Pero todo iba bien. Los besos de él estaban permitidos para excitarla. Y los suyos para excitarlo a él. A juzgar por el calor de sus cuerpos, los besos estaban cumpliendo su cometido.
Robin echó la cabeza hacia atrás. Los besos apasionados conducían a relaciones sexuales apasionadas y las relaciones sexuales apasionadas conducían a bebés preciosos.
Un bebé precioso era la meta.
Jake capturó su mano y se la metió en la boca. El deseo la estremeció. Tenía que seguir recordando su meta. Un pequeño Jake con ojos de color azul oscuro y pelo negro.
Concentración.
Jake volvió a besarla mientras trataba de desabrocharse la camisa. Como no podía, soltó una palabra significativa y tiró de la tela. Los botones se esparcieron por toda la habitación.
Se la quitó, sin dejar de besar a Robin. Ella tocó su pecho desnudo y sintió el vello fuerte que lo cubría. Jake tenía un pecho ancho y duro, más duro que el chico de dieciocho años, pero, en el fondo, seguía siendo el mismo Jake.
Sus músculos de acero se aflojaron bajo las manos de Robin y ella se sintió a salvo en los brazos de Jake, a los que se aferró como si el mundo pudiera venirse abajo.
A continuación, Jake le desabrochó la camisa con impaciencia. Cuando Robin se quedó desnuda ante él, la apartó para observarla detenidamente.
– Eres preciosa. Todo este tiempo… todos estos años…
Las palabras de él tenían un efecto sedante en ella.
– ¿Sabes lo que me costó rechazarte?
¿Le resultó difícil? A Robin le pareció extraño con lo fuerte y seguro que él parecía, pero se alegraba de que hubiera sido así.
– Tú eres lo que siempre quise -dijo, agarrándola por la barbilla y besándola dulcemente.
Con la mano libre, le acarició el vientre. Luego subió la mano hasta tocar sus pechos desnudos.
Ella se arqueó contra él y agarró sus musculosos bíceps.
Concentración.
Una meta clara.
Podía hacerlo. No se estaba enamorando. Era simplemente que Jake era el que mejor besaba del planeta y, de alguna manera, estaban resolviendo algo que había empezado quince años antes.
Los dedos de él agarraron uno de sus pezones. Robin dejó de razonar y se olvidó de lodo, salvo de las manos y los labios de Jake.
Sin poder contenerse, llevó la mano hacia el botón de los pantalones de Jake. Oyó la respiración pesada de él cuando le bajó la cremallera y dejó al descubierto la potente erección, apenas disimulada por los calzoncillos.
Las manos fuertes de Jake agarraron la parte de atrás de los muslos de Robin y subieron poco a poco. La camisa fría y húmeda refrescaba su piel caliente.
Despacio, Jake la puso sobre la cama. Luego se quitó los vaqueros y los calzoncillos y se tumbó sobre ella.
– Me vuelves loco -dijo con voz ronca.
«Ahora. ¡Ya!», gritó en silencio el cuerpo de Robin. Y cambió de posición las caderas.
Jake se apartó de repente y Robin escuchó el ruido de un cajón al abrirse.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella sin poder contenerse.
– Voy a ponerme un preservativo.
Robin pensó instintivamente en su meta, en que tenía que ser una apisonadora.
Concentración.
– No.
Jake se quedó quieto y la miró confundido.
– ¿No quieres que me ponga preservativo?
– No. De verdad que no -aseguró ella, moviendo las caderas.
– ¿Qué me estás diciendo?
– Que no los necesitas.
– ¿Estás tomando la píldora?
Robin no dijo nada.
Jake apretó los labios.
– No entiendo lo que pasa y necesito una respuesta.
– No necesitas preservativo.
– No es eso lo que te he preguntado. ¿Estás tomando la píldora?
– No.
Jake la miró fijamente. Observó sus pechos y luego bajó la vista hasta donde sus cuerpos estaban unidos. Sus caderas se flexionaron casi imperceptiblemente.
