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Ellos estaban solos con un bombero pálido que no era más que un niño que intentaba que la mano no le temblara mientras le echaba agua a las piernas de Les. Y eso era todo.

Y luego se oyó otro grito detrás de ellos, distinto a las órdenes y gritos de los bomberos. Era una voz masculina, fuerte y llena de temor y estaba sin aliento, como si hubiese estado corriendo.

– ¡Les! ¡Les! Dios mío, Les… ¿Ha visto alguien a mi tío?

– ¡Hugh! ¡Hugh! -llamó Mike.

Un joven alto y desgarbado se acercó tropezando hasta ellos, con la cara pálida de susto.

– Doc, se trata de mi tío. ¿Lo ha visto? Les… Oh, Dios, ¿está allí?

– Aquí está, Hugh -dijo Mike rudamente, empujando al chico hacia abajo para que Les pudiera verlo también-. Se ha quemado las piernas, pero está bien.

– Oh, diablos, Les… -dijo el joven, rompiendo a llorar.

Pasaron veinte minutos antes de que finalmente cargaran a Les en la ambulancia. Durante ese tiempo trataron a seis bomberos por inhalación de humo y daños en los ojos. Pero no hubo más tragedias que lamentar, así que Mike y Tess quedaron libres para llevarse a Les al hospital.

Uno de los enfermeros de la ambulancia se quedó con un maletín de primeros auxilios, pero cualquier otro herido seguramente sería de poca importancia y podría ser llevado a Urgencias en un coche normal. Sam Fisher no había aparecido, pero nadie esperaba un milagro.

Hugh fue al hospital con su tío.

El chico miró las piernas de su tío. Ya sabían que se las había quemado tratando de subir las escaleras intentando llegar hasta su sobrino.

– No le dije que saldría -murmuró Hugh-. Nuestras familias son tan correctas… la habitación de Doreen da al jardín, así que cuando sus padres se fueron a dormir yo volví a entrar… -se puso a la defensiva-. Nos casamos la semana que viene. Pero luego oímos las sirenas y Doreen se asomó y vio que el hotel estaba en llamas, así que viene lo más rápido que pude.

– Mira que tratar de sacarme… -dijo, apoyándole la mano en el hombro a su tío.

– Hubiera tratado igual de sacar a Sam, que estaba al lado de tu habitación -gruñó Les, agarrándole la mano-. Me habría quemado de todas formas. No ha sido culpa tuya, Hugh. Y podré ir a tu boda, ya lo verás.

Tess le miró las piernas chamuscadas e hizo un gesto de dolor. Difícil. Les tenía meses de transplantes por delante.

En cuanto llegaron al hospital, trataron de estabilizar a Les, pero poco podían hacer por sus quemaduras en Bellanor. Mike organizó su evacuación en helicóptero.

Cuatro horas más tarde Hugh se fue con él y el equipo médico.

– No puedo sacarme de la cabeza que lo ha hecho por mí -explicó al irse-. Y no tiene mujer o hijos que se ocupen de él. Sólo estoy yo. Yo lo cuidaré.

– Probablemente sea verdad -dijo Mike mientras se dirigía a la cola de bomberos esperando que los atendieran, la mayoría de heridas leves en los ojos. Dios Santo, estaba cansado, pero también era tristeza lo que lo invadía-. Y Hugh lo sabe. Dudo que Les se hubiera lanzado a atravesar una cortina de llamas para salvar a Sam.

– No lo pienses más -dijo Tess, apoyándole la mano en el brazo-. Lo hecho, hecho está. Nuestro trabajo es tratar de hacerlo lo mejor que podamos.

Gracias a Dios que Tessa estaba allí. Hacía que su cansancio y su tristeza fueran un poco más soportables.

Trabajaron codo con codo, lavando ojos y tratando a un bombero tras otro por quemaduras de menor grado. El incendio había sido un infierno y los hombres habían corrido graves riesgos para sacar a Les. A las tres de la mañana, Mike estaba tan exhausto que apenas se podía mantener en pie. Si Tess no hubiese estado allí…

– Ya te puedes ir a la cama -le dijo cuando el último paciente desapareció en la noche.

– No.

– ¿No?

– Yo he dormido siesta. Estoy perfectamente. Tú estás exhausto -dijo ella suavemente-. Vete a la cama.

La cama. ¡Ja! ¿Cómo podía irse a la cama?

