Pero…
Pero el valle necesitaba otro médico desesperadamente. Había veces en que Mike se había visto forzado a no interrogar tan detalladamente como hubiese querido durante un chequeo, o cambiar un vendaje tres veces por semana en vez de todos los días. Y habría que iniciar un programa serio de vacunación y un programa de salud para la tercera edad.
La ciudad necesitaba un doctor, pero no a aquella frívola y cotilla.
– ¿Por qué no me quieres a mí? -le preguntó con curiosidad, observándole la cara- Louise dice que necesitas otro doctor. Todo el personal del hospital piensa lo mismo, todas las personas que conozco dicen que el valle necesita otro médico. ¿Es porque he estudiado en los Estados Unidos?
– No.
– ¿Es porque soy mujer, entonces?
– ¡No!
– Mira, lo de trabajar aquí va en serio -dijo ella con firmeza, dejando de sonreír. Apoyó las manos sobre la mesa y lo miró a los ojos-. Mike, soy una buena médica. Ya sé que mi experiencia es en medicina urbana, y que hay pilas de cosas que necesito aprender, pero estoy dispuesta a hacerlo y quiero intentarlo.
– Pero… ¿por qué quieres irte de los Estados Unidos?
– No quiero -dijo sin entonación en la voz-. Pero mi madre y yo siempre nos hemos sentido mal porque mi padre no quisiera volver y ella me ha educado pensando que soy mitad australiana. De esta forma… -suspiró y su voz se puso más seria-. Mike, ya te he dicho que me interesa la medicina familiar. En América, como internista, no me dejarían ver ni niños, ni traumas o ataques al corazón, o cirugía. Aquí… aquí puedo traer niños al mundo, escayolar huesos, aconsejar a Louise sobre su vida amorosa y ayudar a ancianos con problemas de próstata. No estaría sentada detrás de un escritorio recetando pastillas y firmando órdenes para ver especialistas.
– Pero…
– Y mamá me apoya en esto -dijo con firmeza-. Cien por cien. Es hija única y sus padres han muerto. Siempre ha sentido que el abuelo era nuestra única familia y no tendríamos que estar tan separados. Sospecho que si me quedo aquí ella se vendrá como una flecha, y eso es una preocupación, porque es más mandona que yo. Pero quiero quedarme. Sí que quiero. Así que contrátame.
– Tess…
– Ahora… mañana por la mañana -dijo suavemente, impidiéndole que la interrumpiera-. Louise dice que el sábado por la mañana hay consulta en la clínica. ¿Qué te parece si la atiendo yo contigo mirando?
– Pero…
– No sé lo que dice la ley, pero le podemos decir a los pacientes que no estoy colegiada, así que cualquier cosa que yo les diga será bajo tu responsabilidad…
– ¿Ya lo tienes todo pensado, entonces?
– Sí -levantó la barbilla, desafiante-. ¿Algún problema?
Mike sabía que los doctores de hoy en día pretendían una infraestructura mayor, colegios privados para sus hijos, noches libres… Atraer a otro doctor al valle requería un milagro.
Tenía un milagro frente a sus ojos. Un milagro que era un torbellino de energía, con uñas azules con estrellitas… No tenía que dejarla escapar.
Eso era exactamente lo que quería, pensó de repente. Ése era el problema. Se hallaba sentado a su lado. Su bata era enorme y cálida y parecía un regalo envuelto en rojo.
Estaba sentada, casi rozándole el hombro.
Se echó atrás, notando de repente el contacto, y ella sonrió.
– Oye, que no estoy dispuesta a seducirte, doctor Llewellyn -dijo suavemente-. Con un empleo me conformo -frunció el ceño-. ¿Por qué tan quisquilloso? ¿No serás gay, no?
– ¡No!
– Aja.
– Aja, ¿qué? -lo miraba como si fuese una rana disecada, y él encontró la sensación enervante.
– Aquí hay un problema, pero no sé exactamente cuál. Apuesto a que tienes un pasado -acabó, entusiasmada.
– Un pasado…
– Una vida amorosa profunda y misteriosa que desconocemos -sonrió otra vez-. Algo oscuro y secreto. ¿Tengo razón?
