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Me comporté como un mal Guía durante el resto de la gira.
Enfermo, abatido, enamorado, turbado, enseñé a los clientes los acontecimientos habituales, la invasión de los venecianos en 1204 y la conquista turca de 1453, de un modo mecánico y carente de interés. Quizá no se dieron cuenta de que no les daba más que lo mínimo, o quizá no les importase. A lo mejor pensaban que era a causa de los problemas generados por Marge Hefferin. Guié la gira, para bien y para mal, y les devolví sanos y salvos al tiempo actual. A continuación, estuve libre.
Me encontraba de nuevo de vacaciones y el deseo atormentaba mi mente.
¿Volver a 1105? ¿Aceptar la oferta de Metaxas, dejar que me presentara a Pulcheria?
La idea me turbaba.
Las reglas de la Patrulla Temporal prohíben categóricamente cualquier tipo de confraternización entre los Guías (o cualquier otro viajero temporal) y la gente que vive en la línea. El único contacto que podemos tener con los que vivan en el pasado debe ser fortuito y breve: comprar unas aceitunas, preguntar por el camino de Santa Sofía, cosas así. Nos está prohibido entablar amistades, tener largas discusiones filosóficas o relaciones sexuales con los habitantes de las épocas precedentes.
Particularmente con nuestros antepasados.
El tabú del incesto no me molestaba demasiado; como todos los tabúes, no era peor que otras cosas, y aunque habría tenido mis dudas respecto a acostarme con mi hermana o mi madre, no encontraba razón convincente que me impidiera acostarme con Pulcheria. Quizá sentía ciertos rescoldos de puritanismo, pero sabía que desaparecerían en el instante en que Pulcheria me dijera que estaba de acuerdo.
Sin embargo, me frenaba la universal disuasión del temor al castigo. Si la Patrulla Temporal me sorprendía manteniendo relaciones con mi multi-tátara-abuela, me enviarían, con toda certeza, al Servicio Temporal, donde quizá fuese encarcelado, corriendo el riesgo de morir a causa de crimen temporal de primer grado, bajo la acusación de haber querido convertirme en mi propio ancestro. Todas aquellas posibilidades me aterraban.
¿Cómo podrían prenderme?
Se me ocurren montones de argumentos. Por ejemplo:
Me presento a Pulcheria. Llego a estar más o menos a solas con ella. Me acerco a su hermoso cuerpo; ella grita; los guardias me cogen y me matan. La Patrulla Temporal, como no me presento después de las vacaciones, me busca, descubre lo que ha pasado, me salva y me acusa de crimen temporal.
O:
Me presento, etc., y seduzco a Pulcheria. En el momento del mutuo orgasmo, su marido entra en la habitación y me empala. Continuación idéntica a la del argumento precedente.
O:
Me enamoro de Pulcheria y juntos vamos a ocultarnos en un lugar remoto de la línea temporal, por ejemplo en el 400 antes de Cristo, o en 1600 de nuestra propia era, y vivimos felices hasta que la Patrulla Temporal nos encuentra y la devuelve a ella a su propio tiempo de 1105 y a mí me acusa de crimen temporal.
O:
Una docena de posibilidades, todas las cuales son rematadas del mismo modo trágico. Así que me resistí a pasar las vacaciones en 1105 rondando alrededor de Pulcheria. En lugar de cometer aquella tontería, para preservar el poco humor que me quedaba en aquella época de desgraciada pasión, firmé para participar en la gira de la peste negra.
Sólo los excéntricos, los paranoicos, los locos y los pervertidos viajan en giras parecidas: no hace falta decir lo fuerte que es la demanda. Pero como Guía de vacaciones, podía dejar fuera a un cliente y meterme en el siguiente grupo.
Hay cuatro excursiones regulares para la peste negra. Una parte de Crimea en 1347 y muestra la epidemia que devastó Asia. El gran momento de esta gira es el asedio de Caffa, un puerto genovés del Mar Negro, por los mongoles Kipshak bajo el mando del khan Janibeg. Los hombres de Janibeg padecían la enfermedad, e hizo catapultar sus cadáveres sobre la ciudad para infectar a los genoveses. Para esta agradable visita hay que reservar plaza con un año de antelación.
