Jake se había quedado aquella noche despierto mucho tiempo, pensando en ella; imaginando que todavía olía su perfume en la cama. No había parada de insultarse por haber llegado a creer que ella podía estar interesada en él. Pero, por otra parle, una voz interior seguía diciéndole que Robin debía tener mucha confianza en él para querer que fuera el padre de su hijo.
Aunque lo cierto era que no había muchas otras oportunidades en Forever.
Bueno, estaba Derek, claro.
Miró a Robin fijamente. ¿Y con quién demonios estaba hablando en ese momento? Precisamente con su amigo Derek.
Quizá Robin no llevara ese día unos pantalones cortos y una camiseta ceñida solo para provocarlo a él. Después de todo, también estaba allí Derek, que era guapo y tenía dinero.
Robin se rio de algo en ese momento y se echó el pelo hacia atrás. Luego hizo un gesto con ambas manos hacia las vigas de acero de la carpa. El movimiento dejó al aire su vientre plano.
Volvió a reír y su risa quedó flotando en la brisa de la noche.
Jake la miró y ella se dio cuenta. Su risa se metió en las entrañas de Jake, que se maldijo y pensó que tenía que detener aquello o se volvería loco.
Así que dejó las herramientas en el suelo y se fue hacia ellos con paso firme y seguro.
– ¿Qué pasa? -preguntó, sorprendida, Robin al ver la rapidez con que se acercaba.
Derek, Annie y Connie se volvieron hacia él con curiosidad.
Jake se detuvo frente a Robin.
– Déjalo ya porque no te va a funcionar.
– ¿Qué no va a funcionar? -quiso saber Connie.
Jake ignoró por completo a Connie.
– ¿Podemos hablar después? -le preguntó Robin, mirándolo con los ojos muy abiertos.
– No, no va a haber ningún después. ¿Lo entiendes?
Robin se quedó con la boca abierta.
– ¿Ha pasado algo, Jake? -le preguntó Derek.
– No, no ha pasado nada.
Y satisfecho, se dio la vuelta para marcharse.
– Jake -dijo Robin, yendo tras él.
– Agarra tus pantalones cortos, tus camisetas ceñidas y tu mejilla sucia y elige a otro -replicó él, acelerando el paso.
– Jake, todo el mundo va a pensar que te has vuelto loco.
– Yo no soy el que está loco.
– ¿No puedes quedarte quieto y tener una conversación civilizada conmigo?
– No.
– Van a pensar que estamos enfadados.
– Estamos enfadados.
– Jacob Bronson, si no quieras que me interroguen tanto Connie como Annie, párate ahora mismo y hablemos.
Jake se detuvo y se dio la vuelta.
– Voy a quedarme un minuto. No voy a decir más que tonterías. Voy a sonreír y tú vas a reírte. Todos nos están mirando, así que creerán que todo se ha arreglado. Luego seguiremos cada uno nuestro camino.
– Jake, si me das una oportunidad, te…
– Dime cualquier tontería, Robin.
– Pero…
– Cualquier tontería o me voy y les dejaré que te interroguen.
– Jake.
Este sucumbió a la tentación y cometió el error de mirarla a los ojos.
– ¡Por favor!
– No.
– Déjame que me explique…
– No lo entiendes. Si te doy la más mínima oportunidad…
Se detuvo. El viento alborotó su cabello, brillante por el sol e incluso en ese momento, tenía que hacer un esfuerzo por no abrazarla.
– Si te doy la más mínima oportunidad, no podré contenerme y terminaré haciendo el amor contigo.
– ¿Y sería tan malo?
¿Sería posible que no lo entendiera? Si ella se marchaba con un hijo suyo en sus entrañas, le destrozaría el corazón para siempre. El jamás sería feliz con otra mujer y ningún hijo podría sustituir al primero.
– Ríete, Robin. Tu minuto ha pasado -le ordenó, forzando una sonrisa.
Capítulo Siete
Robin había perdido más que un minuto. También había perdido la única oportunidad de ayudar a Jake a entenderla. Le quedaban cuarenta y ocho horas de fertilidad, pero a juzgar por la actitud de Jake, tampoco iba a aprovecharlas.
