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– ¿Qué?

– Para.

– ¿Por qué?

– Porque me das miedo.

Era cierto. Le daba miedo la poderosa energía que se desencadenaba cada vez que estaban cerca el uno del otro.

– Lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que hace quince años estuvimos a punto de hacer el amor.

– Lo recuerdo.

Él la miró a los labios y ella sintió un escalofrío. Si la besaba, el destino los devolvería al lugar donde habían estado quince años antes.

– Nunca te di las gracias -dijo entonces ella.

– ¿Por qué?

– Aquella noche te portaste como un caballero y nunca te lo agradecí. Así que te lo agradezco ahora.

Él frunció el ceño.

– ¿Quieres que te bese?

– No.

– ¿Entonces prefieres un té helado?

– ¿Qué?

– ¿Que si te apetece un té helado? -repitió él, apartándose y yendo hacia la puerta-. Supongo que estarás sedienta después del paseo.

¿Ya estaba?, pensó Robin. ¿Sólo porque ella había contestado que no, él había desistido? De algún modo, se sintió insultada, aunque supiera que era algo totalmente irracional por su parte.

– Sí, es cierto -contestó ella, recobrando la calma-. Sí que tengo sed y me apetece tomar un té helado.

El interior de la casa era magnífico. Robin se detuvo en la puerta de la cocina, perfectamente equipada, y contempló el enorme salón, rodeado de paredes acristaladas. En el centro, había una mesa, para no menos de doce personas, tallada en caoba. Y en una de las paredes, había un mueble magnífico.

– ¿Es de cerezo?

– No, de abedul.

– ¿De veras? Es maravilloso -dijo ella, impresionada.

– Gracias. No es por presumir, pero lo elegí yo mismo.

– Es precioso.

– Sí, siempre que puedo trato de ayudar a Sullivan -dijo él, entrando en la cocina.

– ¿A Sullivan?

– Sullivan Creations -contestó él, sacando la jarra del té helado de la nevera-. La empresa de muebles. ¿No la conocías?

– Sabía que se estaban haciendo muebles de abedul, pero no sabía que eran tan bonitos.

– Derek está vendiéndolos incluso en Europa -aseguró, tendiéndole un vaso de té-. ¿Te importa si nos lo tomamos aquí? -preguntó, señalando una barra en la cocina.

– Claro que no.

– Derek y sus invitados van a venir a cenar dentro de una hora.

– ¿Derek va a traer a sus invitados aquí a cenar?

– Lo hace siempre -dijo, sacando un pollo de la nevera-. Iba a asarlo, pero no sé si se nos va a hacer un poco tarde.

– ¿Y por qué no cenan en casa de Derek o los lleva a un restaurante?

– ¿Al Café Fireweed? -Jake sacudió la cabeza-. Son unos potenciales clientes europeos.

– Entiendo. ¿Y qué vas a prepararles?

– Pollo asado y un cóctel de camarones.

Ella se desabrochó los puños de la camisa y se arremangó.

– ¿Tienes un cuchillo afilado?

Él se quedó mirando su antebrazo.

– Bueno, ya sé que vamos un poco retrasados, pero suicidarse me parece algo drástico.

Ella sonrió. Definitivamente, ese hombre le gustaba. Pero no debía dejar que la cosa fuera más allá.

– Me disponía a deshuesar el pollo. ¿O no te parece bien?

– Claro que sí.

– ¿Tienes leche o crema? -preguntó ella, abriendo la nevera.

– Tengo las dos cosas.

– ¿Y queso? ¿Tienes Feta, o azul, o Emmental? -le preguntó ella mientras sacaba unos cuantos tomates y champiñones frescos que había en el cajón de las verduras.

– Tengo Feta, ¿por qué?

– ¿Y vino? -añadió ella, viendo que también tenía una lechuga y pepinos.

– Sí. ¿Qué vas a hacer?

– Pollo Fricante con una salsa holandesa de marisco. También tienes limones, ¿verdad?

– ¿Pollo Fricante?

– Sí y una ensalada de verdura. ¿Y no tendrás un poco de ese salmón ahumado del señor Brewster?

– Sí, en el congelador.

