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Pero la encontró. Estaba sentada en el capó del coche de Alf Starret, en medio de un grupo de adolescentes. Alf era un fanático de los coches, que abrillantaba su Holden dos veces por semana y que no dejaba que nadie se le acercara a menos de dos metros, pero Tessa estaba sentada en él, charlando y riéndose, como si ella también tuviese diecinueve años y conociese a aquellos chicos de toda la vida. Estaba vestida de violeta fosforescente y amarillo brillante con una gorra llena de pompones y entre el rojiblanco y el rojinegro de los dos equipos era imposible no verla.

– Mike. Ven aquí -lo llamó ella en cuanto lo vio-. ¿No es un juego de lo más increíble? Los chicos me han estado enseñando las reglas, pero creo que hay que ser australiano de tercera generación para entenderlas. ¿Por qué no llevas los colores de tu equipo? Y nosotros, ¿de quién somos hinchas?

– ¿De quién…?

– Los chicos dicen que tengo que elegir, y que tengo que hacerlo ahora, que no puedo quedarme en la ciudad sin decidirme por alguno de los equipos de Bellanor. El único problema es, ¿cuál elijo?, ¿Bellanor Sur o Bellanor Norte? -miró las caras de los divertidos chicos que la rodeaban-. Las opiniones parecen estar empatadas y, como el abuelo odia el fútbol, pensé que si tú y yo queremos ser socios, entonces tendré que ser del mismo club que tú. Los chicos dicen que si no, nos pelearemos.

Si querían ser socios…

Por un instante pensó en cómo siempre se había imaginado a su socio. Pensaba en un doctor cuarentón, responsable y sobrio, no en aquella aparición color violeta y amarillo.

– Jancourt -dijo débilmente, porque fue lo primero que se le ocurrió, lo que hizo elevarse un coro de protestas entre los chicos.

– ¿Sí? -preguntó Tessa, sin alterarse ante la reacción de los adolescentes. Miró a Mike con ojos chispeantes y asintió con la cabeza-. De acuerdo. Si tú lo dices, Mike, elegiré Jancourt. Cuéntame sobre nuestro equipo.

– Pero Jancourt es un desastre -interrumpió Alf-. No lo haga, doctor. Jancourt es el equipo peor de todos. Pierden todas las semanas.

– Jancourt es más un nombre que un sitio -asintió Mike-. Casi no logran reunir los dieciocho hombres. A veces incluso tienen que jugar con seis hombres de menos y la línea de atrás tiene una edad promedio de sesenta años.

– Me gusta como equipo -dijo Tessa con aplomo, y Mike sonrió.

– Si te haces del Bellanor Norte o Sur, los lunes por la mañana la mitad de la población te mirará como si fuese tu culpa que ellos se sientan mal. Si te haces del Jancourt, pues… lo único que inspirarás los lunes por la mañana será conmiseración.

– Muy sensata elección, entonces -pareció perfectamente satisfecha con la lógica del razonamiento-. ¿Cuáles son nuestros colores?

– Lo siento, Tessa, no son púrpura y amarillo.

– ¡Porras! Estos son los colores de mi equipo en casa. Los Vikingos.

– Son un poco llamativos -dijo Mike débilmente, y la sonrisa de Tessa se amplió.

– ¿Llamativos? ¿Quieres algo llamativo? ¡El verdadero uniforme de Los Vikingos tiene un sombrero con cuernos! ¿Cuáles son los colores del Jancourt?

– Crema y marrón.

– ¡Puaj! -exclamó Tessa, arrugando la nariz del disgusto. Luego se encogió de hombros- No importa. Me encantan el púrpura y el amarillo, pero no se puede tener todo en esta vida -la sonrisa volvió a iluminarle la cara y Mike se la quedó mirando.

Parecía haber vivido allí toda su vida, como si no hubiese nada mejor en la vida que sentarse en un día de frío viento en el capó de una antigualla vitoreando el partido de un deporte cuyas reglas no comprendía.

Tess estaba con los chicos más populares del pueblo y había más adolescentes acercándose al grupo todo el rato. Al día siguiente se habría corrido la voz de que había una doctora en el pueblo que era fantástica.

– ¡Oh, diablos!

Hubo un súbito aullido de la multitud. Uno de los jugadores se había caído y se apretaba la rodilla desesperado de dolor.