Los genoveses llevaron la peste negra hasta el Mediterráneo, y por eso mismo la segunda gira empieza en Italia, en otoño de 1347, siguiendo la progresión de la plaga por el continente. Se ve quemar a muchos judíos, pues en la época de la plaga se pensó que eran ellos los que contaminaban los pozos. La tercera gira nos puede llevar a la Francia de 1348, y la cuarta, a Inglaterra, a finales de la primavera de 1349.
El servicio de inscripciones me colocó en el viaje a Inglaterra. Llegué a Londres a mediodía y me reuní con el grupo dos horas antes de la partida. Nuestro Guía era un hombre alto y delgado llamado Riley, con gruesas cejas y dientes mellados. Parecía un poco extraño, como es imprescindible para especializarse en ese circuito. Me recibió de un modo amistoso, aunque distante, y me dio la ropa especial para el viaje.
El traje constaba más o menos de una escafandra de color negro. Uno lleva un sistema respiratorio artificial estándar que puede facilitar el aire necesario para las dos semanas de la gira. Uno se alimenta mediante un tubo especial y elimina los excrementos de un modo difícil y complicado. La intención es, evidentemente, mantener al viajero al margen del contagioso ambiente. Si los turistas tienen que abrir la escafandra, no pueden hacerlo durante más de diez segundos, pues, en caso contrario, serían abandonados definitivamente en la época de la peste; aunque eso no sería verdad, ningún turista se ha atrevido a jugar al farol con el Servicio Temporal.
Es una de las pocas giras que salen y vuelven a puntos prefijados. No es muy deseable que los grupos de regreso se vayan de paseo con las escafandras portadoras de peste. Para evitarlo, el Servicio ha delimitado con pintura roja las zonas de los saltos durante los períodos medievales afectados por las cuatro giras. Cuando el grupo está listo para volver, uno entra en una zona de salto y desciende por la línea hasta un lugar preciso. Los viajeros se materializan en una sala estanca y estéril; tras retirar la escafandra, uno es totalmente desinfectado antes de recibir la autorización para regresar al siglo XXI.
—Lo que van a ver —declaró Riley con voz siniestra—, no es una reconstrucción, ni una simulación, ni una aproximación. Es la realidad; y no ha sido exagerada en modo alguno.
Remontamos la línea.
40
Vestidos con nuestras escafandras de plástico negro, caminamos en fila india por un paisaje de muerte.
Nadie nos prestaba atención. En tal época, nuestros trajes ni siquiera parecerían raros; el color negro era lo lógico, y el hecho de que fuesen herméticos resultaba aun más lógico. Aunque el tejido de que estaba hecha nuestra ropa resultaba un poco anacrónico para el siglo XIV, nadie demostraba la menor curiosidad. En aquel tiempo, la gente sabia se quedaba en casa y controlaba la curiosidad.
Los que nos vieron pasar debieron pensar que éramos sacerdotes peregrinos. Nuestros oscuros hábitos, nuestra forma de avanzar en fila india, la intrepidez con la que cruzábamos las peores zonas infectadas, todo nos señalaba como hombres de Dios, o de Satanás; pero, de todos modos, ¿quién se habría atrevido a abordarnos?
El tintineo fúnebre y agobiante de las campanas duraba todo el día y la mitad de la noche. El mundo no era otra cosa que un continuo funeral. Una bruma lúgubre cubría Londres; durante toda la duración de nuestro viaje, el cielo permaneció de un color gris ceniciento. La naturaleza no reforzaba el dolor, como quiere el mensaje patético; no, la bruma había sido creada por el hombre, pues millares de hogueras ardían en Inglaterra, consumiendo la ropa, las casas y los cuerpos de los condenados.
Vimos víctimas de la peste en todos los estados de la enfermedad, desde las primeras vacilaciones hasta los últimos temblores, hasta las sudoraciones, las caídas y las convulsiones.