- Tovarich Marty -dijo Karkov con su expresión cortés y desdeñosa, mostrando al sonreír su mala dentadura.
Marty se incorporó. No le gustaba Karkov; pero como Karkov era un enviado de Pravda y estaba en relación directa con Stalin, era uno de los tres hombres más importantes de España por entonces.
- Tovarich Karkov -contestó.
- ¿Estás preparando la ofensiva? -preguntó insolentemente Karkov, haciendo un gesto hacia el mapa.
- La estoy estudiando -respondió Marty.
- ¿Eres tú el encargado de dirigirla, o es Golz? -siguió inquiriendo Karkov suavemente.
- No soy más que un simple comisario, como sabes -dijo Marty.
- No -repuso Karkov-; eres muy modesto. Eres un verdadero general. Tienes tu mapa y tus prismáticos. ¿No has sido almirante alguna vez, camarada Marty?
- Fui condestable artillero -contestó Marty. Era una mentira.
En realidad, fue pañolero de proa cuando se amotinó la armada. Pero le gustaba figurarse que había sido condestable artillero.
- ¡Ah!, creía que habías sido pañolero de primera -dijo Karkov-. Siempre tengo los datos equivocados. Es propio de periodistas.
Los otros dos rusos no tomaron parte en la conversación. Miraban el mapa por encima del hombro de Marty y de vez en cuando cambiaban alguna que otra palabra en su lengua. Marty y Karkov, después de los primeros saludos, se habían puesto a hablar en francés.
- Es mejor que tus errores no lleguen a Pravda -dijo Marty.
Lo dijo bruscamente, tratando de recobrar el aplomo. Karkov le deprimía. La palabra francesa es dégonfler, y Karkov le deprimía y le irritaba. Cuando Karkov hablaba, le costaba trabajo recordar su propia importancia dentro del partido. Le costaba trabajo recordar que era también intocable. Karkov parecía que le tocase siempre ligeramente, con suaves botonazos, aunque podía tocarle todo lo que se le antojara. Ahora, Karkov decía:
- Lo corrijo por lo general antes de enviar nada a Pravda. Tengo mucho cuidado con Pravda. Dime, camarada Marty, ¿has oído hablar de un mensaje para Golz de uno de nuestros grupos de guerrilleros que opera cerca de Segovia? Hay allí un camarada norteamericano, llamado Jordan, de quien debiéramos tener noticias. Se nos ha dicho que ha habido combates detrás de las líneas fascistas. Nuestro camarada ha debido de enviar un mensaje a Golz.
- ¿Un norteamericano? -preguntó Marty. Andrés había dicho un inglés. De manera que era él quien estaba equivocado. Pero ¿por qué habían ido a buscarle aquellos idiotas?
- Así es -dijo Karkov, mirándole con desdén-; un joven norteamericano, no muy desarrollado políticamente; pero que se entiende muy bien con los españoles y tiene un expediente muy bueno como guerrillero. Entrégame el despacho, camarada Marty. Ya ha sido detenido bastante tiempo.
- ¿Qué despacho? -preguntó Marty.
Era una pregunta estúpida, y lo sabía. Pero no era capaz de confesar tan de prisa que se había equivocado, e hizo la pregunta aunque sólo fuese para retrasar aquel momento de humillación.
- El despacho del joven Jordan para Golz que está en tu bolsillo -dijo Karkov a través de su mala dentadura.
André Marty se metió la mano en el bolsillo, sacó el mensaje y lo puso sobre la mesa, mirando a Karkov directamente a los ojos. Muy bien, se había equivocado y no había nada que se pudiera hacer para remediarlo; pero no estaba dispuesto a sufrir ninguna humillación.
- Y el salvoconducto también -insistió Karkov suavemente.
Marty puso el salvoconducto al lado del despacho.
- Camarada cabo -llamó Karkov en español.
El cabo abrió la puerta y entró en la habitación. Echó una rápida mirada hacia Marty, que le devolvió la mirada como un viejo jabalí acosado por los perros. No había en su rostro huellas de miedo ni de humillación. Estaba sencillamente encolerizado y había sido acorralado provisionalmente. Sabía que aquellos perros no se harían jamás con él.
- Entrégales esos documentos a esos dos camaradas del cuarto de guardia e indícales el camino para llegar al Cuartel General de Golz -dijo Karkov-. Ya han estado detenidos demasiado tiempo.
El cabo salió y Marty le siguió con la mirada, volviéndola después hacia Karkov.
- Tovarich Marty -dijo Karkov-, voy a averiguar hasta qué punto eres intocable.
Marty le miró de frente y no dijo nada. -No hagas planes sobre lo que vas a hacer con el cabo -prosiguió Karkov-. No fue el cabo quien me habló. Vi a los dos hombres en el cuarto de guardia y me hablaron ellos. -Era una mentira.- Siempre quiero que la gente se dirija a mí. -Aquello era verdad, aunque fue el cabo quien le habló. Pero Karkov creía en los beneficios que podían sacarse de su accesibilidad y en las posibilidades de humanizar las cosas por una intervención benévola. Era la única cosa en la que no era nunca cínico-. Ya sabes que cuando estoy en la U.R.S.S. las gentes me escriben a Pravda si se comete una injusticia en una aldea del Azerbayán. ¿Lo sabías? «El camarada Karkov nos ayudará», se dicen.
André Marty le miró sin que su rostro expresara más que cólera y disgusto. No tenía en su mente otra idea más que la de que Karkov había hecho algo contra él. Muy bien. Por mucho poder que tuviera, Karkov tendría que estar alerta en adelante.
- Hay algo más -continuó Karkov-, aunque siempre se trata de lo mismo. Es preciso que descubra hasta qué punto eres intocable, camarada Marty. Me gustaría saber si no es posible cambiar el nombre de esa fábrica de tractores.
André Marty apartó los ojos y los fijó de nuevo en el mapa. -¿Qué decía el joven Jordan en su mensaje? -preguntó Karkov.
- No he leído el mensaje -contestó Marty-. Et maintenant, fiche-moi la paix,camarada Karkov.
- Bien -dijo Karkov-, te dejo entregado a tus tareas militares.
Salió de la habitación y se fue al cuarto de guardia. Andrés y Gómez se habían marchado ya. Se detuvo un instante mirando el camino y las cumbres que se perfilaban en la luz cenicienta de la madrugada. «Hay que llegar allá arriba -pensó-. Esto va a comenzar muy pronto.»
Andrés y Gómez estaban de nuevo en la motocicleta, corriendo por la carretera, que poco a poco se iba iluminando por la luz del día. Andrés, agarrado al asiento, mientras la moto trepaba por la carretera, en curvas cerradas, envuelta en una bruma gris, que descendía de lo alto del puerto, sentía la máquina deslizarse bajo él. Luego la sintió estremecerse y pararse. Se quedaron de pie, al lado de la moto, en un fragmento de carretera descendente envuelta en bosques. A su izquierda había tanques cubiertos con ramas de pino. Por todas partes había tropas. Andrés vio a los camilleros, con los largos palos de las camillas al hombro. Tres coches del Estado Mayor estaban alineados a la derecha, bajo los árboles, a un lado de la carretera y debajo de una enramada de pinos. Gómez llevó la motocicleta hasta apoyarla en un pino, junto a uno de los automóviles. Se dirigió al chófer que estaba sentado en el coche, con la espalda apoyada en un árbol.