- ¿Te gusta? -preguntó Anselmo.
El viejo estaba sentado cerca del fuego, con la sonrisa en los labios, sosteniendo con sus grandes manos la taza. Movió la cabeza.
- ¿No te ha gustado? -le preguntó Robert Jordan.
- La pequeña ha echado agua dentro -dijo Anselmo.
- Así es como lo toma Roberto -dijo María-. ¿Es que eres tú distinto?
- No -dijo Anselmo-. No soy especial. Pero me gusta cuando quema la garganta según va bajando.
- Dame eso -dijo Robert Jordan a la chica-, y échale de lo que quema.
Vació la taza de Anselmo en la suya y se la dio a la muchacha, que, con mucho cuidado, echó el líquido de la botella.
- ¡Ah! -dijo Anselmo, cogiendo la taza, echando la cabeza hacia atrás y dejando que el líquido le cayera por el gaznate. Luego miró a María, que estaba de pie, con la botella en la mano, parpadeó, haciéndole un guiño mientras los ojos se le estaban llenando de lágrimas-. Eso es -dijo-; eso es. -Se relamió-. Esto matará al gusano.
- Roberto -dijo María, y se acercó a él, teniendo siempre la botella en la mano-, ¿quieres comer ahora?.
- ¿Está lista la comida?
- Lo estará cuando tú quieras.
- ¿Han comido los demás?
- Todos, menos tú, Anselmo y Fernando.
- Bueno, entonces, comamos -dijo-. ¿Y tú?
- Comeré luego, con Pilar.
- Come ahora con nosotros.
No, no estaría bien.
Vamos, come con nosotros. En mi tierra ningún hombre come antes que su mujer.
Eso será en tu tierra. Aquí se estila comer después.
Come con él -dijo Pablo, levantando los ojos de la mesa-; come con él; bebe con él. Acuéstate con él. Muere con él. Hazlo todo como en su tierra.
¿Estás borracho? -preguntó Robert Jordan, deteniéndose delante de Pablo. El hombre de rostro sucio e hirsuto le miró alegremente.
Sí -contestó Pablo-. ¿Dónde está tu país, inglés? Ese país en que los hombres comen con las mujeres.
- En los Estados Unidos, en el Estado de Montana.
- ¿Es allí donde los hombres llevan faldas como las mujeres?
- No, eso es en Escocia.
- Pues oye -dijo Pablo-: cuando lleváis esas faldas, inglés…
- Yo no llevo faldas -dijo Robert Jordan.
- Cuando lleváis esas faldas -prosiguió Pablo-, ¿qué es lo que lleváis debajo?
- No sé lo que llevan los escoceses -dijo Robert Jordan-. Muchas veces me lo he preguntado.
- No, no digo los escoceses -dijo Pablo-; ¿quién ha hablado de los escoceses? ¿A quién importan gentes con un nombre como ése? A mí, no. A mí no se me da un rábano. A ti te digo, inglés. ¿Qué es lo que llevas debajo de las faldas en tu país?
- Ya te he dicho y te he repetido que no llevamos faldas -dijo Robert Jordan-. Y no te aguanto que lo digas ni en broma ni borracho.
- Bueno, pues debajo de las faldas -insistió Pablo-. Porque es bien sabido que lleváis faldas. Incluso los soldados. Los he visto en fotografías y los he visto en el circo Price. ¿Qué es lo que lleváis debajo de las faldas, inglés?
- Los c… -dijo Robert Jordan.
Anselmo rompió a reír, así como todos los que estaban allí. Todos, salvo Fernando. Aquella palabra malsonante,
aquella palabrota pronunciada delante de las mujeres, le pareció de mal gusto.
- Bueno, eso es lo normal -dijo Pablo-. Pero me parece que cuando se tienen c… no se llevan faldas.
- No dejes que vuelva a comenzar, inglés -rogó el hombre de la cara chata y la nariz aplastada, llamado Primitivo-, Está borracho. Dime: ¿qué clase de ganado se cría en tu país?
- Vacas y ovejas -contestó Robert Jordan-. Y en cuanto a la tierra, se cultiva mucho trigo y judías. Y también remolacha de azúcar.
Los tres hombres se habían sentado alrededor de la mesa, cerca de los otros. Sólo Pablo se mantenía alejado, ante su tazón de vino.
El cocido era el mismo de la noche anterior y Robert Jordan comió con mucho apetito.
- ¿Hay montañas en tu país? Con semejante nombre debe de haberlas -dijo cortésmente Primitivo, para sostener la conversación. Estaba avergonzado de la borrachera de Pablo.
- Hay muchas montañas y muy altas.
- ¿Hay buenos pastos?
- Estupendos. En verano se utilizan los prados altos fiscalizados por el Gobierno. En el otoño se lleva al ganado a los ranchos que están más abajo.
- ¿Es la tierra propiedad de los campesinos?
- Las más de las tierras son propiedad de quienes las cultivan. Al principio, las tierras eran propiedad del Estado y no había más que establecerse en ellas declarando la intención de cultivarlas para que cualquier hombre pudiese obtener el título de propiedad de ciento cincuenta hectáreas.
- Dime cómo se hace eso -preguntó Agustín-. Esa es una reforma agraria que significa algo.
Robert Jordan explicó el sistema. No se le había ocurrido nunca que fuese una reforma agraria.
- Eso es magnífico -dijo Primitivo-. Entonces es que tenéis el comunismo en tu país.
- No, eso lo hace la República.
- Para mí -dijo Agustín-, todo puede hacerlo la República. No veo la necesidad de otra forma de gobierno.
- ¿No tenéis grandes propietarios? -preguntó Andrés.
- Muchos.
- Entonces tiene que haber abusos. -Desde luego hay abusos. -¿Pensáis en suprimirlos?
- Tratamos de hacerlo cada vez más; pero hay todavía muchos abusos.