– Se acabó la tranquilidad -suspiró Mike, resignado- Te dejo con tus amigos, doctora Westcott.

– ¡Eh, que yo también voy! -exclamó ella, deslizándose del coche y enlazando su brazo con el de él-. Soy tu socia, ¿recuerdas? Además, siempre he soñado con entrar al campo corriendo cuando se lastima un jugador. O como en las películas, cuando dicen, «¿Hay un médico en la sala?»

– La última vez que entré en el campo me pegaron en la cara con el balón -dijo Mike, increíblemente consciente de su brazo. Le hacía sentir que cada nervio de su cuerpo estaba alerta, pero no quería parecer grosero y retirarlo-. El jugador sólo tenía una rodilla magullada, pero yo acabé con la nariz sangrando y un ojo negro. Por eso, lamento desilusionarte, pero no entraremos en el campo.

– ¿Dónde lo atenderemos?

– En la tienda roja, que es la de su equipo, ¿ves la camiseta?

– Oh, cierto, trataré de recordarlo.

Jason Keeling se apretaba la pierna, desesperado de dolor. Estaba casi en posición fetal sobre el banco, agarrándose la pierna y jurando como si su vida dependiese de ello.

– ¡Eh, no conozco ni la mitad de esas palabras! -dijo Tess, mirándolo con franca admiración y Jason se quedó tan aturdido que se olvidó de jurar momentáneamente. La miró y se relajó un poco.

– ¿Quién diablos eres?

– Soy la mitad del equipo médico de Bellanor -dijo bromeando-. La parte mejor. Muéstranos tu pierna, Jason.

Y Jason se quedó tan asombrado que quitó las manos de la pierna. Mike comenzó a revisarlo antes de que pudiera volver a ponerlas, sujetándole la pierna y extendiéndola suavemente.

– ¿Qué quieres decir con eso? -exigió Jason. Los entrenadores del equipo miraban a Tess como si fuese una extraterrestre y Jason también. Era como si Mike no existiera.

– Soy médico -rió ella mientras miraba a su alrededor las caras asombradas de los hombres-. Lo creas o no, eso es lo que soy. ¿Cuál es el problema, doctor Llewellyn?, ¿cree que tenemos que amputar? ¿Quiere que lo sujete mientras usted se la corta?

– Me parece que podremos arreglarnos sin amputar -sonrió Mike. Examinar a Jason cuando estaba herido era generalmente una pesadilla, pero ella había logrado que él estuviese totalmente silencioso-. ¿Qué sucedió, Jason?

– Estaba corriendo -murmuró Jason-, y sentí como si algo se hubiese soltado, como un disparo -seguía mirando a Tessa, fascinado.

Mike asintió con la cabeza, tocándolo encima del tobillo. Sus sospechas se veían confirmadas. Notaba perfectamente un bulto.

– ¿Puedes mover el tobillo, Jason? ¿Levantas los dedos?

Jason retiró los ojos de Tessa y miró a Mike tratando de entender lo que le decía, tan fascinado estaba por los pompones amarillos y púrpura de su gorra y la melena roja.

– No -logró decir finalmente. Luego la cara se le contrajo al recordar su dolor-. ¿Qué me pasa? ¿Qué tengo?

– Creo que te has lesionado el tendón de Aquiles. Es difícil saber si se te ha cortado del todo sin examinarlo mejor, pero eso es lo que parece.

– ¡Ay! ¡Diablos!

– ¡Oye! ¡Es mejor que una fractura múltiple! -exclamó Tessa, tocándole ligeramente la mejilla.

– ¡No podré jugar en un montón de tiempo! -lloriqueó Jason como un niño-. Tendré que pasarme el resto de la temporada mirando los partidos desde el perímetro…

– Igual que yo -dijo Tessa alegremente-. No sé nada de este juego. Es totalmente distinto al fútbol que jugamos en mi país. Me encanta el fútbol. Necesito alguien que me enseñe. Me pareces el hombre ideal, es decir, si no te molesta que sea del Jancourt.

– Jancourt… -Jason se recostó en el banco y la miró, estupefacto-. Jancourt. ¿Por qué diablos eres del Jancourt?

– El doctor Llewellyn me dijo que lo hiciera -dijo Tessa como si tal cosa-. Y como ahora es mi jefe… Es sensato hacer lo que el jefe te dice, ¿no crees?