– Utiliza mi bañera.
¿Utilizar su bañera?
¡Utilizar su bañera!
Esa era una oportunidad única.
– ¿No te importaría?
– Con todos mis respetos por la bañera de tu madre, la mía tiene instalada chorros de agua.
– ¿Sí?
Los chorros de agua eran maravillosos. Y muy sexys. Solo le quedaba inventarse algo para que él se metiera en la bañera con ella.
– Sube mientras yo termino aquí -dijo él, señalando la escalera.
Robin aceptó encantada.
Capítulo Seis
Robin estaba en su bañera, pensó Jake mientras descargaba unos cuantos fardos de heno de la camioneta. La cabeza le daba vueltas y le dolían los músculos, pero sabía que el ejercicio lo ayudaría a contenerse. Así evitaría entrar en la casa, subir las escaleras de dos en dos y desnudarse para meterse con ella en la bañera.
Un relámpago encendió el cielo negro. Luego sonó un trueno y las primeras gotas mojaron su camisa. Jake arrojó el último fardo y saltó al suelo.
Luego, sin detenerse a tomar aire, comenzó a ordenar el heno contra las paredes del cobertizo. El heno pinchaba sus manos enguantadas y los músculos le quemaban al levantarlos, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de Robin bailando entre sus brazos. Todavía creía oír su dulce voz, haciendo planes para que Derek y Annie bailaran juntos. Recordaba su perfume v sentía el peso de sus manos pequeñas en los hombros.
Colocó el último fardo.
– Utiliza mi bañera -repitió, haciendo una mueca.
Brillante idea. La receta perfecta para volverse loco. Toma la mujer de tus sueños, la que te acaba de decir que no quiere un beso tuyo y ha dejado claro que no ha venido al pueblo buscando un romance ni nada por el estilo, ponía desnuda en tu habitación y espera a ver cuánto tiempo tardas en volverte loco. La lluvia golpeó el techo de uralita.
Jake se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, salió del cobertizo y cerró la puerta de un golpe. Luego levantó el rostro hacia el cielo con los ojos cerrados y dejó que la lluvia le mojara. Aquellas gotas de agua fría consiguieron calmarlo un poco.
Después de quedarse bajo la lluvia unos minutos, se sacudió el pelo mojado y comenzó a caminar hada el porche trasero. Parecía que la casa estaba a oscuras. Gracias a Dios. Con un poco de suerte, ella se habría marchado.
Pero si no tenía suerte, se estaría cambiando en su dormitorio y él tendría que tirarse al río.
Alargó los pasos, preguntándose si el perfume de Robin habría impregnado sus toallas. Dejó de mirar a la planta de arriba y bajó la vista hacia la cocina. Entonces, se quedó helado.
Robin no se estaba cambiando en su dormitorio y tampoco se había ido a casa.
Había tomado prestada una de sus camisas blancas y estaba en el porche. El agua de la lluvia le había pegado la camisa a la piel, dándole un aspecto increíblemente sexy.
¿Estaba esperándolo?
¿Querría eso decir que había cambiado de opinión respecto a lo de besarlo? Jake aceleró el paso.
Sólo una idiota no se daría cuenta de cómo se le pegaba la camisa al cuerpo. Y Robin no era idiota. Y tampoco parecía una mujer a la que le diera miedo un simple beso. Era una mujer que tenía un letrero en la frente que ponía: «ámame».
Jake cerró los puños y se aconsejó a sí mismo no precipitarse en sus conclusiones. Pero su corazón se encogía a cada paso.
Robin estaba allí en Forever. Y en ese momento, estaba en su jardín. Llevaba ropa suya y no parecía que se fuera a marchar a ninguna parte.
Jake subió las escaleras de dos en dos. Ella se volvió hacia él lentamente, con los ojos muy abiertos. Se había peinado el pelo hacia atrás, resaltando así la suave piel de su rostro y sus rasgos elegantes.
– Te estás mojando -dijo, sorprendiéndose de que su voz sonara normal.
Se quitó los guantes despacio y los dejó sobre la barandilla.
– Tú también -contestó ella con labios temblorosos.
