Выбрать главу

No era cosa de dormir. Me senté miserablemente en el borde de la cama, levantándome de vez en cuando para vigilar mi grupo. Los Gostaman dormían. Los Haggins dormían. Palmira, Bilbo y la señorita Pistil dormían también.

A las dos y media de la madrugada, llamaron suavemente a la puerta. Corrí a abrir.

Otro Jud Elliott se encontraba en el umbral.

—¿Quién eres? —le pregunté, preocupado.

—El mismo que se encontraba por aquí hace un rato. El que se fue a buscar ayuda. Somos los dos únicos Jud Elliott, ¿verdad?

—Creo que sí —dije, reuniéndome con él en el pasillo—. ¿Qué tal? ¿Qué ha pasado?

—Hace una semana que me marché. Hemos buscado por toda la línea.

—¿Quiénes? ¿Nosotros?

—Mira, primero me reuní con Metaxas en 1105, como dijiste. Quiere sacarnos del lío. Envió servidores a ver si encontraban a alguien parecido a Sauerabend en 1105.

—No era muy útil, creo.

—Valía la pena probar —añadió mi gemelo—. A continuación, Metaxas descendió al tiempo actual y llamó a Sam por teléfono, que llegó de Nueva Orleáns en compañía de Sid Buonocore. Metaxas avisó también a Kolettis, Gompers, Plastiras, Pappas… a todos los Guías que se ocupan de Bizancio, todo el equipo. A causa de los problemas de la discontinuidad, no pudimos avisar a los que se encontraban en una base temporal en diciembre de 2059, pero, con todo, éramos bastantes. Desde hace una semana seguimos la pista de Sauerabend, año por año, preguntando en los mercados, buscando pistas. Yo lo persigo entre dieciocho y veinticuatro horas diarias. Como los demás. Son maravillosos, ¡son verdaderos amigos!

—En efecto —repliqué—. ¿Qué oportunidades tenemos de encontrarle?

—Bueno, pensamos que no habrá salido de la región de Constantinopla, pero también puede haber llegado a 2059 y estar en Viena, o en Moscú, y desde allí volver a remontar la línea. No podemos insistir. Si no se encuentra en el período bizantino, verificaremos el período turco, luego el prebizantino, luego les preguntaremos a los Guías del tiempo actual que se ocupan de otras giras si pueden buscarle y…

Se encogió de hombros. Estaba agotado.

—Escucha —le dije—, descansa un poco. Tienes que volver a 1105 y quedarte en casa de Metaxas durante unos días. Luego, vuelve aquí y yo participaré en las búsquedas. Podemos estar así indefinidamente. Mientras tanto, mantendremos esta noche de 1204 como punto de referencia. Cuando quieras verme, salta a esta noche y seguiremos siempre en contacto. Puede costarnos varias vidas, pero Sauerabend debe estar en el grupo antes del alba.

—De acuerdo.

—¿Todo claro? Pasa unos días en la villa y vuelve dentro de media hora. Luego, me iré yo.

—Todo aclarado —dijo, saliendo a la calle para saltar.

Volví al dormitorio y proseguí aquella melancólica vela. A las tres de la mañana, Jud B estaba de vuelta y parecía otro hombre. Se le veía afeitado, parecía haberse bañado una o dos veces, llevaba ropa nueva y, visiblemente, había dormido en abundancia.

—Tres días de reposo en casa de Metaxas —dijo—. ¡Magnífico!

—Pareces estar en plena forma. En demasiada buena forma. ¿No habrás ido a reunirte con Pulcheria?

—Ni se me ocurrió. Pero, ¿hubiera importado? No querrás impedirme verla…

—No tienes ningún derecho…—empecé a protestar.

—Yo soy tú, ya lo sabes. No puedes estar celoso de ti mismo.

—Creo que no —concluí—. He sido un estúpido.

—Y yo más estúpido —declaró—. Debí ir con ella cuando estuve por allí.

—En fin, ahora me toca a mí. Pasaré unos días persiguiendo a Sauerabend, luego, me dirigiré a la villa para descansar y recuperarme y quizá disfrute un poco con nuestra bien amada. Espero que no veas ningún inconveniente.

—Todo correcto —suspiró—. Es tan tuya como mía.

—Exacto. Cuando haya terminado, volveré… digamos, a las tres y cuarto. ¿De acuerdo?

