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Mike se mantuvo silencioso los tres minutos que tardaron en llegar a la ciudad. Con la sirena, no podría haber hablado tampoco, pero mentalmente se estaba preparando para lo que se acercaba.

Era medianoche. A esa hora de la noche el bar del hotel estaría cerrado, así que no habría gente de fuera, sólo los clientes del hotel.

Por suerte, el hotel estaba bastante venido a menos y no tenía demasiados clientes, sólo uno o dos hombres que pagaban unos pocos dólares por un alojamiento mínimo y no pretendían demasiado.

Mike sintió cómo Tess lo miraba, como si le leyese la mente. Estaba sentada tranquilamente en la camilla frente a la suya, con las manos en el regazo, esperando que la ambulancia llegase a su destino.

Para ser una bola de fuego, era una mujer calmada, pensó Mike de repente. Sintió que ella lo apoyaría hasta el final. Se comportaba como una verdadera profesional y Mike sintió una abrumadora gratitud porque ella hubiese ido.

El hotel estaba completamente encendido. El viejo edificio de dos pisos hacía años que no se pintaba. El verano había sido largo y caluroso. El tiempo más fresco que anunciaba la proximidad de invierno ya había llegado, pero había habido poca lluvia. El edificio estaba seco como la yesca. Una mirada le indicó a Mike que no había nada que los bomberos pudiesen salvar.

¿Y quién estaba dentro? ¿Podrían ayudarlos?

Que no hubiera nadie, por favor, Dios…

La ambulancia se detuvo junto a los coches de bomberos, con cuidado de dejar sitio para las mangueras y que los hombres circularan y Mike salió al ruido y el calor para ver en qué podía contribuir.

Se había alejado un metro de la ambulancia cuando lo atajó Rachel Brini, la jefa de bomberos. Rachel era diminuta y dura, y más capaz que diez hombres.

– Tengo a Les Crannond aquí para ti, Doc. Necesita que lo veas primero.

Mike asintió. Les era el responsable del bar y si Rachel decía que había que verlo primero, así sería.

– ¿Quemaduras?

– Sí. Está en el suelo detrás del coche de bomberos. Tengo a los chicos rociándolo con agua. No creo que se muera, pero sus piernas… Los pantalones se le prendieron fuego cuando lo estábamos sacando.

– ¿Qué más, Rachel?

– Todavía, nada más. La mala suerte es que no podemos subir a la primera planta, que se está derrumbando. Les dice que quedan dos allí arriba, pero Dios los proteja si tiene razón.

Y luego se dio la vuelta y comenzó a lanzar órdenes mientras corría hacia el incendio.

Mike se dio vuelta también para encontrarse a Tess a su lado con los brazos llenos de mantas mojadas y el maletín de Mike.

– Dime dónde hay que ir.

No le respondió, sino que dio la vuelta al camión donde Raquel había dicho que encontraría a Les, dejando que Tess lo siguiese.

Les estaba realmente mal. Estaba echado en la tierra con la cara gris de dolor y susto mientras uno de los bomberos le remojaba las piernas con agua. La tela de sus pantalones casi se había quemado por completo y Les parecía a punto del desmayo.

– Continúa, Robby -le dijo al joven bombero-. Cuanto más agua le eches, más posibilidad habrá de que no tenga quemaduras de tercer grado.

Poca gente sabía que aunque la causa de las quemaduras se hubiese retirado, la carne seguía quemándose. Veinte minutos seguidos refrescando era la regla de la medicina de urgencias.

Se arrodilló junto a Les y Tessa se arrodilló a su lado. Mientras Mike levantaba la muñeca del herido para tomarle el pulso, ya que parecía que estaba al borde del colapso y un ataque cardíaco era una posibilidad, Tess abrió el maletín.

– Tiene problemas de corazón -dijo Mike con brusquedad-. Tuvo un paro cardíaco hace dos años y le hicieron un bypass -las quemaduras eran graves, pero lo que más temía era un ataque al corazón.

– ¿Quieres morfina? -preguntó Tess, asintiendo con los ojos clavados en la cara de Les. Si sufría del corazón además de las quemaduras y el colapso… La expresión de Tessa le indicó que sabía con lo que tendrían que vérselas.