– Perfecto -dijo ella, frotándose las manos.

– ¿Cómo entiendes tanto de cocina?

– Wild Ones organiza cursos de cocina para todos sus guías.

– ¿De veras?

– Tengo un diploma y todo. Aunque tengo que reconocer que casi todas nuestras prácticas las hicimos con camping gas. Pero en cualquier caso creo que también sabré manejarme con tu horno.

– Muy bien, entonces te dejo a los mandos. ¿Quieres que te ayude en algo?

Ella abrió un par de cajones y sacó un enorme cuchillo de uno de ellos.

– Dame una cacerola grande y cualquier tipo de pasta.

– A sus órdenes.

– ¿Así que los invitados son europeos?

– Sí, holandeses y franceses -dijo él, dándole una enorme caja de tallarines-. ¿Te sirve esto?

– Perfecto.

– Derek suele recibir visitas de sus clientes como una vez al mes y, además, también va a Europa a menudo.

– ¿Y se puede saber por qué vive…? -ella no terminó la frase-. Olvídalo -comenzó a cortar el pollo-. ¿Puedes poner agua a hervir?

– Claro que sí. Derek va a quedarse impresionado.

– ¿Y por qué vienen las visitas?

– Para ver la fábrica.

– No, quiero decir que por qué vienen a tu casa.

– Porque tengo un salón enorme y una buena colección de los muebles de Sullivan. A cambio, Derek me hace un buen descuento.

– De todos modos es muy generoso por tu parte.

– Bueno, algo tendré que hacer con todo este espacio.

Juntos prepararon la cena y un cuarto de hora antes de que llegaran los invitados, Jake subió a darse una ducha mientras Robin comenzaba a poner la mesa. La vajilla era de porcelana y de un gusto exquisito y ella se preguntó cuánto dinero habría hecho él con la cría de caballos.

Al oír el timbre, Robin dudó antes de ir a abrir. El agua de la ducha había dejado de correr hacía solo unos minutos y seguramente Jake todavía estaría desnudo.

Al pensar en aquello, sintió un escalofrío y en seguida se recordó que su relación no debía ir más allá de la mera amistad.

– Hola, Robin -Derek pareció no sorprenderse de verla allí.

– Hola -contestó ella, sonriendo a los cinco invitados, ya que aparte de la pareja que había visto por la mañana, había otra de unos cincuenta años.

Todavía no había empezado a llover, pero el viento soplaba fuerte. En agosto, era normal que hubiera tormentas nocturnas.

– Hola, Derek -se oyó saludar a Jake desde la escalera-. Venga, entrad.

Una vez estuvieron dentro, Derek hizo las presentaciones.

– Estos son Jeanette y Gerard Beauchamp, esta es Robin Medford. A Jake ya lo conocéis -los Beauchamp asintieron sonrientes.

Derek se volvió hacia la otra pareja.

– Jack y Nannie van der Pol, os presento a Jake Bronson y a Robin Medford.

– Hola -les saludo el hombre con un marcado acento holandés. La mujer sonrió tímidamente.

– Va a ser una velada muy interesante -comentó Derek-. Los Beauchamp hablan francés y muy poco inglés. Y los van der Pol hablan holandés, y un poco de inglés.

Robin sonrió a Nannie van der Pol.

– Zo Mevrouw van der Pol. Hoe vond u de zeis naar Whitehorse?

– Heel mooi hoon. Zulke prachtige uitsidchten. Oh… u spreerht Hollands. Wat leuh! -contestó Nannie, encantada.

– ¡Pero si hablas holandés! -exclamó Jake.

Robin se volvió entonces hacia los Beauchamp.

– Comment avez-vous aimé le rodéo cet après-midi?

– C'etait très excitant! Vous parlez très bien le français, mademoiselle.

– Merci. Je n'ai pas souvent l'ocasion de le practiquer.

– ¿También hablas francés? -preguntó Jake, completamente asombrado.

– Te quedarás a cenar con nosotros, ¿verdad, Robin? -le preguntó Derek, esperanzado.

– No tenía planeado…

– Espera un momento -intervino Jake-, te necesitamos.