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—Pueden estar seguros —nos dijo Dajani—, que el pasado es restaurado cada vez que resulta alterado. Los mundos hipotéticos creados por los cambios ilegales dejan de existir retroactivamente en el mismo instante en que el criminal es prendido. Q.E.P.D.

Aquello no explicaba nada. Pero nos fue imposible obtener una explicación mejor.

12

Nos explicaron también que los cambios buenos en el pasado también estaban prohibidos. Docenas de personas habían sido ejecutadas por haber intentado persuadir a Lincoln de que no fuera al teatro aquella noche, o por decirle a Jack Kennedy que debía poner a cualquier precio el cristal del coche a prueba de balas.

Pero fueron eliminados, lo mismo que los asesinos de Jesús y los salvadores de Hitler. Habría resultado tan mortal ayudar a Kennedy a terminar su mandato como apoyar a Hitler para reconstruir el Tercer Reich. El cambio es el cambio, e incluso las alteraciones beneficiosas pueden tener resultados imprevistos y catastróficos.

—Imaginemos —dijo Dajani— que, como Kennedy no fue asesinado en 1963, la escalada de la guerra de Vietnam, que de hecho tuvo lugar bajo su sucesor, no se produjo, y que las vidas de miles de soldados no resultaron perdidas. Supongamos ahora que uno de esos hombres, que de otro modo habría muerto en 1965 o 1966, sale con vida y se convierte en presidente de los Estados Unidos en 1992 y se embarca en una guerra atómica que causa la destrucción de la civilización. ¿Ven ahora por qué incluso las alteraciones aparentemente beneficiosas del pasado deben ser evitadas?

Lo vimos. Lo vimos no sé cuántas veces.

Lo vimos hasta que nos aterró la idea de entrar en el Servicio Temporal, pues nos parecía inevitable cometer antes o después alguna torpeza en el pasado que hiciera caer sobre nosotros la cólera fatal de la Patrulla Temporal.

—No te preocupes por eso —me dijo Sam—. Si uno les hiciera caso, tendrían que aplicar la pena de muerte un millón de veces al día. De hecho, no creo que hayan efectuado más de cincuenta ejecuciones por crimen temporal durante los últimos diez años. Y todos eran locos, tipos que querían hacer algo así como matar a Mahoma.

—Entonces, ¿cómo impide la Patrulla la alteración del pasado?

—No lo hace —me respondió Sam—. Es alterado continuamente. A pesar de la Patrulla Temporal.

—¿Por qué no cambia nuestro mundo?

—Lo hace. Ligeramente —. Sam se echó a reír—. Si un Guía diera antibióticos a Alejandro el Grande y le ayudara a vivir hasta una avanzada edad, sería un cambio intolerable y la Patrulla Temporal lo evitaría. Pero no se molesta en hacer lo mismo con otras muchas cosas. Los Guías encuentran manuscritos perdidos, se acuestan con Catalina la Grande, recuperan objetos para venderlos en otras épocas. Dajani vendía trozos de la Cruz auténtica, ¿verdad? Descubrieron su tráfico, pero no le ejecutaron. Simplemente le retiraron del viaje de la suerte durante un tiempo y le han dedicado a la educación. La mayor parte de los pequeños hurtos ni siquiera son descubiertos.—Su mirada se deslizó de modo distraído hacia su colección de objetos del pasado—. Cuando estés en el oficio, Jud, verás que estamos en continua relación con los acontecimientos pasados. Cada vez que un Guía Temporal pisotea una hormiga en el año 2000 antes de Cristo, cambia el pasado. Sin embargo, seguimos vivos. Esos cerdos estúpidos de la Patrulla Temporal velan por los cambios estructurales de la Historia, pero dejan tranquilos a los tipos normales y corrientes. Tienen la obligación. No hay bastantes Patrulleros para ocuparse de todo.

—Pero eso significa que efectuamos montones de alteraciones menores de la historia poco a poco —dije—. Aquí una hormiga, allí una mariposa, y la acumulación puede llegar a producir un cambio mayor y nadie será capaz de encontrar las causas exactas para poder volver a poner las cosas en su sitio.

—Exactamente.

—No pareces muy preocupado —observé.

