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- Dime qué otras cosas ha habido en la carretera.

Mientras Robert Jordan lo apuntaba, Anselmo le iba contando todo lo que había pasado ante él por la carretera. Se lo refirió desde el principio, en perfecto orden, con la asombrosa memoria de las personas que no saben leer ni escribir. En dos ocasiones, mientras él hablaba, Pablo tendió la mano hacia la vasija y se sirvió vino.

- Pasó también la caballería que iba a La Granja de vuelta de la colina en donde se batió el Sordo -siguió diciendo Anselmo.

Luego dio el número de heridos que había visto y el número de los muertos que iban sujetos de través sobre las monturas.

- Había un bulto sujeto en una montura que yo no sabía lo que era -dijo-. Pero ahora sé que eran las cabezas. -Y prosiguió en seguida:- Era un escuadrón de caballería. No les quedaba más que un oficial. Pero no era el que pasó por aquí esta mañana, cuando tú estabas con la ametralladora. Ese debía de ser uno de los muertos. Dos de los muertos eran oficiales; lo vi por las bocamangas. Iban atados cabeza abajo en las monturas, con los brazos colgando. Iba también la máquina del Sordo, sujeta a la montura en donde habían puesto las cabezas. El cañón estaba torcido. Y nada más -concluyó.

- Es suficiente -dijo Robert Jordan, y hundió su taza en la vasija de vino.

- ¿Quién, además de ti, ha estado ya más allá de las líneas, en la República? -preguntó Jordan.

- Andrés y Eladio.

- ¿Quién es el mejor de los dos?

- Andrés.

- ¿Cuánto tiempo tardaría en llegar a Navacerrada?

- No llevando carga, y con muchas precauciones, tres horas, si tiene suerte. Nosotros vinimos por un camino más largo y mejor, a causa del material.

- ¿Es seguro que podría llegar?

- No lo sé, no hay nada seguro.

- ¿Ni para ti tampoco?

- No.

«Eso resuelve la cuestión -pensó Robert Jordan-. Si hubiese dicho que podía hacerlo con seguridad, hubiera sido a él seguramente a quien habría enviado.»

- ¿Puede llegar Andrés tan bien como tú?

- Tan bien, o mejor; es más joven.

- Pero es absolutamente indispensable que llegue.

- Si no pasa nada, llegará. Y si le pasa algo, es porque podría pasarle a cualquier otro.

- Voy a escribir un mensaje para enviarlo con él -dijo Robert Jordan-. Le explicaré dónde podrá encontrar al general. Debe de encontrarse en el Estado Mayor de la División.

- No va a entender eso de las divisiones -dijo Anselmo-. A mí todo eso me embrolla. Tendrá que saber el nombre del general y dónde podrá encontrarle.

- Le encontrará, justamente, en el Estado Mayor de la División.

- Pero ¿eso es un sitio?

- Claro que sí, hombre -explicó pacientemente Robert Jordan-. Es el sitio que el general habrá elegido. Es allí donde tendrá su cuartel general para la batalla.

- Entonces, ¿dónde está ese sitio? -Anselmo estaba fatigado y la fatiga le entontecía. Además, las palabras brigada, división, cuerpo de ejército le turbaban siempre. Primero se hablaba de columnas; luego de regimientos y luego de brigadas. Ahora se hablaba de brigadas y también de divisiones. No entendía nada. Un sitio es un sitio.

- Escúchame bien, hombre -le dijo Robert Jordan. Sabía que si no lograba que le entendiera Anselmo, no lograría tampoco explicar el asunto a Andrés-. El Estado Mayor de la División es un sitio que el general escoge para establecer su organización de mando. El general manda una división, y una división son dos brigadas. Yo no sé dónde estará en estos momentos, porque yo no estaba allí cuando lo escogió. Probablemente estará en una cueva, o en un refugio, con hilos telegráficos que lleguen hasta allí. Andrés tendrá que preguntar por el general y por el Estado Mayor de la División. Tendrá que entregar esto al general, o al jefe de su Estado Mayor, o a otro general cuyo nombre yo escribiré. Uno de ellos estará allí, aunque los otros hayan salido para inspeccionar los preparativos del ataque. ¿Lo entiendes ahora?

- Sí.

- Entonces, vete a buscarme a Andrés. Yo, entretanto, escribo el mensaje y lo sello con esto. -Le enseñó el pequeño sello de caucho, con un puño de madera, marcado S.I.M. y el pequeño tampón de tinta en su caja de hierro, no más grande que una moneda de cincuenta céntimos, que sacó de su bolsillo.- Te dejarán pasar al ver este sello. Ahora, vete a buscar a Andrés, para que yo se lo explique. Conviene que se dé prisa; pero, sobre todo, conviene que lo entienda bien.

- Lo entenderá, porque yo lo entiendo; pero conviene que tú se lo expliques muy bien. Todo eso del Estado Mayor y de la División es un misterio para mí. Yo he estado siempre en sitios muy precisos, como una casa. En Navacerrada era un viejo hotel donde estaba el puesto de mando. En Guadarrama era una casa con un jardín.

- Con este general -dijo Robert Jordan- estará muy cerca de las líneas. Será un subterráneo, por causa de los aviones. Andrés le encontrará fácilmente si sabe lo que tiene que preguntar. No tendrá más que enseñar lo que yo le entregaré escrito. Pero ve a buscarle porque conviene que llegue allí en seguida.

Anselmo salió agachándose, para pasar por debajo de la manta, y Robert Jordan empezó a escribir en su cuaderno.

- Oye, inglés -dijo Pablo, con la mirada siempre fija en el tazón del vino.

- Estoy escribiendo -dijo Robert Jordan sin levantar los ojos.

- Oye, inglés -Pablo parecía hablar a la vasija del vino-. No hay por qué desanimarse. Aun sin el Sordo, disponemos de mucha gente para tomar los puestos y volar el puente.

- Bueno -contestó Robert Jordan, sin dejar de escribir.

- Mucha -dijo Pablo-. Hoy he admirado mucho tu juicio, inglés. Pienso que tienes mucha picardía. Eres más listo que yo. Tengo confianza en ti.

Atento a su informe destinado a Golz, tratando de escribirlo con el menor número de palabras posible, haciéndolo al propio tiempo absolutamente convincente, esforzándose por presentar las cosas de modo que le conminase a renunciar al ataque, dándole a entender que ello no se debía a que temiese el peligro en que le colocaba su propia misión y que no era por eso por lo que escribía así, sino solamente para poner a Golz al corriente de los hechos, Robert Jordan no escuchaba más que a medias.

- Inglés -dijo Pablo.

- Estoy escribiendo -repitió Robert Jordan, sin levantar los ojos.

«Debiera enviar dos copias -pensó-; pero entonces no tendríamos bastantes personas para volar el puente, si, de todas formas, hay que volarlo. ¿Qué es lo que sé yo de este ataque? Quizá sea únicamente una maniobra de diversión.