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»Pero ¡si no tienes casa ni corral! Y por lo que hace a la familia, sólo tienes un hermano que va mañana al combate, y no posees nada más que el viento, el sol y unas tripas vacías en este momento. El viento, apenas corre. Y no hay sol. Tienes cuatro bombas de mano en tu bolsillo; pero no sirven más que para tirarlas. Tienes una carabina a la espalda, pero no es buena más que para disparar balas. Llevas un papel que tienes que entregar. Y tienes una buena cantidad de estiércol que podrías dar a la tierra, en este momento -pensó, sonriendo, en medio de la noche-. Podrías también mojarla orinándote encima. Todo lo que tienes son cosas que dar. Bueno, eres un fenómeno de filosofía y un hombre muy desgraciado», se dijo, sonriendo de nuevo. Pero, a pesar de todos estos nobles pensamientos, hacía poco que había tenido aquella sensación de alivio que siempre acompañaba al ruido de la lluvia en la aldea la mañana de la fiesta. Más allá, en la cima de la cresta, estaban las posiciones gubernamentales, en donde sabía que iba a ser interpelado.

Capítulo treinta y cinco

Robert Jordan estaba nuevamente en su saco de dormir al lado de María, que no se había despertado en todo el tiempo. Se volvió del otro lado y sintió el cuerpo esbelto de la muchacha contra su espalda, y este contacto se le antojó una ironía en aquellos momentos. «Tú, tú -se decía furioso contra sí mismo-. Sí, tú. Tú te habías dicho la primera vez que le viste que cuando se mostrara amistoso estaría a pique de traicionarte. Tú, tú, especie de imbécil. Tú, condenado cretino. Pero, basta, tienes otras cosas que hacer. ¿Qué probabilidades caben de que haya escondido o arrojado esas cosas en algún sitio? Ninguna. Además, no podrás encontrar nada en la oscuridad. Debe de habérselas llevado consigo. También se llevó dinamita. ¡Oh, el puerco canalla, el cerdo traicionero! El inmundo cochino. ¿No se pudo dar por satisfecho llevándose los detonadores y los fulminantes? Pero ¿cómo he sido yo tan cretino como para dejárselos a esa condenada mujer? El maligno e inmundo puerco. El cochino cabrón. Basta, cálmate.»

Había que aceptar los riesgos y era lo mejor que podía hacerse. «Pero estás cagado -se dijo-. Cagado hasta bien arriba. Conserva tu j… sangre fría, acaba con tu cólera y deja de gemir como una damisela contra el Muro de las Lamentaciones. Se ha marchado. Rediós, se ha marchado. Al diablo ese puerco. Puedes abrirte paso entre la mierda, si quieres. Tienes que arreglártelas como puedas. Tienes que volar ese puente, así tengas que ponerte allí delante y… Bueno, basta ya de ese estilo. ¿Por qué no consultas a tu abuelito? Mierda para mi abuelito. Y mierda para este país de traidores, y mierda para todos los españoles de cualquier bando, y que se vayan todos al diablo. Que se vayan todos a la mierda, Largo, Prieto, Asensio, Miaja, Rojo; todos. Me cago en ellos y que se vayan todos al diablo. Me cago en este j… país de traidores. Me cago en su egoísmo, en su egoísmo, en su egoísmo, en su vanidad, en su traición. Mierda, y al diablo con todos ellos. Me cago en ellos aunque tenga que morir por ellos. Me cagaré en ellos aunque haya muerto por ellos. Me cago en ellos y al diablo con ellos. Dios, mierda para Pablo. Pablo es como todos. Dios tenga piedad de los españoles. Cualquiera de sus dirigentes los traiciona. El único hombre decente en dos mil años fue Pablo Iglesias. Y ¿quién sabe cómo se hubiese comportado en esta guerra? Me acuerdo del tiempo en que yo creía que Largo era un tipo decente. Durruti era un tipo decente, pero sus gentes le mataron en el Puente de los Franceses. Le mataron porque quería obligarlos a atacar. Le mataron en la gloriosa disciplina de la indisciplina. Los cochinos cobardes. Mierda para todos ellos. Y ese Pablo, que se llevó mis fulminantes y la caja de los detonadores. Mierda para él hasta el cuello. Pero no. Es él quien se ha cagado en nosotros. Siempre ha pasado lo mismo, desde Cortés y Menéndez de Avilés hasta Miaja. Fíjate en lo que Miaja hizo con Kleber. Ese cerdo calvo y egoísta. Ese estúpido bastardo de cabeza de huevo. Me cago en todos los cochinos, locos, egoístas y traidores que han gobernado siempre a España y dirigido sus ejércitos. Me cago en todos menos en el pueblo, y cuidado con él cuando llegue al poder.»

Su rabia empezaba a disminuir a medida que exageraba más y más y esparcía más ampliamente su desprecio, llegando hasta límites de injusticia que ni él mismo podía admitir. Si es eso verdad, ¿qué has venido a hacer aquí? No es verdad, y tú lo sabes. Fíjate en todos los que son decentes. No podía soportar el ser injusto. Detestaba la injusticia tanto como la crueldad. Y siguió debatiéndose en la rabia que cegaba su entendimiento, hasta que, gradualmente, la rabia fue mitigándose, hasta que la cólera, roja, negra, cegadora y asesina, fue disipándose, dejando su espíritu tan limpio, descargado y lúcido como el de un hombre momentos después de haber tenido relaciones sexuales con una mujer a quien no ama en absoluto.

«Y tú, tú, pobre conejito -dijo, inclinándose sobre María, que sonrió en sueños y se apretó contra él-. Creo que si hubieras hablado hace un momento te habría pegado. ¡Qué bestia es un hombre enfurecido!»

Se tumbó junto a ella y la cogió en sus brazos; apoyó la barbilla en su espalda y trató de imaginar con precisión lo que tendría que hacer y cómo tendría que hacerlo.

En realidad, la cosa no era tan mala como había supuesto. «Verdaderamente, la cosa no es tan mala. No sé si alguien lo habrá hecho alguna vez; pero siempre habrá gente que lo haga de ahora en adelante en una zarabanda parecida. Si lo hacemos nosotros y si ellos logran enterarse. Si se enteran de cómo lo hemos hecho. Si no, se preguntarán únicamente cómo lo hicimos. Somos demasiado pocos, pero no sirve de nada el preocuparse por ello. Volaré el puente con los que tenga. Dios, me alegro de no estar ya encolerizado. Es como cuando uno se siente incapaz de respirar en medio de una tormenta. Y enfurecerse es uno de esos condenados lujos que no puedo permitirme.»

- Todo está arreglado, guapa -dijo en voz baja, contra la espalda de María-. No has sido molestada por el incidente; ni siquiera has sabido nada de él. Quizá nos maten, pero volaremos el puente. No tienes por qué preocuparte. No es gran cosa como regalo de boda. Pero ¿no se dice que una buena noche de sueño no tiene precio? Has tenido una buena noche de sueño. Procura llevarte esto como un anillo de prometida. Duerme, guapa. Duerme a gusto, amor mío. No te despertaré. Es todo lo que puedo hacer por ti en estos momentos.