– ¿Qué…? -sacudió la cabeza, tratando de despertarse. Parecía un sueño-. ¿Qué has visto? ¿A quién…?
– Un montón de cosas -dijo Tessa, acercando una silla y sentándose junto a la cama-. Un montón de gente. Cómete el desayuno, que se enfría -sirvió dos tazas de café y se arrellanó en la silla, igual que una visita que no piensa irse del hospital hasta que la echen. Mike se sintió más raro todavía.
– Vi la rodilla artrítica de la señora Dingle -le contó, como si realmente le encantase la sensación-. Le saqué los puntos a Susie Hearn. Escuché los silbidos de pecho de Bert Sharey y le di una regañina sobre los problemas de fumar demasiado. Le dije a Caroline Robertson que está embarazada y luego se lo tuve que decir a su marido también porque llevan tanto intentándolo que no me creían.
– ¿Caroline Robertson está embarazada?
– De tres meses, más o menos. Le hice un examen completo y todo está bien -respondió ella serenamente.
– Pero… -sacudió Mike la cabeza incrédulo-, los Robertson han tratado todos los tratamientos que se conocen. En enero dejaron de intentarlo y se pusieron en la lista de adopción.
– Pues, parece que no lo dejaron del todo -sonrió ella, y luego intentó concentrarse nuevamente-. ¿Quién más? No me acuerdo. Hubo pilas de pacientes. Te he dejado sus fichas sobre el escritorio para que las mires. También tienes que pasarte por la farmacia para firmar las recetas, por favor. También vi a los pacientes del hospital, incluido al abuelo.
– ¿Está bien?
– Sí. Sus electrolitos están casi normales y hay función nerviosa en todo el lado afectado. Y está encantado de que yo trabaje aquí -sonrió con placer-. Yo también, así que somos dos. ¿Y tú, qué tal, doctor Llewellyn?, ¿estás contento de tenerme trabajando aquí?
– Parece que no tengo más alternativa -dijo lentamente, masticando una tostada sin darse cuenta. Dios, qué bien se sentía. Raro, pero bien. Un buen sueño seguido de desayuno… El peso gris del cansancio que arrastraba había desaparecido y se sentía diez años más joven. Se encontraba confundido, pero al menos no se sentía agotado como antes-. ¿Hay algo que no hayas hecho?
– Sí, pero… no todo ha sido bueno -la sonrisa de Tess desapareció-. Fui hasta lo que queda del hotel a eso de las siete. Estaban removiendo los escombros y he identificado unos restos humanos. He organizado que los trasladen a la morgue, pero… -se encogió de hombros- me temo que tú tendrás que identificar a Sam, Mike. Tendrás que ver su historial dental… no lo sé. Me gustaría habértelo evitado, pero…
– ¡Cielos! Bastante has hecho ya.
– No -negó Tess con la cabeza-. ¡Qué va! -cruzó las manos con la misma tranquilidad que había visto la noche anterior en la ambulancia y su cara se llenó de entusiasmo-. Mike, cuanto más veo, más segura estoy de que ésta es la medicina que quiero hacer. En Estados Unidos jamás habría visto en una mañana todo lo que he visto hoy.
– Puede ser bastante estresante -le dijo Mike-. Y atemorizante. Y, a veces, los dos. Tienes que tratar toses, resfriados y problemas personales de la gente, además de traumatismos, todo el mismo día…
Ella se mordió el labio y se lo pensó, y cuando asintió, él supo que estaba segura.
– Ya lo sé. Sé que puede ser terrible y que puede ser cansado -dijo finalmente-, pero esto es lo que quiero. Con o sin período de pruebas, quiero trabajar aquí, Mike. Al margen de lo del abuelo. Aquí es donde quiero estar.
– Tessa… -se la quedó mirando, desconcertado. No la conocía en lo más mínimo. Parecía tan segura, pero él no se encontraba seguro en absoluto. Todo lo que sabía de esa mujer lo paralizaba de miedo.
