—No a mí —dijo Jud B. Yo he visto más cosas de las que puedo soportar. Me vuelvo a 1204. Debo estar allí a las tres y media de la mañana para decirle a aquel muchacho que venga a ver todo esto.
—Pero… —dije.
—No quieras resolver las paradojas —dijo Sam—. Tenemos trabajo.
—Ven a relevarme a las cuatro menos cuarto —dijo Jud B; y saltó.
Metaxas, Sam y yo coordinamos los cronos.
—Remontemos la línea exactamente una hora —dijo Metaxas—. Terminemos con toda esta farsa.
Saltamos.
60
Con gran precisión y enorme alivio, pusimos término a la comedia.
He aquí cómo:
Saltamos al mediodía de aquella cálida jornada de verano de 1100 y ocupamos nuestras posiciones a lo largo del muro de Constantinopla. Esperamos, intentando ignorar las otras versiones de nosotros mismos que pasaban furtivamente por los alrededores cumpliendo su propia misión.
La niña y la atenta dueña se acercaron.
Mi corazón latía dolorosamente de amor hacia la joven Pulcheria, y me dolían también otras cosas al pensar en la voluptuosa Pulcheria en quien se convertiría.
La niña y la confiada dueña pasaron ante nosotros, una al lado de la otra.
Conrad Sauerabend/Heracles Photis apareció. Ruidos discordantes en la orquesta; torsiones de bigotes; silbidos. Examinó a la joven y a la mujer y se dio una palmada en el grueso vientre. Sacó un pequeño flotador y verificó su punta. Con la mirada concupiscente, se adelantó hacia ella, con la intención de meter el flotador en el brazo de la dueña y, mientras ella planeaba una hora, acercarse libremente a la jovencita.
Metaxas miró a Sam.
Sam me miró.
Nos acercamos por detrás a Sauerabend.
—¡Vamos! —ordenó Metaxas. Y entramos en acción.
Sam el negro se abalanzó sobre Sauerabend y su enorme brazo derecho le rodeó la garganta. Metaxas le sujetó la muñeca izquierda y le echó el brazo hacia atrás, lejos de los controles del crono que le podía permitir escapar. Simultáneamente, yo le agarré el brazo derecho y le obligué a soltar el flotador. Toda aquella maniobra apenas duró un octavo de segundo y tuvo como resultado la completa inmovilización de Sauerabend. Mientras tanto, la dueña eligió, sabiamente, huir, acompañada por Pulcheria, de aquella bronca intempestiva.
Sam metió la mano bajo la ropa de Sauerabend y le quitó el alterado crono.
Le soltamos. Sauerabend, que pensaba que le estaban asaltando algunos bandoleros, me vio y balbuceó algunos monosílabos incongruentes.
—Te creías muy listo ¿verdad? —le pregunté.
Él siguió gruñendo.
—Alteraste el crono, te largaste y creíste que podrías vivir haciendo contrabando ¿eh? ¿Pensabas que no te encontraríamos?
No le dije palabra de las semanas de agotadoras búsquedas que habíamos pasado hasta dar con él. Ni de los crímenes temporales que cometimos para localizarle: las paradojas que dejábamos sueltas por la línea, las inútiles duplicaciones de nosotros mismos. No le dije tampoco que acabábamos de terminar con seis años de su vida como tabernero en otro universo que para nosotros no existía. No le dije nada de toda la cadena de acontecimientos que habrían hecho de él el esposo de Pulcheria Botaniates en aquel inexistente universo, privándome así de mi propia genealogía. Sin embargo todas aquellas cosas no habían pasado. No habría un posadero llamado Heracles Photis que vendiera vino y cordero a los bizantinos de los anos 1100 al 1105.
Metaxas sacó de su túnica un crono suplementario sin manipular llevado especialmente.
—Póntelo —dijo.
Con muy mala cara Sauerabend le obedeció.
—Volvemos a 1204 —dije— casi al mismo momento en que te fuiste. Luego acabaremos la gira y volveremos a 2059. ¡Que Dios te ayude como me causes el menor problema, Sauerabend! No te denunciaré por crimen temporal porque soy muy bueno, aunque un salto sin autorización como el que has dado es un acto criminal; pero si haces cualquier cosa que me irrite desde ahora hasta el momento en que me libre de ti te haré quemar vivo. ¿Queda claro?