Jake tomó aire y bajó los ojos.
El algodón marcaba sus senos, su vientre y la sombra oscura al comienzo de sus muslos. No llevaba nada debajo de la camisa.
– Debes de tener frío.
A Jake le gustaba que estuviera mojada, pero también que estuviera caliente.
– Vayamos dentro -sugirió, agarrándola de la mano y llevándola consigo.
Jake vio los pequeños puntitos verdes que brillaban en sus ojos y se movían como el agua del río. Le encantaban esos puntitos verdes.
Le secó con un dedo una gota de lluvia y las pestañas densas de Robin descendieron.
– Eres preciosa -susurró-. Siempre lo fuiste.
Los labios de Robin formaron una tímida sonrisa.
– Y tú siempre has sido un caballero.
– No soy un caballero, Robin -puso una mano en su espalda y la apretó contra sí. Si estaba equivocándose, quería saberlo cuanto antes-. Soy sólo un hombre. Un hombre que te ha deseado toda su vida.
Ella no hizo nada. Tampoco se apartó.
Parecía que estaba todo claro.
Jake se agachó para besar sus labios mojados por la lluvia. Lo hizo suavemente al principio, indagando, calibrando todavía la reacción de ella. Jake no estaba preparado todavía para creer que estaba sucediendo aquello. Los labios de ella eran suaves, receptivos y se calentaron rápidamente bajo los suyos.
Mientras la besaba apasionadamente, Jake descubrió que Robin sabía a vino.
Los recuerdos invadieron la mente de Jake, despertando un deseo que encendió su sangre. Apartó los labios y tomó aire.
Entonces la levantó en brazos, la metió dentro de la casa y cerró la puerta con un pie.
Las gotas de lluvia golpeaban los cristales con el mismo ritmo con que latía su corazón.
Jake dejó a Robin en el suelo y la apoyó contra la pared de la entrada. Luego se agachó para seguir besando sus labios hinchados. Se dio cuenta de que la tenía de nuevo entre sus brazos, mojada y excitada. Pero esa vez no tenía intención de comportarse noblemente.
La luz era tenue. Robin olía a limón y a champú…
Jake enterró las manos en su cabello. Ella tocó con la punta de su lengua la de él, que respondió con ciega pasión. Robin gimió y sus manos se posaron en sus brazos.
Jake acarició su espalda y sintió sus pechos contra su cuerpo. Sintió el latido de su corazón y recordó… ¡Oh, Dios mío! Recordó…
Un intenso deseo nubló su mente y todas sus fantasías se hicieron realidad. Robin era dulce, suave e increíble.
– Robin -gimió entre besos desesperados. Quiero…
Quería demasiado. Lo quería todo de ella. Todo. La deseaba con una necesidad tan fuerte que lo aterrorizaba y humillaba al mismo tiempo.
Se apartó y la puso una vez más contra la pared. Ella parpadeó como hipnotizada. Respiraba pesadamente y el latido de su corazón estaba alterado. Sus pezones se remarcaban bajo la fina tela de la camisa.
Jake gimió y cubrió uno de ellos con las manos. Incapaz de contenerse, bajó la cabeza, dispuesto a saborearlo.
– Esto no es lo que… -susurró Robin, enredando los dedos en el pelo de Jake-. Oh, Jake, nunca…
– ¿Quieres que pare? -preguntó sin saber si podría hacerlo.
– ¡No!
– Gracias al cielo -exclamó él, levantándola en brazos y llevándola al dormitorio.
Robin comenzó a temblar al entrar en el dormitorio oscuro. Jake agarró su cabeza y cubrió sus labios con un beso. «Tienes que ser como una apisonadora», se recordó, disfrutando del sabor de Jake. Este había metido una rodilla entre sus muslos y su cuerpo inmediatamente se encendió.
Concentración.
Robin tomó aire y trató de recordar. Besar formaba parte del plan, se dijo, y además era agradable.
La lengua de Jake penetró en su boca y cada músculo de su cuerpo se convirtió en gelatina. Si no fuera por la cama y el brazo de Jake, que la sostenía, se habría derretido en el suelo.