Выбрать главу

Pilar sonrió y le soltó la mano.

- No le encontrarán nunca. Lo malo es el Sordo. ¿No se puede hacer nada?

- Nada.

- ¡Pobre! -exclamó ella-. Quería mucho al Sordo. ¿Estás seguro, seguro de que está j…?

- Sí, he visto mucha caballería.

- ¿Más de la que vino por aquí?

- Un destacamento más que subía allá arriba.

- Escucha -dijo Pilar-. ¡Pobre, pobre Sordo!

Escucharon el tiroteo.

- Primitivo quería ir -dijo Robert Jordan.

- ¿Estás loco? -preguntó Pilar al hombre de la cara aplastada-. ¿Qué clase de locos estamos criando por aquí?

- Querría ir a ayudarles.

- ¡Qué va! Otro romántico. ¿No te parece que vas a morir lo bastante aprisa sin necesidad de hacer viajes inútiles?

Robert Jordan la miró, observó su cara, ancha y morena, con los pómulos altos, como los de los indios, los ojos oscuros, muy separados, y la boca burlona, con el labio inferior grueso y amargo.

- Pórtate como un hombre -le dijo a Primitivo-. Como una persona mayor. Piensa en tus cabellos grises.

- No te burles de mí -dijo Primitivo hoscamente-. Por poco corazón y poca imaginación que uno tenga…

- Hay que aprender a hacerlos callar -dijo Pilar-. Ya morirás pronto con nosotros, hombre; no hay necesidad de ir a buscar complicaciones con los forasteros. En cuanto a la imaginación, el gitano la tiene para todos. Vaya un puñetero romance que me ha contado.

- Si hubieras visto lo que pasó no hablarías de romance -dijo Primitivo-. Nos hemos escapado por un pelo.

- ¡Qué va! -siguió Pilar-. Algunos jinetes llegaron hasta aquí y luego se fueron y vosotros os habéis creído unos héroes. A eso hemos llegado, a fuerza de no hacer nada.

- ¿Y eso del Sordo no es grave? -preguntó Primitivo con desprecio.

Sufría visiblemente cada vez que el viento le llevaba el ruido del tiroteo, y hubiera querido ir allí o al menos que Pilar se callara y le dejase en paz.

- ¿Total, qué? -dijo Pilar-. Le ha llegado, así es que no pierdas tus c… por la desdicha de los otros.

. Vete a la mierda -dijo Primitivo-; hay mujeres de una estupidez y una brutalidad insoportables.

.-Es para hacer juego con los hombres de pocos c… -replicó Pilar-. Si no hay nada que ver, me iré.

En aquellos momentos, Robert Jordan oyó el rumor de un avión que volaba a gran altura. Levantó la cabeza. Parecía el mismo aparato de observación que había visto a primera hora de la mañana. Volvía de las líneas y se iba hacia la altiplanicie en que el Sordo estaba siendo atacado.

- Ahí está el pájaro de mal agüero -dijo Pilar -. ¿Podrá ver lo que pasa aquí abajo?

- Seguramente -dijo Robert Jordan-. Si no están ciegos.

Vieron al avión deslizarse a gran altura, plateado y tranquilo, a la luz del sol. Venía de la izquierda y podían verse los discos de luz que dibujaban las hélices.

- Agachaos -ordenó Robert Jordan.

El avión estaba ya por encima de sus cabezas y su sombra cubría el espacio abierto, mientras que la trepidación de su motor llegaba al máximo de intensidad. Luego se alejó hacia la cima del valle y le vieron perderse poco a poco hasta desaparecer para surgir de nuevo, describiendo un amplio círculo; descendió y dio dos vueltas por encima de la planicie, antes de encaminarse hacia Segovia.

Robert Jordan miró a Pilar, que tenía la frente cubierta de sudor. Ella movió la cabeza mientras se mordía el labio inferior.

- Cada cual tiene su punto flaco -dijo-. A mí, son ésos los que me atacan los nervios.

- ¿No se te habrá pegado mi miedo? -preguntó irónicamente Primitivo.

- No -contestó ella, poniéndole la mano en el hombro-. Tú no tienes miedo, ya lo sé. Te pido perdón por haberte tratado con demasiada confianza. Estamos todos en el mismo caldero. -Y luego, dirigiéndose a Robert Jordan:- Os mandaré comida y vino. ¿Quieres algo más?

- Por el momento, nada más. ¿Dónde están los otros?

- Tu reserva está intacta, ahí abajo, con los caballos -dijo ella, sonriendo-. Todo está bien guardado. Todo está listo María está con tu material.

- Si por casualidad se presentaran aviones, mételo en la cueva.

- Sí, señor inglés -repuso Pilar-. A tu gitano, te lo regalo, le he mandado a coger setas para guisar las liebres. Hay muchas setas en este tiempo y he pensado que será mejor que nos comamos las liebres hoy, aunque estarían más tiernas mañana o pasado mañana.

- Creo que será mejor comérnoslas hoy, en efecto -respendió Robert Jordan.

Pilar puso su manaza sobre el hombro del muchacho en el sitio por donde pasaba la correa de la metralleta, y levantando la mano le acarició los cabellos luego.

- ¡Qué inglés! -exclamó-. Mandaré a María con los pucheros, cuando estén guisadas.

El tiroteo lejano había concluido casi por completo. Sólo se oía de vez en cuando algún disparo aislado.

- ¿Crees que ha acabado todo? -preguntó Pilar.

- No -contestó Jordan-; por el ruido, parece que ha habido un ataque y ha sido rechazado. Ahora, yo diría que los atacantes los han rodeado. El Sordo se ha guarecido esperando los aviones.

Pilar se dirigió a Primitivo.

- Tú, ya sabes que no he querido insultarte.

- Ya lo sé -respondió Primitivo-; estoy acostumbrado a cosas peores. Tienes una lengua asquerosa. Pon atención en lo que dices, mujer. El Sordo era un buen camarada mío.

- ¿Y no lo era mío? -preguntó Pilar-. Escucha, cara aplastada. En la guerra no se puede decir lo que se siente. Tenemos bastante con lo nuestro, sin preocuparnos de lo del Sordo-. Primitivo siguió mostrándose hosco.

- Debieras ir al médico -le dijo Pilar-. Y yo me voy a hacer el desayuno.

- ¿Me has traído los documentos de ese requeté? -le preguntó Robert Jordan.

- ¡Qué estúpida soy! -dijo ella-; los he olvidado. Mandaré a María con los papeles.

Capítulo veintiséis

Los aviones no volvieron hasta las tres de la tarde. La nieve se había derretido enteramente desde el mediodía y las rocas estaban recalentadas por el sol. No había nubes en el cielo, y Robert Jordan, que estaba sentado sobre un peñasco, se quitó la camisa y se puso a tostarse las espaldas al sol mientras leía las cartas que habían encontrado en los bolsillos del soldado de caballería muerto. De vez en cuando dejaba de leer para mirar a través del valle hacia la línea de pinos; luego volvía a las cartas. No volvió a aparecer más caballería. De vez en cuando se oía algún tiro hacia el campamento del Sordo. Pero el tiroteo era esporádico.