Asintió con la cabeza.
Me volví hacia Sam y Metaxas.
—A partir de este momento puedo ocuparme de él yo solo. Gracias por todo. No puedo decir cuánto.
—No lo intentes —respondió Metaxas; y descendieron por la línea.
Ajusté el nuevo crono de Sauerabend y luego el mío; saqué el transmisor.
—Vamos —le dije; y saltamos a 1204.
61
A las cuatro menos cuarto de aquella familiar noche de 1204 remonté una vez más las escaleras del albergue, esta vez en compañía de Sauerabend. Jud B iba de un lado para otro ante la puerta de la habitación. Su rostro se iluminó al ver a mi cautivo. Sauerabend pareció estupefacto al ver a mis dos yoes, pero no se atrevió a decir nada.
—Entra —le dije—. Y no toques el crono o lo lamentarás.
Sauerabend entró.
—La pesadilla ha terminado —le dije a Jud B—. Le hemos atrapado, le hemos quitado el crono y le hemos dado otro. Aquí está. Toda la operación ha durado cuatro horas ¿exacto?
—Más quién sabe cuántas semanas de búsqueda por toda la línea.
—Eso ahora carece de importancia. Le hemos encontrado. Hemos vuelto al punto de partida.
—Pero ahora hay un Jud de más —observó Jud B—. ¿Establecemos turnos?
—Claro. Uno de nosotros se queda con este grupo de payasos, les lleva como estaba previsto a 1453 y vuelve al siglo XXI. El otro se va a casa de Metaxas. ¿Lo echamos a suertes?
—¿Por qué no?
Sacó de la bolsa un besante de Alexis I y me lo enseñó para que comprobase que no estaba trucado. No lo estaba: Alexis en una cara, una representación de Cristo entronizado en la otra. Decidimos que Alexis fuera la cara y Jesús la cruz. Lancé al aire la moneda, la atrapé con un gesto vivo y la coloqué sobre el dorso de la otra mano. Supe, al sentir el borde cóncavo de la moneda contra la piel, que había salido cara.
—Cruz —dijo el otro Jud.
—No hay suerte, amigo.
Le enseñé la moneda. Hizo una mueca y la recogió.
—La gira durará tres o cuatro días, ¿no es cierto? —dijo tristemente—. Luego, dos semanas de vacaciones, que no podré disfrutar en 1105. Eso significa que tardarás en verme llegar a casa de Metaxas dieciséis o diecisiete días.
—Más o menos —asentí.
—Y durante todo ese tiempo harás el amor como un loco con Pulcheria.
—Naturalmente.
—Dedícame una de las veces —dijo, volviendo a entrar en la habitación.
Una vez solo, me apoyé en una columna y me dediqué media hora a recordar todas mis idas y venidas de aquella agitada noche, para asegurarme no aterrizar en un punto discontinuo de 1105. No debía equivocarme y aparecer antes de la captura de Sauerabend, y encontrarme con un Metaxas para quien toda aquella historia fuera, sencillamente… griego.
Calculé el salto cuidadosamente.
Salté.
Me dirigí una vez más a la bonita villa.
Todo había salido a la perfección. Metaxas me estrechó en sus brazos.
—La línea temporal está intacta —dijo—. He vuelto del año mil hace apenas unas horas, pero me ha bastado para efectuar una verificación. La mujer de León Ducas es Pulcheria. Un tal Angelus es el dueño de la taberna que fuera de Sauerabend. Aquí nadie recuerda nada. Puedes estar tranquilo.
—No puedo decirte cuánto lo estoy.
—Pues no hablemos más del asunto, ¿conforme?
—Conforme. ¿Dónde anda Sam?
—Al otro lado de la línea. Ha vuelto al trabajo. Y yo tengo que hacer lo mismo —me dijo Metaxas—. Mis vacaciones se terminan y un grupo de turistas me espera en diciembre de 2059. Me iré durante dos semanas y volveré… —pensó durante unos instantes—… el 18 de octubre de 1105. ¿Qué vas a hacer?