– Primero suero, luego morfina.

– De acuerdo.

Trabajaron con prisa y en silencio, y Mike se sintió nuevamente agradecido por la presencia de Tess. Los dos enfermeros de la ambulancia habían desaparecido, dejándole el enfermo grave a él y haciendo su propio reconocimiento para ver qué más había que hacer.

Ésa era la forma en que generalmente trabajaban en las emergencias. Con sólo un médico en Bellanor, era imposible que Mike pudiese hacer una distribución de las prioridades en una emergencia. Los enfermeros se la hacían.

Sin duda, en cuanto acabase con Les, le tendrían preparado más trabajo. Mike estaba acostumbrado a trabajar solo, pero tener a Tess a su lado era un regalo de Dios.

El calor era indescriptible. Aunque sabían que ningún bombero saldría ileso, lo seguían intentando. Con el hotel tan cerca de los otros edificios, tenían que intentar contener el incendio, y contenerlo rápido.

Además, había posibilidad de más gente dentro.

Mike no quería ni pensarlo. Tess le alcanzó una jeringa. Él la agarró y mientras buscaba la vena, ella improvisó una sujeción para colgar el suero. Para cuando el suero comenzaba a gotear, la bolsa ya estaba colgada.

No necesitó pedirle a Tess lo que necesitaba a continuación. Ella ya tenía la morfina preparada.

Les masculló algo y movió los ojos. Mike estaba inyectándole la morfina, así que fue Tess quien levantó la muñeca de Les y le tomó el pulso. Se inclinó sobre él para poder oírlo sobre el ruido de las llamas y los gritos alrededor de ellos.

– Calma, Les -le dijo con urgencia y suavidad a la vez-. Calma. Está fuera de peligro. El fuego está controlado. Tranquilícese. No luche más. Ahora nosotros estamos a cargo, no usted. El analgésico le hará efecto en un minuto, pero no quiero que luche más, relájese.

Mike la miró sorprendido. Parecía tener todo bajo control…

Pero, ¿qué esperaba? No lo sabía, pero ya sabía lo que tenía. Tessa parecía competente y segura de sí. Daba la impresión de que no había nada de lo que preocuparse.

– Sam… -gimió Les- Fue Sam.

– ¿Está Sam Fisher dentro?

Les logró dar una cabezadita.

– Imbécil. Le dije que no usara estufa, pero insiste en meterlas. Y luego bebe en la cama, se emborracha, le da calor y se quita las mantas.

– Ya ha sucedido antes.

– La semana pasada. Quemó un agujero enorme en el suelo antes de despertarse. Estuve a punto de echarlo entonces, pero me juró que no lo volvería a hacer.

– Sam Fisher es alcohólico -le explicó Mike con cara seria a Tess-. Muchas veces se queda en el hotel. Se podría considerar su casa.

Terminó de administrar la morfina y le tomó la mano. El joven bombero seguía mojándole las piernas suavemente y Mike le dio una orden silenciosa con los ojos de que continuara.

– Ya estás bien, Les -le dijo al dueño del hotel-. Puede que Sam se haya causado la muerte, pero sabes que cuando caía en la cama su borrachera era tal que casi estaba paralítico. El humo habrá acabado con él antes de que se diese cuenta de nada.

– Pero Hugh… -gimió Les- ¿lo recuerda, doctor? Mi sobrino, el que se casa la semana que viene con Doreen Hirrup. Vive en una granja a diez millas. Vino para el ensayo de boda y le di una habitación para que se quedase.

– Oh, no…

El segundo piso del hotel se desplomó con estrépito. Las llamaradas se elevaron rugientes y las chispas saltaron hacia el cielo.

– Dios mío… -gimió Les, y la cara se le puso aún más gris.

– Mike… -advirtió Tess. Si Les tenía una parada cardíaca allí… Mike le miró la cara e imaginó lo que ella pensaba. Quería los servicios de urgencias a los que estaba acostumbrada en los Estados Unidos. Quería un desfibrilador electrónico, un cardiólogo o seis disponibles…