– Sí. Es verdad -dijo Jason, sin saber qué otra cosa decir.
Mike tampoco.
No hubo más heridos esa tarde, así que pudieron ver el resto del partido. Mandaron a Jason al hospital para que las enfermeras le limpiaran el lodo y su familia lo mimase un poco antes de que le tomasen las radiografías y lo revisasen más concienzudamente. No se podía hacer más a corto plazo.
– ¿Y si se le ha cortado? -preguntó Tessa mientras estaban sentados en el banquillo mirando a Bellanor Norte ganar el partido.
– Lo mandaremos a Melbourne.
– ¿No hay nadie más cerca para hacer cirugía ortopédica?
Si el tendón de Aquiles estaba totalmente roto, habría que recomponerlo quirúrgicamente.
– Yo lo podría hacer -dijo Mike pesadamente. Se sentía de lo más raro sentado al lado de aquella chica. Actuaba como si se hubiesen conocido de toda la vida, como si fuesen socios en todo el sentido de la palabra. Y sin embargo… ¡Cielos! ¡Qué raro se sentía!
– ¿Has hecho cirugía?
– Me preparé para este puesto -respondió él-. Sabía que estaría aislado cuando viniese a trabajar aquí, así que estudié de todo lo que tenía a mano. Puedo hacer casi todos los casos de cirugía de urgencias, pero he encontrado que de poco me sirve si no tengo anestesista.
– Yo te puedo hacer la anestesia.
– Tú…
No sería necesario que ella hiciera la anestesia, pensó Mike. Con que moviese esos pompones frente a los ojos de un hombre, ya lo tenía hipnotizado. Podía hacer lo que se propusiese.
– Maureen me ha dicho que puede arreglar lo de mis papeles en veinticuatro horas, así que si lo hace el lunes, lo podemos operar el martes. No es urgente.
– ¿Qué tipo de anestesia has hecho? -dijo, intentando escuchar en vez de mirar.
– General -una vez más, los pompones se sacudieron-. Tengo una base sólida. No me estoy ofreciendo a hacerte la anestesia para una operación a corazón abierto, pero desde luego que puedo causarle a un muchachote saludable como Jason un buen sueñecito.
Mike se quedó callado, mirando el campo de fútbol mientras la mente le trabajaba a mil por hora. ¿Qué infiernos…? Tener una anestesista allí mismo…
– Mira, no te pido que te fíes solamente de mi palabra -dijo Tessa, malinterpretando su expresión-. Llama a mi ex-jefe el lunes y habla con él. No me tomes por lo que yo te diga. Yo no lo haría.
El teléfono de Mike sonó, y cuando él acabó de hablar, el partido había acabado y Tessa estaba en el campo felicitando a los jugadores.
Mike se acercó por detrás y ella se dio la vuelta sonriente.
– De acuerdo. He palmeado tantas espaldas que me duelen las manos. ¿Nos llaman? ¿Tenemos que irnos?
– Yo tengo que irme.
Necesitaba estar solo un rato, tener un poco de tiempo para pensar.
– Era Stan Harper, un granjero de sesenta años que vive del otro lado de Jancourt -le dijo-. Llamó para decir que le duele el pecho.
– ¿Sí? -la sonrisa desapareció- ¿Corazón?
– Algo por el estilo -sonrió tristemente, sacudiendo la cabeza-. La mujer de Stan se murió hace seis meses y, desde entonces, le dan dolores de pecho de vez en cuando y le entra el pánico. Le he hecho todos los tests habidos y por haber, pero no le pasa nada.
– Pero irás, de todos modos -la cara de Tessa se suavizó.
Stan quería que Mike lo mimase un poco, que se preocupase por él como su Cathy lo había hecho para indicarle así que no estaba solo en el mundo. Quería alguien con quien compartir una cerveza y mirar unas vacas y hablar de los resultados de un partido, algo que Stan no podía enfrentar sin Cathy.
– Sí, iré, pero necesito ir solo. Perdona -se mordió el labio al oírse hablar. Sus palabras sonaron hoscas.
¿De qué otra forma iban a sonar? No lo sabía. Necesitaba encontrar una forma de que las cosas tuviesen una base sólida y sensata. Quizás necesitaba hablar con ella un rato. Sí. Eso era. Necesitaba saber todo sobre su formación médica antes de tomar una decisión sobre si enviar a Jason a Melbourne o no.