Así que volvería a Toronto el lunes y tendría que empezar a buscar otro padre para su hijo. Aquel era un pensamiento deprimente. Ya no podía imaginarse tener un hijo más que con Jake.
Quizá si le diera tiempo, cambiaría de opinión. Si se relajara un poco y pensara en todo lo que ella podía ofrecer a su hijo, la ayudaría a tenerlo.
De momento, y dado su cambiante humor, lo mejor que podía hacer era dejarlo en paz.
– Yo también tomaré un té -dijo Annie alegremente a la camarera mientras se sentaba frente a Robin-. Hoy llevarán el tanque de helio y elevarán un globo.
– Estupendo -contestó Robin, sin mucho entusiasmo.
Se concentraría en la fiesta que daba su abuela aquel día, y si Jake al día siguiente no había cambiado de opinión… bueno, sería su problema.
En ese momento, sonó la campanilla de la puerta y apareció Derek.
– Hola, Robin. Hola, Annie -las saludó, haciéndose paso entre las mesas.
Iba acompañado de Jake, que se quedó mirando a Robin como si esta tuviera escondida una serpiente.
– Los van der Pol te adoran -aseguró Derek, sonriendo a Robin y llamando a la camarera.
Esta se acercó a la mesa y les tomó nota. Una hamburguesa para Derek y té para Annie y Robin. Jake no quería nada.
Cuando la camarera se fue, Robin miró a Annie y luego a Derek. Si del baile de la noche anterior había nacido un romance, no lo demostraban. Ambos estaban sentados relajadamente, uno al lado del otro, como viejos amigos.
Jake, por su parte, seguía muy serio y su hostilidad le parecía ridícula a Robin. Se había sentado en un extremo del banco para no tocarla. ¡No se iba a quedar embarazada por sentarse a su lado!
– No sigas enfadado -le susurró.
– No estoy enfadado.
– ¿Qué pasa? -preguntó Derek.
– Le estaba preguntando a Jake por qué no come nada.
– Volviendo a los van der Pol, les voy a llevar hoy a dar un paseo y me gustaría que te vinieras con nosotros.
– ¿Al río? -preguntó después de dar un sorbito a su té.
– Sí, pero llegaremos hasta Hillstock Valley. Quieren dar un paseo y hacer fotos de los métodos de siembra. En Europa ahora están muy de moda los productos ecológicos. ¿Qué me dices? ¿Te vienes de traductora?
Robin miró a Annie, que se estaba tomando su té muy despacio.
– ¿Por qué no vas tú?
– Annie no sabe holandés -dijo Derek muy serio.
– Lo sé, pero yo tengo que hacer un par de cosas esta tarde. ¿Por qué no te la llevas y luego me reúno con vosotros?
Jake tosió.
– ¿Quieres venir, Annie? -preguntó Derek.
– Claro -contestó Annie, sonriendo.
Pero Robin no sabía si sus esfuerzos estaban sirviendo para algo. Finalmente, quedaron en que Robin se encontraría con ellos a las tres. Iría en barca.
Eran las tres y media cuando Robin embarcó. Pasó el primer recodo y se dirigió hacia la playa de las chicas. El agua lamía dulcemente la orilla. Robin observó los árboles, cuyas hojas había dorado el viento del norte. También contempló el rojo de la flor de los arándanos. Se había olvidado de la belleza del otoño.
Casi pudo oír la risa de las chicas y se preguntó si seguirían con la misma costumbre de irse a bañar la noche de la graduación. Pensó que le gustaría que así fuera.
Llegó a un punto llamado Fox Creek y puso rumbo al centro del río. Ayudada por la corriente, llegó en seguida al lugar donde el cauce se bifurcaba. Tomó el tramo que conducía a Hillstock Valley.
Pasó al lado de la casa del guarda y vio unos animalillos de cola corta que bebían junto a la orilla. Robin dejó escapar un suspiro. Durante aquellos años, se había olvidado de la paz que inspiraba el río Forever.
Pasadas unas millas, cuando oyó el grito de un águila, una sensación de inquietud la invadió.
Nada había cambiado. Bueno, el río se había hecho más estrecho y el agua más ruidosa y agitada. Pero había algo más, algo que Robin no podía explicar.