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En esos momentos, él y Derek estaban en la puerta de la iglesia, esperando la llegada de Robin, de Annie y del padre de esta. Cuando aparecieron, entraron todos juntos en el vestíbulo de la iglesia.

– Primero la dama de honor -les instruyó el pastor-. En cuanto la música empieces a sonar… muy bien… ahora.

Después de hacerle un comentario entre risas a Annie, Robin entró en el pasillo central y comenzó a andar hacia el altar. Su mirada vagó del órgano a las vidrieras. Todo con tal de no mirar a Jake.

Pero a medio camino, no pudo evitar mirarlo. Jake pensó que ella seguramente se habría fijado en lo mucho que la deseaba. El estar junto a ella en el pasillo central de una iglesia y yendo hacia el altar era como un sueño hecho realidad.

Se fijó en que ella, sin embargo, parecía asustada por su presencia y su paso se había vuelto inseguro.

– Ahora, la dama de honor debe situarse a la izquierda -le dijo el pastor-. Exactamente ahí, muy bien.

Robin miró a Annie, parpadeando. Jake sintió ganas de abrazarla al verla tan vulnerable.

– Ahora empieza a sonar con fuerza la marcha nupcial -comentó el pastor, haciendo un gesto al músico con las manos-. Los asistentes se ponen en pie y la novia sale al pasillo central en dirección al altar. El novio entonces debe tratar de calmar sus nervios y aparentar estar feliz.

Derek se echó a reír, comprendiendo que se trataba de una broma.

Pero el novio y la novia no parecían estar muy nerviosos. La que preocupaba a Jake era la dama de honor. ¿Qué le ocurriría a Robin? Estaba blanca como la pared.

Después de dejar a Annie frente al altar, su padre ocupó su sitio. Annie al ver lo pálida que estaba Robin, se acercó a ella.

– ¿Estás bien? -susurró.

Robin asintió y simuló una débil sonrisa.

– Ahora la novia y el novio tienen que ponerse mirándose el uno al otro.

Robin empujó a su amiga para que se pusiera en su sitio.

– ¿El padrino tiene los anillos? -preguntó el pastor.

– Sí -afirmó Jake.

– ¿Y seguro que el padrino no se los olvidará mañana?

Derek volvió a soltar una carcajada, consciente del sentido del humor del pastor.

– El padrino dormirá con ellos esta noche -contestó Jake.

– Vaya, parece que el padrino es muy ingenioso -comentó Derek.

– Ahora el novio y la novia deben darse la mano, hacer sus promesas y yo les declararé marido y mujer. Luego se besarán.

– ¿Podemos ensayar esa parte?

– Después -dijo Annie.

Jake miró hacia Robin, pero ella apartó la mirada inmediatamente. ¿Qué le pasaría? ¿Sentiría vergüenza porque hubieran hecho el amor? Pues no tenía nada de lo que avergonzarse. Había sido una amante sensible y apasionada.

– Finalmente, firmaréis en el registro y yo os presentaré ante todos como el señor y la señora Sullivan. Mientras los asistentes comienzan a aplaudir, la dama de honor devolverá el ramo a la novia y los recién casados saldrán otra vez al pasillo central y se dirigirán a la salida, uno del brazo del otro.

El pastor se volvió hacia Jake y Robin.

– El padrino y la dama de honor los seguirán también uno del brazo del otro.

Jake le ofreció el brazo a Robin y ella se agarró a él débilmente y mirando hacia otra parte. Jake sintió cómo le temblaba la mano.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

– Sí.

– Pues estás temblando como una hoja.

– No es nada.

– Robin…

– Por favor, Jake.

Cuando llegaron al vestíbulo, Derek y Annie estaban allí, esperándolos.

– No ha estado mal, ¿eh? -dijo Derek.

Robin soltó el brazo de Jake y se apartó de él. Aquello no tenía sentido, se dijo Jake. ¿Quizá hubiera cambiado de idea respecto a lo tener el niño?

– Claro, porque estábamos solos -replicó Annie-, pero espérate a mañana, cuando toda la ciudad esté observándonos.

