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Llevo aquí tres meses y medio. Según el calendario que tengo al día, estamos a 15 de marzo de 3060 A.P. Eso es, poco más o menos, mil años antes de Cristo. La vida no es muy desagradable. Los habitantes de la zona son pequeños granjeros; quizá sean los restos del imperio hitita; los colonos griegos llegarán dentro de tres siglos. Empiezo a hablar el idioma local; es indo-europeo y lo aprendo deprisa. Como Sam predijo, soy un dios. Primero, cuando me vieron por primera vez, quisieron matarme, pero los asusté con el crono, saltando justo delante de sus narices y ahora no se atreven a molestarme. Con todo, procuro ser un dios benevolente. He descendido a la orilla del río que un día será llamado Bósforo y he rezado largamente, en inglés, para pedir buen tiempo. Los indígenas lo adoran.
Me dan todas las mujeres que quiero. La primera noche, me ofrecieron a la hija del jefe y, desde aquel momento, me he trabajado a toda la población núbil de la aldea. Creo que quieren que me case con una de las hijas, pero antes he de terminar la inspección.
No huelen muy bien, pero algunas son muy apasionadas.
Me siento terriblemente solo.
Sam ha venido a verme tres veces. Metaxas, dos. Los otros no han venido. No les culpo; los riesgos son muy grandes. Mis dos fieles amigos me han traído flotadores, libros, un láser, una gran caja de cubos musicales y muchas más cosas que, sin duda, dejarán perplejos a los arqueólogos.
—Tráeme a Pulcheria —le pedí a Sam—. Sólo una vez.
—No puedo —me contestó.
Y tiene razón. Sería un rapto y eso podría tener graves consecuencias; la Patrulla atraparía a Sam y me destruiría.
Echo de menos a Pulcheria atrozmente. ¿Sabe? Sólo hice el amor con ella aquella noche de 1204, pero tengo la impresión de conocerla muy bien. Ahora, lamento no haberla poseído en la taberna, cuando era Pulcheria Photis.
Mi bien amada. Mi provocativa tátara-tátara-multi-tátaraabuela. ¡No volveré a verte! Nunca más tocaré tu dulce piel, tu… no, no puedo torturarme así.
Intentaré olvidarte. ¡Ay!
Me consuelo, cuando no estoy atareado con mis deberes de deidad, escribiendo mis memorias. Todo está registrado, todos los detalles del modo en que caí aquí. Es un cuento con moraleja: cómo un joven lleno de futuro puede convertirse en una no-persona en sesenta y dos cortos capítulos. De vez en cuando, seguiré escribiendo. Diré lo que es ser un dios hitita. Veamos, mañana es la fiesta de la fertilidad y las diez hijas más bonitas de la aldea vendrán a la casa del dios para que…
¡Pulcheria!
Tengo mucho tiempo para pensar en ti.
También tengo tiempo para pensar en muchas cosas desagradables sobre mi destino final. No creo que la Patrulla Temporal me encuentre. Pero hay otra posibilidad.
La Patrulla sabe que me oculto en alguna parte de la línea, protegido por el Desplazamiento Transitorio.
La Patrulla quiere aniquilarme porque sólo soy producto de una paradoja.
Y la Patrulla tiene poder para hacerlo. Supongamos que despiden a Jud Elliott del Servicio Temporal antes de que comience el último y nefasto viaje. Si Jud Elliott no estuvo en Bizancio en aquella ocasión la probabilidad de mi existencia alcanza el cero absoluto y no estaré protegido por la paradoja del Desplazamiento Transitorio. La Ley de las Paradojas Menores interviene. Y yo desaparezco.
Sé por qué todavía no me han destruido de ese modo. Porque el otro Jud —¡Dios le bendiga!— está siendo juzgado en el presente por crímenes temporales y no pueden impedirle retroactivamente iniciar su viaje hasta que no sea reconocido culpable. Si le declaran culpable supongo que actuarán como pienso. Pero el procedimiento es lento. Jud intentará frenarlo aún más. Sam le ha dicho que yo estaba por aquí y que tenía que protegerme. Puede durar meses, años ¿quién sabe? Él tiene su base temporal y yo la mía; ambos avanzamos hacia el futuro día tras día y todavía sigo aquí.
Solo. Con el corazón desgarrado.
Quizá nunca se ocupen de mí.
O quizá me aniquilen mañana.
¿Quién sabe? Hay momentos en que todo me da igual. Una cosa al menos me tranquiliza. Será la más dulce de las muertes. Ni el menor dolor. Sencillamente me iré donde van las velas cuando uno las sopla. Podría pasar en cualquier momento, y mientras llega seguiré viviendo jugando a ser un dios, escuchando a Bach tomando flotadores, escribiendo mis memorias y esperando el fin. Sí, podría producirse incluso en mitad de una frase y yo…