– Cuéntame qué te ha pasado -le preguntó para tratar de pensar en otra cosa.
– Me equivoqué de camino -explicó ella, que estaba empezando a entrar en calor.
Jake pensó en lo bien que estaban allí los dos, abrazados antes aquella hoguera. ¿Por qué no podía durar aquello para siempre?
– Creí que me acordaba del río -prosiguió ella-, pero evidentemente no era así -levantó la cabeza y lo miró con sus bellos ojos verdes-. Gracias por haber venido a buscarme.
– De nada -susurró él, observando que los labios de ella ya habían recobrado su color normal.
Jake no pudo resistir la tentación de besarlos e inclinó la cabeza sobre la de ella. Robin los abrió y él la besó despacio.
Fue un beso largo y dulce, carente de la lujuria del que se habían dado la noche anterior.
– Eres todo un caballero, Jake -susurró ella.
Él sonrió melancólicamente, pensando en que no estaba seguro de querer seguir siendo un caballero. Quizá fuera mejor convertirse en su amante.
– Tu caballero, Robin -respondió y luego le dio otro beso, aún más casto que el anterior.
Jake sintió que aquella era la última vez que la tendría entre sus brazos.
En la distancia, empezó a sonar un motor. Al parecer, el mundo real volvía a hacer acto de presencia. Jake la abrazó, consciente de que ese mundo real la apartaría de su lado.
Robin se acurrucó en el sillón de su madre. Vestida con un pantalón de chándal y un jersey de lana, había entrado finalmente en calor. Frente al fuego de la chimenea, se tomaba una taza de chocolate bien caliente.
Tenía que admitir que le encantaba estar con su familia. Había estado mucho tiempo sola.
Una vez pasaron las dos horas que había dado de margen a Jake, Derek había alertado a la familia. Por lo que cuando la habían visto llegar sana y salva, le habían dado un cálido recibimiento. Jake, algo avergonzado por la manera tan efusiva en que le dieron las gracias por rescatarla, no tardó en irse.
Robin se preguntó por qué se habría ido y qué estaría haciendo. Lo echaba de menos.
– Quiero que me leáis el de la señora Winklemyer y el Pez Gigante -gritó Bobbie, entrando en el salón con un libro en las manos.
Después del pequeño, entraron Connie y Robert, que llevaba a su otro hijo en brazos.
Robin, al ver allí a toda la familia, deseó más que nunca tener a su propio hijo. En esos momentos le gustaría poder estrecharlo entre sus brazos.
Aquello le hizo acordarse del modo en que la había abrazado Jake en la playa poco antes. Le había hecho sentirse de un modo especial.
De pronto, le entraron ganas de ir a buscarlo para pedirle que volviera a abrazarla.
Pero sabía que no podía hacerlo. Todavía quería tener un hijo de él y sabía que tenía que darle tiempo para pensarlo.
Mientras Robert se sentaba junto a Bobbie y comenzaba a leerle el cuento, ella cerró los ojos y comenzó a soñar con tener un pequeño entre sus brazos.
La carpa estaba iluminada por cientos de bombillas. Jake, lleno después de la copiosa cena, se sirvió un vaso de ponche.
Los carpinteros de Derek habían hecho una pista de baile y la banda de Patrick Moore estaba tocando desde un pequeño escenario.
En esos momentos. Alma May y Eunice estaban cortando el enorme pastel que habían preparado y los niños estaban rodeando la mesa para conseguir un pedazo.
Jake se quedó mirando a Robin, que estaba sentada al lado de Connie, justo enfrente de él y Derek. Estaba muy guapa con un vestido plateado sin mangas.
Poco después, empezaron a tocar un vals y Derek se levantó.
– Voy a sacar a bailar a Annie.
Al rato, la pareja estaba dando vueltas por la pista de baile. Annie tenía una sonrisa radiante y apretaba su mejilla contra el pecho de Derek. Jake se sintió de repente celoso. Al parecer, Robin tenía razón y su amigo iba a conseguir una esposa en Forever.
