

– No me cabe la menor duda. En mi opinión, mantener relaciones con Gareth Randolph habría sido lo más indicado para ella.

– ¿Porqué?

– Por un motivo evidente: Elena también era minusválida. -Lynley no dijo nada, y Cuff aparentó perplejidad-. Lo sabía, ¿no? Se lo habrán dicho.

– No.

Terence Cuff se inclinó hacia delante.

– Lo lamento muchísimo. Pensé que le habían transmitido toda la información. Elena Weaver era sorda.

Terence Cuff explicó que Estusor era el nombre informal por el que se conocía a la Unión de Estudiantes Sordos de la universidad de Cambridge, un grupo que se reunía cada semana en una sala de conferencias desocupada situada en el sótano de la biblioteca de Peterhouse, al final de Little St. Mary's Lane. En teoría, constituía un grupo de apoyo para los numerosos estudiantes sordos que acudían a la universidad. Por otra parte, sostenían la idea de que la sordera no era una minusvalía, sino una cultura.

– Es un grupo que posee un gran orgullo -explicó Cuff-. Su labor ha sido fundamental a la hora de fomentar una tremenda autoestima entre los estudiantes sordos. No es una vergüenza expresarse mediante signos en lugar de hablar. No saber leer los labios no implica un deshonor.

– Sin embargo, antes ha dicho que Anthony Weaver quería alejar a su hija de ellos. Si era sorda, parece un poco absurdo.

Cuff se levantó y caminó hacia la chimenea, donde encendió los carbones que formaban un montoncito en una cesta metálica. La habitación se estaba enfriando, y aunque la decisión era razonable, daba la impresión de que también servía para ganar tiempo. Tras encender el fuego, Cuff no se movió. Hundió las manos en los bolsillos del pantalón y examinó las puntas de sus zapatos.

– Elena leía los labios -explicó-. Hablaba muy bien. Sus padres, sobre todo su madre, se habían esforzado para que funcionara como una mujer normal en un mundo normal. Querían que aparentara, a todos los efectos y propósitos, ser una mujer capaz de oír. Para ellos, Estusor representaba un paso atrás.

– Pero Elena se expresaba mediante signos, ¿no?

– Sí, pero solo empezó en la adolescencia, cuando su escuela secundaria llamó a Servicios Sociales al no conseguir convencer a su madre de que era necesario matricular a Elena en un programa especial para aprender el lenguaje. Aun así, se le prohibió expresarse por signos en casa, y por lo que yo sé, sus padres jamás se comunicaron por signos con ella.

– Qué extravagancia -musitó Lynley.

– Desde nuestro punto de vista, sí, pero querían que la muchacha se desenvolviera a la perfección en el mundo normal. Podemos estar en desacuerdo con la fórmula empleada, pero el resultado final fue que leía los labios, hablaba y, en último caso, se expresaba mediante signos. Lo logró todo.

– En efecto, pero me gustaría saber a qué mundo se sentía más unida.

El montoncito de carbones crepitó cuando el fuego comenzó a devorarlos. Cuff los repartió con un atizador.

– Ahora comprenderá por qué hicimos ciertas concesiones a Elena. Estaba atrapada entre dos mundos, y como usted mismo ha señalado, no la educaron para adaptarse por completo a uno u otro.

– Es extraño que una persona culta tome una decisión tan peculiar. ¿Cómo es Weaver?

– Un brillante historiador. Una mente lúcida. Un hombre de una integridad profesional sin mácula.

Lynley reparó en que había contestado a su pregunta de una manera indirecta.

– Tengo entendido que espera un ascenso.

– ¿La cátedra Penford? Sí, está en la lista de candidatos escogidos.

– ¿Qué es, exactamente?

– La principal cátedra de la universidad en historia.

– ¿Una oferta prestigiosa?

– Y más. Una oferta para hacer exactamente lo que quiera durante el resto de su carrera. Dar clases cuando y si quiere, escribir cuando y si quiere, aceptar estudiantes graduados cuando y si quiere. Libertad académica completa junto con el reconocimiento nacional, los máximos honores posibles y la estima de sus compañeros. Si le eligen, será la cumbre de su carrera.

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* International Baccalaureate, «Bachillerato internacional», programa preuniversitario de dos años que habilita para continuar estudios en gran cantidad de universidades del mundo, incluidas todas las británicas. (N. del E.)