– Tess, estaré de vuelta a eso de las siete -dijo lentamente, pensando en las cosas que tenía que hacer. El baile del condado era a las nueve. Tendrían tiempo de hablar primero, especialmente si lo hacían durante la cena-. Hay unos filetes en mi nevera. Me voy al baile más tarde, pero bueno, podríamos comer antes. Hablar un poco…
– Estupendo -sonrió ella y quedaron antes de que él pudiese decir nada más.
– Me reuniré contigo en tu apartamento a las siete -dijo ella-. A menos que me necesites antes. Mientras, me quedaré aquí un rato y luego me iré a sentar con el abuelo. Pero estaré allí a las siete, Mike. Me parece fenomenal.
¡Diablos! Sintió como si le hubiese pasado una topadora por encima, pero poco podía hacer para evitarlo. Y quizás… quizás eso era lo que quería.
– Tengo… que ir a buscar a Strop. Está en la tienda de la comida -dijo débilmente.
– Claro. Debí suponerlo -sonrió Tess-. No te preocupes. Yo lo llevaré a casa.
– ¿Estás segura?
– Desde luego. Será un placer ocuparme de tu perro, doctor Llewellyn.
Y, mientras se alejaba, Mike creyó oír un débil eco.
– Y sería un gran placer ocuparme de ti.
¡Seguro que se había equivocado!
Tal como se había imaginado, Stan Harper no tenía nada.
Le hizo una revisión concienzuda, pero sus signos vitales eran los normales de un sexagenario saludable. Stan aceptó el veredicto con resignación, como si quisiese en realidad tener un ataque al corazón, y le sirvió una cerveza. Se fueron a tomarla al porche trasero, siguiendo el ritual que habían establecido.
– Qué pena que no fuera al partido -le dijo Mike, mirando las montañas donde se ponía el sol-. Su equipo perdió. Lo juegan igual sin que usted esté allí en el bar alentándolos.
– O Cathy tocando la bocina como loca en el coche -dijo Stan tristemente-. Ya sé que no estábamos juntos en los partidos, pero yo sabía que ella estaba allí. No sé, Doc, no es lo mismo sin ella. Nada es lo mismo.
No sabía qué decir a eso. Mike tomó un trago de cerveza y miró a la distancia. Eso era todo lo que podía hacer por ese hombre. Estar allí. Hacerle compañía.
– ¿Por qué diablos no se casa? -preguntó Stan de repente. Volvió a llenar los vasos-. Un hombre que no se casa es un idiota.
– Todos somos distintos.
– Sí, pero usted no es un solitario. Le vendría bien una buena mujer -dijo Stan, echándole una mirada especulativa-. Su madre era una mujer fabulosa.
– Quizás sea por eso que no me caso -dijo Mike, inquieto-. Nadie es como ella.
– Es cuestión de mirar. Hay muchas buenas mujeres. Su madre, mi Cathy… -miró el fondo del vaso, pensativo.
En cierto sentido, Mike agradecía esa conversación, a pesar de que lo hacía sentirse incómodo. Al menos Stan pensaba en algo que no fuera su propia miseria.
– ¿Qué tal esa nueva doctora? -preguntó Stan, y, de repente, a Mike no le gustó más la conversación.
– ¿Qué pasa con ella?
– Dicen que es fabulosa.
Mike pensó en los pompones y no pudo menos que estar de acuerdo.
– ¿Qué tal, doctor? -exigió Stan-. ¿Le interesa?
– No.
– ¿Por qué no?
– Estoy demasiado ocupado para pensar en mi vida amorosa.
– Entonces, piense en esta chica -dijo Stan con entusiasmo-. No en una vida amorosa. Un futuro. Una doctora por esposa… Eso significaría que se dividirían el trabajo por la mitad y además tendría a alguien con quien compartir la cama por la noche. Un hombre que no aprovechase una oportunidad así sería un idiota.
– Sí. Sería un idiota.
De todas formas, era un idiota.
Capítulo 7
Mike llegó tarde a la cena, pero Tessa no lo había esperado. Cuando llegó al hospital, Tessa se había ocupado de la cena. Abrió la puerta del apartamento y ella se encontraba allí.