—¿Qué pasó?
—Ven a verlo tú mismo. Me pone enfermo pensar en ello. Ven, haz lo que tienes que hacer y toda esta pesadilla terminará. ¡Vamos! Salta y únete a nosotros ahí abajo.
—¿A qué hora? —preguntó.
Pensó durante un momento.
—A las doce y veinte de la mañana, más o menos.
Salí del albergue y avancé hasta la muralla, luego ajusté el crono cuidadosamente y salté. El paso de la negra noche a la luz del día me cegó durante un instante; cuando dejé de parpadear, vi que me encontraba ante un trío de sombrío semblante: Sam, Metaxas y Jud B.
—¡Dios mío! —exclamé—. ¡No me digas que hemos hecho otra duplicación!
—Esta vez sólo es la paradoja de la Acumulación Temporal —me explicó mi alter ego—. No es tan grave.
—Pero, si estamos aquí los dos, ¿quién vigila a nuestros clientes en 1204?
Yo estaba tan turbado que no podía razonar.
—¡Idiota! —me dijo con voz seca—. ¡Piensa en cuatro dimensiones! ¿Cómo puedes ser yo mismo y ser tan estúpido? Escucha, yo he saltado aquí desde un punto de aquella noche de 1204, y tú has saltado desde otro punto situado un cuarto de hora más tarde. Cuando volvamos, cada uno lo hará a su punto de partida en la línea. Yo debo volver a las tres y media, y tú a las cuatro menos cuarto, pero eso no significa que ahora no esté allí uno de nosotros.
Mi mirada barrió los alrededores. Vi al menos cinco grupos de Metaxas-Sam-Yo formando un gran semicírculo alrededor del muro. Evidentemente, habían elegido aquel instante con mucho cuidado, dando pequeños saltos para verificar lo que pasaba; la Paradoja Acumulativa les multiplicaba.
—Todavía no consigo comprender perfectamente la continuación regular de…
—¡Déjate ya de la historia de la continuación regular! —me espetó el otro Jud—. ¡Mira hacia allí! ¡Hacia allí, hacia la puerta!
Hizo un gesto para enseñarme la dirección.
Miré.
Vi a una mujer de cabellos grises sencillamente vestida. Reconocí en ella una versión un poco más joven de la mujer que escoltó a Pulcheria Ducas a la tienda de especias aquel día, tan lejano, cinco años antes en la línea. La dueña estaba apoyada contra la muralla de la villa, riendo suavemente. Tenía los ojos cerrados.
No lejos de ella se encontraba una niña de unos doce años que no podía ser otra que Pulcheria, más joven que cuando la conocí. La semejanza era chocante. Aquella niña tenía aún cuerpo infantil, y sus senos eran dos pequeños bultos bajo la túnica, pero era casi idéntica a la magnífica Pulcheria.
Cerca de la niña se encontraba Conrad Sauerabend, vestido de bizantino adinerado.
Sauerabend murmuraba a los oídos de la niña. Agitaba ante su rostro una pequeña chuchería del siglo XXI, un pendiente móvil o algo parecido. Su otra mano la tenía debajo de la falda de la niña y le sobaba, evidentemente, los muslos. Pulcheria fruncía el ceño, pero no hacía movimiento alguno para apartar aquella mano. No parecía saber muy bien lo que quería Sauerabend, pero se sentía fascinada por el juguete y quizá los dedos que la acariciaban no la molestaban tanto como a mí.
—Vive en Constantinopla desde hace poco menos de un año —dijo Metaxas—, y vuelve a menudo a 2059 para vender objetos. Viene todos los días junto al muro para espiar a la chica y a su dueña durante el paseo de mediodía. La niña es Pulcheria Botaniates, y el palacio de los Botaniates se encuentra precisamente allí. Hace una media hora, Sauerabend se ha acercado a ellas. Le ha dado un flotador a la dueña y ella está planeando desde entonces. A continuación, se ha sentado al lado de la niña y ha empezado a engatusarla. Sabe trabajarse a las niñas.
—Es su pasatiempo favorito —expliqué.
—Mira lo que va a pasar ahora —me pidió Metaxas.