En un momento dado, Annie levantó la cabeza hacia Derek y él se inclinó para besarla. Jake apartó la mirada inmediatamente, pero la gente alrededor de ellos no parecieron igual de pudorosos, porque irrumpieron en un espontáneo aplauso.
Annie se sonrojó mientras Derek la abrazaba y la besaba en la frente. Era evidente que aquello acabaría en boda.
Jake, entonces, miró a Derek y levantó su copa en un silencioso brindis.
Luego decidió que él también tendría que sacar a bailar a Robin. Al acercarse donde Eunice estaba cortando los últimos trozos de pastel, ella levantó la cabeza hacia él.
– Jake, ¿quieres un poco?
– No, gracias. Lo que quiero es sacar a bailar a una de tus hijas.
– ¿A cuál?
– A la que no está casada.
– Buena elección.
Jake le guiñó un ojo y luego se volvió hacia Robin.
– ¿Robin?
– ¿Sí?
– ¿Bailamos? -le preguntó, tendiendo una mano en su dirección.
Ella se giró hacia sus familiares, que le hicieron un gesto para animarla a aceptar. Jake se dio cuenta de que contaba con el apoyo de todos ellos.
Robin aceptó la mano de él, que la condujo hasta la pista de baile.
– ¿Has visto a Annie y Derek? -le preguntó él, abrazándola.
– ¿Dónde están?
– Bailando juntos.
Robin sonrió.
– Cuando me vuelva -añadió él-, aprovecha para mirarlos.
– Oh -dijo ella al verlos por encima del hombro de él.
– Creo que ha funcionado.
– Ya lo creo -asintió Robin.
– Sí, me alegro mucho -pero no tanto como se alegraría si él consiguiera hacer lo mismo con Robin-. ¿Se lo está pasando bien Alma May?
– Claro que sí. Es una fiesta estupenda.
– ¿Te alegras de haber vuelto a casa?
– Sí.
– Yo también.
Ella se puso rígida y Jake decidió que tenía que ir poco a poco. Debía esperar un poco para confesarle que estaba enamorado de ella.
Se dio cuenta de que algunas parejas a su alrededor habían empezado a mirarlos. Era evidente que se estaban preguntando cuáles serían sus intenciones.
Así que aprovechó para acariciar la espalda de ella, que el escote del vestido dejaba casi por entero al descubierto.
La apretó contra su pecho y ella, entregada, soltó un suspiro y cerró los ojos mientras se dejaba llevar.
– Estás preciosa -susurró él.
– Gracias.
– En serio, estás realmente guapa.
– Ya veo que sigues siendo el caballero de siempre -contestó ella, pero Jake se dio cuenta de que el piropo la había afectado.
No pudo contenerse y la besó en el pelo. Entonces, levantó la cabeza y se fijó en el gesto de la señora Pennybroke. A juzgar por su expresión, la mujer debía estar haciendo los preparativos para una doble boda.
– ¿Jake?
– ¿Sí?
– ¿Qué vas a hacer después del baile?
– No sé, ¿por qué?
– ¿Quieres que vayamos a dar un paseo?
– Claro.
Al terminar la canción, ella se separó.
– Gracias -dijo.
– No, gracias a ti -repuso él, besándola en los labios.
– ¡Jake! -protestó ella, mirando a su alrededor.
– ¿Qué?
– Que van a pensar que…
– Que piensen lo que quieran.
– Pero…
– No somos unos críos, Robin. Así que no es asunto suyo -aseguró él, abrazándola para seguir bailando.
Pero afortunadamente, sí que era asunto de ellos y, a partir de entonces, nadie les quitó ojo mientras bailaban.
«¡Que Dios los bendiga!», pensó Jake.
Alma May se marchó hacia las once y Jake pensó que, después de bailar tres canciones con Robin, ya habían dado suficiente espectáculo. Además, apenas podía aguantar el deseo que lo había invadido al estar abrazado a ella durante todo ese tiempo.
Decidiendo que ya era hora de que se quedaran solos, condujo a Robin fuera de la carpa. La noche era fresca y el cielo estaba lleno de estrellas. Ella se quitó los zapatos de tacón alto y pisó la hierba con los pies cubiertos por unas medias.