Preparamos nuestros horarios para evitar la más mínima discontinuidad en 1105; no quería encontrarme en el mismo tiempo que él, o, peor aún, antes de que él llegase.

Salí del albergue y remonté la línea. Una vez estuve en 1105, alquilé un carro que me condujo a la villa en un hermoso día de otoño.

Metaxas, con los ojos enrojecidos, mal afeitado, me recibió en la puerta preguntándome:

—¿Quién eres? ¿A o B?

—A. B me reemplaza en el albergue de 1204. ¿Cómo van las pesquisas?

—No muy bien —replicó Metaxas—. Pero no pierdas la esperanza. Siempre estaremos contigo. Ven a ver a unos viejos amigos.

51

—No sabéis cuánto lamento causaros tantos problemas —dije.

Los hombres a quienes más respetaba en el mundo se echaron a reír, sonrieron, bromearon y me dijeron:

—No pasa nada, chaval.

Tenían la ropa ajada y sucia. Llevaban trabajando mucho tiempo dura y vanamente para sacarme del problema y aquello resultaba visible. Me habría gustado abrazarles a todos ellos a la vez. A Sambo el negro y a Jeff Monroe con su rostro teatral, y a Sid Buonocore con aquellos ojos llenos de astucia. Pappas, Kolettis, Plastiras. Establecieron un mapa en el que indicaron los puntos en que no habían encontrado a Conrad Sauerabend. El mapa estaba lleno de marcas.

—No te preocupes, muchacho —me dijo Sam—. Le encontraremos.

—Lamento que perdáis vuestro tiempo libre…

—Nos podría haber pasado a cualquiera de nosotros —dijo Sam—. No ha sido culpa tuya.

—¿No?

—Sauerabend alteró el crono cuando le dabas la espalda, ¿no? ¿Cómo ibas a impedirlo? —Sam sonrió—. Te ayudaremos a salir de ésta. Lo mismo nos podría pasar a nosotros.

—Todos para uno —declaró Madison Jefferson Monroe—. Uno para todos. —¿Crees que eres el primer Guía al que se le escapa un cliente? —preguntó Sid Buonocore—. ¡Vaya cosa! Cualquiera que comprenda la teoría del Efecto Benchley puede alterar un crono y utilizarlo manualmente.

—No me lo dijeron…

—No lo van diciendo por ahí. Pero son cosas que pasan. Cinco o seis veces por año, alguien hace un viaje temporal individual a espaldas del Guía.

—¿Qué le pasa al Guía? —pregunté.

—¿Si la Patrulla Temporal descubre lo que pasa? Le despiden —contestó Buonocore con voz átona—. Intentamos cubrirnos mutuamente antes de que la Patrulla se mezcle. Es un trabajo muy penoso, pero hay que hacerlo. Quiero decir una cosa: si no te ocupas de un amigo cuando está en problemas, ¿quién se ocupará de ti cuando los tengas tú?

—Además —precisó Sam—, así nos sentimos casi como héroes.

Examiné el mapa. Buscaban a Sauerabend meticulosamente desde comienzos del período bizantino: de Constantino al segundo Teodosio. Verificaron los dos siglos precedentes al que nos encontrábamos con mucho cuidado. El período intermedio había sido tan sólo objeto de pesquisas al azar. Sam, Buonocore y Monroe pensaban pararse un poco para recobrar las fuerzas; Kolettis, Plastiras y Pappas se disponían a seguir las investigaciones, y estaban preparando una estrategia.

Todo el mundo fue muy amable conmigo durante los debates acerca del modo de atrapar a Sauerabend. Sentí que nacía en mí una cálida gratitud hacia ellos. Mis amigos en la adversidad. Mis compañeros. Mis colegas. Los mosqueteros del tiempo. Mi corazón se abrió. Lancé un corto discurso para decirles cuánto les agradecía sus esfuerzos. Parecieron molestos y me repitieron que era una simple cuestión de camaradería, la regla de oro de la acción.

La puerta se abrió y un personaje entró titubeante, con unas gafas de sol de lo más anacrónicas. ¡Najeeb Dajani, mi antiguo instructor! Frunció el ceño, se dejó caer en una silla e hizo un gesto impaciente para pedir vino, sin dirigirse a nadie en particular.