Sauerabend y Pulcheria se levantaron y anduvieron hasta la puerta del muro. Nos ocultamos en las sombras para que no nos vieran. La mayor parte de nuestras paradojas habían desaparecido, saltando a otros puntos de la línea para verificar las cosas. Vimos cómo el hombre y la chica pasaban bajo la puerta y salían al campo circundante.
Me dispuse a seguirles.
—Espera —me dijo Sam—. ¿Ves lo que pasa? Es Andrónico, el hermano mayor de Pulcheria. Un joven de unos dieciocho años se acercó. Se detuvo y miró con aire sorprendido a la dueña que retozaba junto al muro. Le vimos arrojarse hacia ella, sacudirla, ponerla en pie. La mujer, sin fuerzas, cayó de nuevo.
—¿Dónde está Pulcheria? —rugió—. ¿Dónde está?
La dueña siguió riéndose.
Desesperado, el joven Botaniates corrió por la calle desierta e inundada de sol, llamando a su joven hermana. Luego, cruzó la puerta.
—Sigámosle —dijo Metaxas.
Al pasar bajo la puerta, percibió a varios grupos de nosotros mismos que ya estaban al otro lado. Andrónico Botaniates corría a derecha e izquierda. Oí una risa infantil salir aparentemente del muro.
Andrónico también la oyó. En el muro se distinguía una brecha, una gruta que se abría al nivel del suelo y que tendría unos cinco metros de profundidad. Corrió hacia ella. Le seguimos, tropezando con una pequeña multitud constituida por nosotros mismos. Seríamos una quincena, cinco ejemplares de cada Guía.
Andrónico penetró en la brecha y lanzó un grito terrible. Un instante más tarde, miré el interior.
Pulcheria, desnuda, con la túnica bajada alrededor de los tobillos, se encontraba en la clásica postura del pudor, con una mano ante los incipientes senos y la otra delante del pubis. Sauerabend se hallaba a su lado, con la túnica abierta. Su pene estaba al aire, dispuesto para el uso. Creo que estaba colocando a Pulcheria en una posición adecuada cuando le interrumpieron.
—¡Esto es un ultraje! —gritó Andrónico—. ¡Una infamia! ¡Seduciendo a una virgen! ¡Mirad todos! ¡Mirad qué monstruosidad, qué crimen!
Tomando a Sauerabend con una mano y a su hermana con otra, los arrastró fuera.
—¡Miradles! —gritó.
Nos apartamos antes de que Sauerabend pudiera reconocernos, pero creo que estaba tan aterrorizado que no habría reconocido a nadie. La pobre Pulcheria, intentando ocultar lo más posible su desnudez, no era más que una masa caída a los pies de su hermano; pero éste intentaba levantarla, exponerla a todos, aullando:
—¡Mirad a la puta! ¡Miradla! ¡Miradla, miradla!
Una considerable multitud se reunió para hacerlo.
Nos apartamos. Tenía ganas de vomitar. Aquel sucio maníaco, aquel puñetero agente de cambio… enseñarle su rojo artilugio a la pobre Pulcheria, obligarla a soportar aquel escándalo…
Andrónico sacó la espada e intentaba matar a su hermana o a Sauerabend, o a los dos a la vez. Pero los testigos se lo impidieron, lanzándose sobre él y arrebatándole el arma. Pulcheria, desesperada al verse exhibida ante tanta gente, empuñó la daga de alguien e intentó arrebatarse la vida, pero la detuvieron justo a tiempo; un viejo, finalmente, le echó la capa por encima. Aquello era un terrible desorden.
—Hemos visto lo que pasó después —me dijo tranquilamente Metaxas—, y luego nos hemos vuelto a esperarte. Te diré todo: la chica estaba prometida a León Ducas, pero a éste le resultaba imposible casarse con ella después de que se la considerara como mancillada, aunque Sauerabend no hubiera tenido tiempo de penetrarla. El matrimonio fue anulado. Su familia, para castigarla por haber dejado que Sauerabend la sedujera hasta el punto de que se quitase la ropa, renegó de ella. Sauerabend tuvo que elegir entre casarse con la chica deshonrada o sufrir la pena prevista para su crimen.
—¿Qué es?
—La castración —contestó Metaxas—. Así que Sauerabend se casó bajo el nombre de Heracles Photis, cambiando la trama de la historia hasta el punto de privarte de una genealogía propia. Cosa que ahora mismo vamos a corregir.