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Por lo general, su mente era una buena compañía y había sido así aquella noche, mientras estuvo pensando en el abuelo. Pero el pensar en su padre le había hecho desvariar. Comprendía a su padre, le perdonaba y le compadecía; pero sentía vergüenza de él.

«Harías mejor en no pensar nada. Pronto estarás con María. Eso es lo mejor que puedes hacer, ya que todo está dispuesto. Cuando se ha pensado mucho en algo no se puede dejar de pensar y el pensamiento sigue volando como un pájaro loco. Harías mejor si no pensaras. Pero suponte, suponte solamente que los aviones llegan y aplastan esos cañones antitanques, que hacen volar las posiciones y que los viejos tanques son capaces de trepar, por lo menos una vez, colina arriba, y que ese bueno de Golz lanza a esa bandada de borrachos, clockards vagabundos, fanáticos y héroes que componen la XIV brigada, y yo sé lo buenas que son las gentes de Durán, que están en la otra brigada de Golz; y suponte que estamos en Segovia mañana por la noche. Sí, sencillamente, imagina eso. Yo elijo La Granja. Pero tienes que volar antes ese puente.»

De pronto se sintió seguro en absoluto de que no habría contraorden. Porque lo que estaba imaginándose hacía un momento era justamente como tenía que parecer el ataque a los que lo habían ordenado. Sí, había que volar el puente; tenía la certidumbre de ello. Y lo que pudiera ocurrirle a Andrés no cambiaba las cosas.

Mientras descendía por el sendero, en la oscuridad, solo, con la agradable sensación de que todo lo que había que hacer había sido hecho y de que tenía cuatro horas por delante para sí mismo, la confianza que había recobrado al pensar en cosas concretas, la seguridad de que tenía que volar el puente, volvió a acometerle de una manera casi reconfortante.

La incertidumbre, la aprensión, como cuando, a consecuencia de un desbarajuste en las fechas, se pregunta uno si los invitados van a llegar o no a la velada, esa sensación que le había acuciado desde la marcha de Andrés, le abandonó subítamente. Estaba seguro de que el festival no sería cancelado. «Es mejor estar seguro -pensó-. Es mucho mejor estar seguro.

Capítulo treinta y uno

Así, pues, se encontraron de nuevo, a una hora avanzada de la noche, de la última noche, dentro del saco de dormir. María estaba muy unida a él y Roberto podía sentir la suavidad de sus largos muslos rozando los suyos y de los senos, que emergían como dos montículos sobre una llanura alargada en torno a un pozo, más allá de la cual estaba el valle de su garganta, sobre la que ahora se encontraban posados sus labios. Yacía inmóvil, sin pensar en nada, mientras ella le acariciaba la cabeza.

- Roberto -dijo María en un susurro-, estoy avergonzada. No quisiera desilusionarte, pero tengo un gran dolor y creo que no voy a servirte de nada.

- Siempre hay algún dolor, alguna pena -replicó él-. No te preocupes, conejito. Eso no es nada. No haremos nada que te cause dolor.

- No es eso; es que no estoy en condiciones de recibirte como quisiera.

- Eso no tiene importancia; es cosa pasajera. Estamos juntos, aunque no estemos más que acostados el uno al lado del otro.

- Sí, pero estoy avergonzada. Creo que esto me pasa por las cosas que me hicieron. No por lo que hayamos hecho tú y yo.

- No hablemos de ello.

- Yo tampoco quisiera hablar de eso. Pero es que no puedo soportar la idea de fallarte esta noche, y había pensado pedirte perdón.

- Escucha, conejito -dijo él-, todas esas cosas son pasajeras y luego no hay ningún problema. Pero para sí pensó que no era la buena suerte que había esperado para la última noche.

Luego sintió vergüenza, y dijo:

- Apriétate contra mí, conejito; te quiero tanto sintiéndote a mi lado, así, en la oscuridad, como cuando te hago el amor.

- Estoy muy avergonzada, porque pensé que esta noche podría ser como lo de allá arriba, cuando volvíamos del campamento del Sordo.

- ¡Qué va! -contestó él-; eso no es para todos los días. Pero me gusta esto tanto como lo otro. -Mentía para ahuyentar el desencanto.- Estaremos aquí juntos y dormiremos. Hablemos un rato. Sé muy pocas cosas de ti.

- ¿Quieres que hablemos de mañana y de tu trabajo? -preguntó ella-. Me gustaría entender bien lo que tienes que hacer.

- No -dijo él, y arrellanándose en toda la extensión de la manta se estuvo quieto, apoyando su mejilla en el hombro de ella, y el brazo izquierdo bajo la cabeza de la muchacha-. Lo mejor será no hablar de lo de mañana ni de lo que ha pasado hoy. Así no nos acordaremos de nuestros reveses, y lo que tengamos que hacer mañana se hará. No estarás asustada…

- ¡Qué va! -exclamó ella-; siempre estoy asustada. Pero ahora siento tanto miedo por ti, que no me queda tiempo para acordarme de mí.

- No debes estarlo, conejito. Yo he estado metido en peores andanzas que ésta -mintió él. Y entregándose repentinamente al lujo de las cosas irreales, agregó-: Hablemos de Madrid y de lo que haremos cuando estemos allí.

- Bueno -dijo ella, y agregó-: Pero, Roberto, estoy apenada por haberte fallado. ¿No hay otra cosa que pueda hacer por ti?

El le acarició la cabeza y la besó, y luego se quedó quieto a su lado, escuchando la quietud de la noche.

- Puedes hablar de Madrid -le dijo, y pensó: «guardaré una reserva para mañana. Mañana voy a necesitar de todo esto. No hay rama de pino en todo el bosque que esté tan necesitada de savia como lo estaré yo mañana. ¿Quién fue el que arrojó la simiente en el suelo, según la Biblia? Onán. Pero no sé lo que pasó después. No me acuerdo de haber oído hablar más de Onán.» Y sonrió en la oscuridad. Luego volvió a rendirse y se dejó llevar de sus ensueños, sintiendo toda la voluptuosidad de la entrega a las cosas irreales. Una voluptuosidad que era como una aceptación sexual de algo que puede venir solamente por la noche, cuando no entra en juego la razón y queda sólo la delicia de la entrega.

- Amor mío -susurró, besándola-. Oye, la otra noche estaba pensando en Madrid y me dije que en cuanto llegase allí te dejaría en el hotel mientras iba a ver a algunos amigos en el hotel de los rusos. Pero no es verdad: no te dejaré sola en ningún hotel.

- ¿Por qué no?

- Porque tengo que cuidarte. No te dejaré jamás. Iremos a la Dirección de Seguridad para conseguirte papeles. Después te acompañaré a comprarte los vestidos que te hagan falta.

- No necesito nada y puedo comprármelos yo sola.

- No, necesitas muchas cosas e iremos juntos. Compraremos cosas buenas y verás lo bonita que estás.

- Yo preferiría que nos quedásemos en el hotel y mandásemos a comprar la ropa. ¿Dónde está el hotel?