– Te estoy presionando -dijo ella suavemente, poniéndose de pie-. Acaba el desayuno, tómate otra taza de café, y piénsatelo. Estás de guardia en el hospital durante el siguiente par de horas. Ése es otro motivo por el que te llamo ahora. Me han invitado a un partido de fútbol esta tarde y, antes de ir, tengo que hacer una visita obstétrica a domicilio.
– ¿Una visita…?
– A Doris, la cerda -dijo ella alegremente-. Creo que Doris ya puede recibir visitas. Me llevaré la Polaroid para tomarles unas fotografías a los cerditos para mostrárselos al abuelo. ¿Quieres que le dé recuerdos tuyos?
Lo dejó desayunando. Jamás en su vida se había sentido tan aturdido.
El día pasó como en un sueño.
Mike no recordaba cuánto hacía que tenía tan poco que hacer. Miró las historias clínicas que Tess le había dejado y no encontró nada de lo que quejarse. Había sido concienzuda y cuidadosa, y no había hecho nada que él no hubiera hecho. Luego sacó a Strop a dar un paseo hasta la farmacia para firmar las recetas que Tess le había pedido.
– Su nueva socia es una chica estupenda -le dijo Ralph, el farmacéutico del pueblo-. Nuestra Wendy fue a la consulta esta mañana toda consternada porque su período es irregular. Lo tiene cada dos meses y cuando se enteró de que había una doctora, se fue corriendo a verla.
El farmacéutico metió las manos en los bolsillos de la bata blanca y suspiró.
– Una doctora -dijo satisfecho-. Eso es lo que el pueblo necesita. Además… -esbozó una sonrisa-, le puedo leer la letra. Pues bien, Wendy volvió a casa hecha unas pascuas. La doctora Westcott le ha dicho que es la chica más afortunada del distrito, porque tiene el período cada dos meses. Su madre se lo lleva diciendo hace tiempo, pero su doctora ha solucionado el problema. Una doctora con letra legible. Hágala firmar el contrato enseguida, doctor.
Mike salió de la farmacia con una sensación de irrealidad.
Se oían las bocinas de los coches junto al río y miró el reloj. Era media tarde. El partido estaría en pleno apogeo.
«Me han invitado a un partido de fútbol…»
Hizo una pausa indecisa. Tenía el teléfono móvil. Seguro que en cualquier momento lo llamaban. El juego en Bellanor era bastante duro.
– ¿Qué te parece, Strop?, ¿tienes ganas de ir al partido?
Caminó los doscientos metros hasta el campo de fútbol, diciéndose todo el tiempo que lo hacía para ahorrarles a los jugadores tener que ir a urgencias.
El juego, fútbol australiano, era a la orilla del río. Con cuatro postes se había marcado el campo y en ambos extremos habían erigido las tiendas para los jugadores. También había una tienda para cerveza y pastel. Eso era todo. Como estadio, dejaba mucho que desear, pero lo que los hinchas no tenían en instalaciones, lo suplían con el entusiasmo.
Había coches aparcados alrededor del campo. Los sábados por la tarde el fútbol era un ritual en el pueblo. Las mujeres miraban desde los coches, con termos y cestas de pic-nic en los asientos. Muchos habían viajado desde granjas circundantes y ése era su contacto con el mundo. Sólo se daba uno cuenta de que estaban mirando cuando metían un gol, porque las bocinas sonaban en todos los coches.
Los hombres no necesitaban el calor de los coches, eso era de mujeres. La población masculina de Bellanor se pasaba el partido alrededor de la tienda-bar. Alrededor de cien hombres que se desparramaban a su alrededor, no demasiado lejos para la siguiente ronda.
El resto del perímetro era para los niños y los adolescentes.
– No comas demasiado -dijo Mike, soltando a Strop de la correa.
Strop meneó el rabo con altanería y se fue meneándose a la tienda-bar.
Mike se acercó al campo, recorriendo su perímetro para acercarse a la tienda de los jugadores. Allí era donde lo necesitarían, se dijo, tratando de no buscar a Tessa.