– Muy bien -dijo el pastor, detrás de ellos-, pues ya hemos acabado. Os espero mañana a las cuatro. El novio debe estar diez minutos antes y la novia llegará dos minutos tarde para hacerle sudar -comentó, guiñándole un ojo a Annie.

– No te atreverás -bromeó Derek.

Annie se echó a reír.

– Ahora vamos a reunimos con la madre de Annie en el Fireweed -le dijo Derek al pastor-. ¿Le apetece acompañarnos?

– Muchas gracias. Será un placer.

A Robin le dio un ataque de claustrofobia. No aguantaba más allí dentro, necesitaba respirar aire fresco. Así que salió rápidamente de la iglesia y tomó al camino que llevaba al río. En un momento, no aguantó más y se echó a llorar.

No podía dejar de pensar en lo felices que eran Derek y Annie. Al día siguiente se casarían entre las felicitaciones de toda la ciudad. Y comenzarían su nueva vida haciendo el amor durante la noche de bodas.

Con el tiempo, llegarían los niños y ambos cuidarían de ellos. Sería una vida perfecta.

Robin se sentía fatal por sentir envidia de ellos, cuando debería estar radiante de contenta porque sus amigos hubieran encontrado la felicidad.

¿Cómo era posible que siendo la dama de honor estuviera tan celosa de ellos?

¿Y por qué de repente prefería la vida que iba a llevar su amiga a la que había pensado para sí? No tenía sentido. Su plan era perfecto y seguía estando decidida a tener un niño ella sola. Su hijo tendría además los mejores cuidados. Tendría las mejores niñeras e iría a los mejores colegios. Ella se encargaría de que no le faltara de nada.

Comenzó a andar más despacio mientras se secaba las lágrimas. No sabía por qué, siendo su plan perfecto, se sentía tan vacía.

– Robin -la llamó Jake, a su espalda.

«No, ahora, no», se dijo Robin.

Necesitaba estar sola. Necesitaba recuperar fuerzas para la cena en el Fireweed.

Oyó los pasos de él detrás, pero sabía que no podía echar a correr, ya que los otros habrían salido también de la iglesia y seguramente los estarían observando.

Si no se paraba a hablar con Jake, sospecharían que algo no andaba bien entre ellos y comenzarían a hacerles todo tipo de preguntas.

Así que terminó de secarse las lágrimas y tragó saliva. Su amiga iba a casarse y ella tenía que ayudarla. Sí, iba a ser la mejor dama de honor que hubiera habido nunca.

Respirando hondo, se dio la vuelta para encararse con Jake.

– Hola, ¿no has traído tu camioneta? Yo quería pasear un rato.

Su brillante sonrisa quizá pudiera engañar a Annie y los otros, que estaban a unos cien metros, pero Jake pudo ver sus ojos enrojecidos por las lágrimas.

– ¿Qué te pasa, Robin?

– Nada.

– ¿Por qué has salido corriendo de la iglesia?

– Quería tomar un poco de aire fresco.

– No te creo.

– Jake, sonríe, di lo primero que se te ocurra, pero no te quedes callado.

– ¿Qué?

– Se están acercando, Jake, y no vamos a estropearles la cena, ¿de acuerdo? -ella se echó a reír, como si él le hubiera gastado alguna broma y luego se separó de él y fue hacia Annie.

– Bueno -dijo, fingiendo limpiarse el sudor de la frente-, pensé que podría ganarle, pero ya veo que me equivoqué.

– ¿Robin? -Annie parecía preocupada por su amiga.

Robin tomó del brazo a Annie.

– Jake siempre me gana corriendo.

Robin podía sentir cómo Jake la miraba mientras andaba hacia ellas.

– ¿Le has contado ya a Derek lo del regalo de Connie?

– ¿Qué regalo? -preguntó Derek.

Robin agradeció en silencio a Jake el que hubiera cambiado de tema para sacarla del aprieto.

– No se lo digáis -dijo Annie.

– Solo le diré que tiene encaje -dijo Robin, guiñándole un ojo a Derek.

– Siempre me cayó bien Connie.