– Doctora Westcott…
– Aja, tengo razón -la sonrisa se amplió-. ¿Qué tal si me ocupo de buscarte una novia? Si el Volvo y el cribbage no funcionan, ¿qué tal Louise?
– ¡Tessa! -explotó, pero no pudo evitar una carcajada. Aquella chica era incorregible, y le sonreía directamente.
– Eso está mejor -aprobó-. Estás tan bien cuando sonríes.
Quitó los pies locos de la mesa y se levantó.
– ¿Qué le parece, doctor? ¿Puedo comenzar mi período de prueba mañana, señor, por favor? Y si crees que seré un buen doctor, ¿me puedo quedar?
– Tessa…
– Sólo di que sí -rogó-, así te puedes ir a la cama, que es donde deberías estar.
– Tess…
– Di que sí. ¡Seré buena y te atenderé los pacientes más difíciles, venga!
No tenía elección. Se la quedó mirando durante un largo rato, pero estaba demasiado cansado, demasiado confundido para pensar en otra cosa que no fuera lo fantástica que era ella. Como hubiese querido tocar ese maravilloso pelo. Como deseaba…
– Sí -dijo rápidamente, antes de que su traidora mente lo siguiera llevando-. De acuerdo. A partir de mañana, doctora Westcott, estás a prueba.
Capítulo 5
El período de prueba de Tessa se inició quince minutos más tarde.
– Doctor, hay un incendio en el hotel. Ha llamado Rachel, de los bomberos, que lo necesitan -despertó Louise a Mike con el teléfono cuando éste casi acababa de apoyar la cabeza en la almohada.
– ¿Muy grave? -de repente, estaba totalmente despierto y el cansancio había desaparecido.
– Rachel dice que hay gente atrapada -dijo Louise. La voz, normalmente calma, le temblaba-. Llamaré a todo el personal. Si usted va con la ambulancia, organizaré las cosas aquí.
¡Infiernos!
Le llevó diez segundos ponerse los pantalones, el jersey y los zapatos y dejando a Strop dormido en su cesta, salió de su apartamento en la parte de atrás del hospital justo a tiempo para ver el segundo coche de bomberos pasar como una exhalación sonando la sirena.
La ambulancia ya estaba retrocediendo en la entrada de emergencia.
– ¿Qué llevamos, Doc? -gritó uno de los muchachos al ver su silueta dirigiéndose a ellos- ¿Algo extra?
– Meted tanto suero como haya en la sala de emergencia y empapad unas mantas antes de salir. Dejadlas en el suelo de la furgoneta, bien empapadas.
Ésta era justamente su pesadilla. Un accidente con múltiples víctimas y no contar con un equipo médico.
– ¿Sabemos lo que pasa?
– Raquel parecía descompuesta. Y ya conoce a Raquel. Si ella está preocupada, quiere decir que es grave -le respondió Owen, el jefe de la ambulancia.
– De acuerdo. Vayamos a ver.
– Yo también voy.
Era Tessa. Había reemplazado la bata por pantalones negros y un jersey rojo. Se había recogido el cabello y se estaba poniendo las deportivas mientras corría.
– Estaba charlando con Louise cuando entró la llamada. Pensé que me podías necesitar.
Antes de que Mike pudiera articular palabra, se había subido a la parte de atrás de la ambulancia. Le quitó las bolsas de suero a Owen y las guardó, como si hubiese estado trabajando con él toda la vida. Luego miró la cara sorprendida de Mike.
– Y, ¿qué esperamos?
No había forma en que Mike pudiese discutir con ella. No había tiempo y si había muchas víctimas… lo cierto era que estaría agradecido de tener a Tessa. Estaría agradecido de tener un médico a su lado. Las palabras de Bill sobre Doris, la cerda, le volvieron a la mente.
Pero, de repente, dio gracias por tener a Tess. ¿Por qué el pensamiento de ella a su lado hacía que el pensamiento de lo que se aproximaba era menos amenazador?
Tess se movió hacia un costado para hacerle sitio y él se subió sin mediar palabra. Parecía que su colaboración médica estaba por comenzar.