– Los chicos de la ambulancia todavía están trabajando. Habrá más gente que ver antes de que amanezca.

– Los puedo ver yo.

– Tú no estás…

– ¿No tengo permiso para ejercer la medicina aquí? -se irguió cuan alta era y le echó una mirada furiosa-. No, ya sé que no. Pero permítame que le diga algo, doctor Llewellyn. Preferiría ser atendida por un doctor sin colegiar que por uno que lleva días sin dormir. Habría que ponerte un sello que dijera: «Este médico no ha dormido el número requerido de horas», como hacen con los camioneros en mi país. Así que considérate sellado, doctor Llewellyn. Vete a la cama.

– No puedo.

– ¡Vete! -le puso las manos en los hombros y lo empujó, una turbina roja que lo llevaba por el corredor-. A menos que creas que soy incapaz, que no lo soy. Si quiero hacer algo realmente difícil, como un poquito de neurocirugía, te llamaré. Te lo prometo.

– Tess…

Ella se ablandó un poco entonces y le sonrió, y su sonrisa le hizo sentir algo raro dentro. Qué extraño.

– De acuerdo. Te llamaré por cosas menos complicadas que la neurocirugía. Por cualquier cosa que me puedan llevar a juicio si meto la pata. Te lo prometo. Pero ahora vete a la cama. Por favor, Mike.

Todavía le tenía las manos apoyadas en los hombros. Bajó la vista hasta ella y la sensación se hizo más y más intensa. ¿Qué pasaba?

No tenía ni idea. Sin embargo, lo que importaba era que… Diablos, tenía razón.

Si no dormía un poco se iba a caer redondo. Seguro que era la falta de sueño la que lo hacía sentir tan raro. ¿Qué otra cosa podía ser?

– De acuerdo -dijo, y la voz le salió sin ninguna emoción, exactamente opuesta a lo que sentía. Pero no se podía mantener de pie ni un minuto más-. De acuerdo, doctora Westcott. Me iré a la cama.

Y, sin saber cómo, logró separarse de sus manos y girar para el otro lado y dar unos cuantos pasos para echar a andar por el pasillo.

Cuando lo único que quería hacer era estrecharla en sus brazos y besarla.

Capítulo 6

Mike durmió hasta las once de la mañana siguiente. Abrió los ojos y se quedó mirando el reloj. ¿Qué cuernos…?

Salió de la cama de un salto y luego hizo una pausa al oír un golpe en la puerta de entrada del apartamento. Eso debió de ser lo que lo había despertado. Se metió bajo la sábana nuevamente y dos segundos más tarde la puerta del dormitorio se abrió y Tess apareció. Al ver que él estaba despierto, sonrió.

– Buenos días.

– ¿Te gusta mi traje de novia? -dio una vuelta con la bandeja en la mano para que él la inspeccionara. Estaba vestida de blanco de pies a cabeza, como una eficiente médica. Hasta llevaba el pelo atado con un gran lazo blanco.

¡Estaba genial!

También olía genial, porque en la bandeja llevaba huevos fritos con panceta, tostadas y humeante café. Parecía que hacía un siglo que no comía.

– Aquí tienes el desayuno -dijo ella alegremente-. Si lo dejo un poco más tarde, habría sido comida. Y éste es el último huevo que puede comer esta semana. Si a usted no le preocupa el colesterol, a mí sí.

– Pero… -la miró y luego miró el reloj. Se habría parado, porque él lo había puesto a las seis.

– Lo apagué -dijo Tess, sonriendo como si le hubiese hecho un favor.

– Tú…

– Me asomé a las cinco para ver si estabas dormido -le dijo-. No sé quién dormía más, si tú o Strop. Miré la hora que habías puesto al reloj. ¡Seis de la mañana! ¿Estás loco? Lo apagué -su sonrisa se hizo más amplia-. ¿No estás contento de que lo haya hecho?

– No -dijo él secamente, cubriéndose con la sábana. ¿Por qué no usaría pijama?-. No estoy contento. Tengo consulta. Los sábados por la mañana son una locura.

– No estoy de acuerdo.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Que acabo de pasarte la consulta -respondió ella-. Por eso estoy vestida así, no como tú, que vas muy informal, debo decir -él se comenzó a ruborizar, pero ella continuó como si nada-. Pensé que tenía que dar una buena impresión antes de que me conocieran de veras. Y no ha sido una locura en absoluto. Ha sido de lo más divertido. He conocido a un montón de gente de lo más agradable.