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- María y yo vamos a preparar la marcha -dijo Pilar. Luego susurró a Robert Jordan-: Mírale -señalando a Pablo, que montaba el caballo a la manera de los vaqueros; las narices del caballo se dilataron cuando Pablo reemplazó el cargador de la ametralladora-. Mira el efecto que ha producido en él ese caballo.

. Si yo pudiera tener dos caballos -dijo Jordan con vehemencia.

Ya tienes bastante caballo con lo que te gusta el peligro.

Entonces, me conformo con un mulo -dijo Robert Jordan sonriendo-. Desnúdeme a ése -le dijo a Pilar, señalando con un movimiento de cabeza al hombre tendido de bruces, sobre la nieve- y coja todo lo que encuentre, cartas, papeles, todo. Métalos en el bolsillo exterior de mi mochila. ¿Me ha entendido?

- Sí.

- Vámonos.

Pablo iba delante y los dos hombres le seguían, uno detrás de otro, atentos a no dejar huellas en la nieve. Jordan llevaba su ametralladora en la empuñadura, con el cañón hacia abajo. «Me gustaría que se la pudiera cargar con las mismas municiones que esa arma de caballería. Pero no hay ni que pensarlo. Esta es una arma alemana. Era el arma del bueno de Kashkin.»

El sol brillaba ya sobre los picos de las montañas. Soplaba un viento tibio y la nieve se iba derritiendo. Era una hermosa mañana de finales de primavera.

Jordan volvió la vista atrás y vio a María parada junto a Pilar. Luego empezó a correr hacia él por el sendero. Jordan se inclinó por detrás de Primitivo, para hablarle.

- Tú -gritó María-, ¿puedo ir contigo?

- No, ayuda a Pilar.

Corría detrás de él, y cuando llegó a su alcance le puso la mano en el brazo.

- Voy contigo.

- No. De ninguna manera.

Ella siguió caminando a su lado.

- Podría sujetar las patas de la ametralladora, como le has dicho tú a Anselmo que hiciese.

- No vas a sujetar nada, ni la ametralladora ni ninguna otra cosa.

Insistió en seguir andando a su lado, se adelantó ligeramente y metió su mano en el bolsillo de Robert Jordan.

- No -dijo él-; pero cuida bien de tu camisón de boda.

- Bésame -dijo ella-, si te vas.

- Eres una desvergonzada-dijo él.

- Sí; por completo.

- Vuelve ahora mismo. Hay muchas cosas que hacer. Podríamos vernos forzados a combatir aquí mismo si siguen las huellas de este caballo.

- Tú -dijo ella-, ¿no viste lo que llevaba en el pecho?

- Sí, ¿cómo no? Era el Sagrado Corazón.

- Sí, todos los navarros lo llevan. ¿Y le has matado por eso?

- No, disparé más abajo. Vuélvete ahora mismo.

- Tú -insistió ella-, lo he visto todo.

- No has visto nada. No has visto más que a un hombre. A un hombre a caballo. Vete. Vuélvete ahora mismo.

- Dime que me quieres.

- No. Ahora no.

- ¿Ya no me quieres?

- Déjame. Vuélvete. Este no es el momento.

- Quiero sujetar las patas de la ametralladora, y mientras disparas, quererte.

- Estás loca. Vete.

- No estoy loca -dijo ella-; te quiero.

- Entonces, vuélvete.

- Bueno, me voy. Y si tú no me quieres, yo te quiero a ti lo suficiente para los dos.

El la miró y le sonrió, sin dejar de pensar en lo que le preocupaba.

- Cuando oigas tiros, ven con los caballos, y ayuda a Pilar con mis mochilas. Puede que no suceda nada. Así lo espero.

- Me voy -dijo ella-. Mira qué caballo lleva Pablo.

El tordillo avanzaba por el sendero.

- Sí, ya lo veo. Pero vete.

- Me voy.

El puño de la muchacha, aferrado fuertemente dentro del bolsillo de Robert Jordan, le golpeó en la cadera. El la miró y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sacó ella la mano del bolsillo, le rodeó el cuello con sus brazos y le besó.

- Me voy -dijo-; me voy, me voy.

El volvió la cabeza y la vio parada allí, con el primer sol ¿e la mañana brillándole en la cara morena y en la cabellera, corta y dorada. Ella levantó el puño, en señal de despedida, y dando media vuelta descendió por el sendero con la cabeza baja.

Primitivo volvió la cara para mirarla.

Si no tuviese cortado el pelo de ese modo, sería muy bonita.

- Sí -contestó Robert Jordan-. Estaba pensando en otra cosa.

- ¿Cómo es en la cama? -preguntó Primitivo.

_¿Qué?

- En la cama.

- Cállate la boca.

- Uno no tiene por qué enfadarse si…

- Calla -dijo Robert Jordan. Estaba estudiando las posiciones.

Capítulo veintidós

- Córtame unas cuantas ramas de pino -dijo Robert Jordan a Primitivo- y tráemelas en seguida. No me gusta la ametralladora en esa posición -dijo a Agustín.

- ¿Porqué?

- Colócala ahí y más tarde te lo explicaré -precisó Jordan-. Aquí, así -añadió-. Deja que te ayude. Aquí. -Y se agazapó junto al arma.

Miró a través del estrecho sendero, fijándose especialmente en la altura de las rocas a uno y otro lado.

- Hay que ponerla un poco más allá -dijo-. Bien, aquí. Aquí estará bien hasta que podamos colocarla debidamente. Aquí. Pon piedras alrededor. Aquí hay una. Pon esta otra del otro lado. Deja al cañón holgura para girar con toda libertad. Hay que poner una piedra un poco más allá, por este lado. Anselmo, baje usted a la cueva y tráigame el hacha. Pronto. ¿No habéis tenido nunca un emplazamiento adecuado para la ametralladora? -preguntó a Agustín.

- Siempre la hemos puesto ahí.

- ¿Os dijo Kashkin que la pusierais ahí?

- Cuando trajeron la ametralladora, él ya se había marchado.

- ¿No sabían utilizarla los que os la trajeron?

- No, eran sólo cargadores.

- ¡Qué manera de trabajar! -exclamó Robert Jordan-. ¿Os la dieron así, sin instrucciones?