– No, no puedo hacer esto. ¿No estás tomando la píldora y quieres que hagamos el amor sin protección? Tienes que explicármelo.
– Después.
– Ahora -insistió él, agarrándola por las muñecas y mirándola con unos ojos que se habían vuelto casi negros.
– Quiero tener un hijo.
– ¿Qué?
– Un hijo.
– ¿Y por eso todo esto? -Jake cerró los ojos.
– Sí -dijo ella, asintiendo despacio.
– ¿Un hijo mío?
– Sí, un hijo tuyo.
Jake soltó una maldición y se apartó, dejando a Robin con una fría sensación de soledad. Esta se cubrió con la camisa, todavía mojada.
Jake no dijo nada, pero ella pudo oír su respiración.
– ¿Y qué es lo que planeas hacer exactamente con mi hijo?
– Criarlo.
– ¿Dónde?
– En Toronto.
– No en Forever.
– No en Forever -dijo ella con determinación.
Jake se sentó en la cama y se pasó una mano por el pelo. Los músculos de su espalda parecían de acero.
– Yo no soy ningún semental, Robin.
– No es por…
Jake se volvió y la miró con rabia.
– Quieres un semental, no lo intentes arreglar.
– No pensaba que tú…
Jake la interrumpió con una carcajada.
– Te recuerdo que a mí me pagan miles de dólares por uno de mis sementales.
– ¿Quieres dinero? -preguntó ella, pensando en que no podía haber oído bien.
– No seas obscena. Creo que es mejor que te vayas.
– Jake -dijo, agarrándolo suavemente del brazo.
Se apartó como si ella quemara.
– Vete.
– Creo que estás exagerando.
Jake apretó los labios, pero no dijo nada.
Robin quería tener un hijo con él porque lo admiraba y respetaba. Si dejaba de reaccionar como un bruto, ella podía explicar lo buena madre que pensaba ser para el pequeño.
– Si me das una oportunidad…
Jake se levantó y fue hacia la puerta.
– Jake -suplicó.
Jake no le hizo caso.
– Creo que estás exagerando -repitió en voz baja-. Y apuesto a que puedo hacerte cambiar de opinión.
Jake se quedó quieto, con una mano en el pomo de la puerta. La luz del vestíbulo caía sobre su cuerpo desnudo como una cascada. Miró a Robin por última vez, agarró la colcha, con la que se cubrió y movió la cabeza.
– No quiero verte más -le aseguró antes de salir por la puerta.
Decirle a Robin que no quería verla más no había sido muy afortunado. Cuando Jake lo pensó después, más relajado ya, tuvo que admitir que sonaba como un desafío.
E iba a tener que vivir con las consecuencias.
Estaba muy ocupado con la fiesta cuando volvió a ver a Robin. Ella estaba jugando con él. Cada vez que se movía, sus pechos se ceñían seductoramente contra la camiseta, impidiéndole concentrarse en su tarea.
Jake estaba seguro de que ella sabía exactamente el efecto que tenía sobre él. En ese momento, estaba a unos pocos metros, subiendo y bajando los brazos, poniéndose de lado y señalando una decoración imaginaria a Connie y Annie. Cada posición revelaba un nuevo ángulo de su anatomía, a través de la fina camiseta.
Jake sentía la camiseta sudada por la espalda. Agarró la llave inglesa, pero esta se le resbaló y se golpeó la muñeca contra la barra de acero. Soltó una maldición en voz baja y apartó los ojos de Robin.
Robin tenía una encantadora mancha en la mejilla. Seguro que se la había puesto a propósito. Incluso era una mancha bonita.
Lo suficiente como para que él deseara limpiársela. Lo suficiente como para garantizar que él estaría pensando en la textura de su piel toda la mañana del día siguiente.
Jake sacó un tornillo del bolsillo de su cinturón de herramientas y lo metió en el marco de acero. Sí, sabía que ella estaba tratando de seducirlo.
Tendría que haberse imaginado algo así. Una mujer que seducía a un hombre sin la intención de tener una relación estable, sólo con la idea de quedarse embarazada, era capaz de cualquier cosa.