—¿Por qué iba a estarlo? ¿Es todo lo que poseo en el mundo? ¿Qué me importa a mí que la historia se altere?

—Te importaría si la alteración provocase el que no existieras.

—Hay que ocuparse de cosas más importantes, Jud. Como, por ejemplo, disfrutar del buen tiempo.

—¿No te asusta saber que algún día podrías dejar de existir así como así?

—Algún día dejaré de existir —replicó Sam—. No hay duda. Tarde o temprano. Mientras tanto, intentaré disfrutar de la vida. Come, bebe y sé feliz, muchacho. Dejemos que el pasado vaya a su aire.

13

Cuando terminaron de meternos el reglamento en el cráneo, nos enviaron al pasado en viajes de ensayo. Naturalmente, ninguno de nosotros había remontado la línea antes del comienzo de las sesiones de instrucción: nos habían probado para ver si el viaje temporal provocaba en nosotros alguna alteración psicológica particular. Había llegado el momento de observar a los Guías de servicio, y nos dejarían acompañar a los grupos de turistas como si fuésemos autoestopistas.

Nos dividieron de modo que no fuésemos más de dos de nosotros por cada seis u ocho turistas. Para evitar gastos, nos mandaron observar lo que pasaba allí mismo, en Nueva Orleáns. (Para hacernos regresar a la batalla de Hastings, por ejemplo, primero tendrían que habernos mandado por avión hasta Londres. El viaje temporal no incluye el viaje espacial; uno debe estar físicamente presente, antes de saltar, en el lugar al que desea regresar.).

Nueva Orleáns es una ciudad muy bonita, pero su historia no cuenta con muchos hechos importantes, de modo que no veía por qué nadie querría pagar mucho dinero para volver por la línea a aquel lugar cuando por casi el mismo importe podía presenciar la Declaración de Independencia, la toma de Constantinopla o el asesinato de Julio César. Pero el Servicio Temporal desea asegurar el viaje a cualquier evento histórico importante —respetando, al menos, ciertos límites— para cualquier grupo formado por un mínimo de ocho turistas que tengan pasta bastante para pagar los billetes, y supongo que los residentes patriotas de Nueva Orleáns también tienen derecho a visitar el pasado de su propia ciudad, si es que es eso lo que quieren.

De aquel modo, Mr. Chudnik y Miss Dalessandro fueron enviados a 1815 para animar a Andrew Jackson en la batalla de Nueva Orleáns. Mr. Burlingame y Mr. Oliveira fueron transportados a 1877 para asistir a la expulsión de los últimos politicastros del norte. Mr. Hotchkiss y Mrs. Notabene partieron a 1803 para ver cómo los Estados Unidos tomaban posesión de Louisiana tras habérsela comprado a Francia. En fin, Miss Chambers y yo remontamos la línea hasta 1935 para presenciar el asesinato de Huey Long.

Los asesinatos suelen terminar muy deprisa y casi nadie remonta la línea para ver y oír un simple disparo. Lo que el Servicio temporal ofrecía a esa gente, en realidad, era una gira por la Louisiana de comienzos del siglo XX con una duración de cinco días que terminaba con el homicidio de Kingfish. Teníamos seis compañeros de viaje: tres parejas adineradas de Louisiana de unos sesenta años. Uno de los hombres era jurista, otro médico, y el tercero uno de los dirigentes de la Sociedad de Energía e Iluminación de Louisiana. Nuestro Guía Temporal era uno de esos pastores que forman la base de la sociedad: un personaje educado y suave llamado Madison Jefferson Monroe.

—Llámenme Jeff —pidió.

Tuvimos varias reuniones preparatorias antes de partir.

—Aquí están sus cronos —nos dijo Monroe—. Deben llevarlos pegados a la piel durante todo el viaje. Una vez se los hayan puesto en el Servicio Temporal, no deben quitárselos hasta haber regresado al presente. Se bañarán con ellos, dormirán con ellos, harán… bueno todas sus funciones intimas sin dejar de llevarlos. La razón debería resultar evidente. Sería muy molesto para la historia que un crono cayera en manos de alguien en el siglo XX; está prohibido que se separen de sus aparatos ni por un solo instante.