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– ¿Qué hacer aquí? -preguntó Mike, parándose en seco en la puerta. Hasta allí le llegaban aromas deliciosos.

– Me invitaste a comer, ¿recuerdas? -miró el reloj-. Hace una hora y media. Strop y yo teníamos la opción de quedarnos sentados en el escalón con cara triste o ponernos en acción. Y poner cara triste no es nuestro estilo.

Strop estaba echado cuan largo era bajo la mesa roncando levemente. Tess se dirigió a la ventana y señaló una magnífica caseta para perro hecha a mano. Estaba pintada de color dorado y rojo y tenía escrito en caracteres griegos «Stropacrópolis» en el frente.

– ¿La construiste tú? -preguntó Tess, admirada.

– Tenía la cadera rota cuando vino aquí. Era lo mínimo que podía hacer.

– ¿Sabes, doctor Llewellyn? Me estás empezando a gustar mucho, pero mucho, mucho.

– Bien… quiero decir, estupendo -Mike se sentía amenazado por la sensación de domesticidad, de que eso era lo correcto, que aquella mujer le comenzaba a gustar…

– Vete a lavar mientras hago los filetes. Apuesto a que estás cubierto de antiséptico o algo asqueroso, y no quiero que se arruine la carne. ¿Te gusta hecho o poco hecho? Yo me niego a hacerlo muy hecho. Es un crimen quemar una carne tan buena como ésta -señaló las dos enormes chuletas-. Hacía años que no veía carne como ésta.

– Bienvenida a Australia, entonces, doctora Westcott -sonrió Mike débilmente y fue al cuarto de baño sin rechistar.

Hizo algo más que sólo lavarse. Se quitó los pantalones y se puso unos cómodos vaqueros y una camisa abierta al cuello, tomándose su tiempo para calmar sus pensamientos. Cuando volvió a la cocina, Tess servía la comida y parecía que ella era la dueña de la casa y Mike el invitado.

Y los agradables y tranquilos pensamientos de Mike, que tanto trabajo le había constado conseguir, se revolvieron otra vez.

– Siéntate -su matriarca personal le ordenó-. Espero que no te importe que haya abierto el vino. Hannah me dio la llave de tu apartamento y me echó una miradita cuando le dije que comíamos juntos, como queriendo decir, «tú también». No fue demasiado agradable. ¿Habéis estado enrollados alguna vez?

– ¡No! Quiero decir, a quién le importa si… -las cejas parecieron tocarle el nacimiento del cabello.

– ¿Así que nunca ha habido nada entre vosotros? No dejes que se te enfríe la carne -añadió Tessa amablemente cuando Mike se sentó-, está fabulosa.

– No -dijo Mike y cortó un trozo considerable de la carne, llevándoselo a la boca. Las cejas se le levantaron aún más. La salsa de vino que Tess había hecho para el filete estaba magnífica-. Tessa, esto está buenísimo, ¿qué lleva? -la sensación de estar en un hogar le quitaba el aliento.

– Vino tinto, ajo, zumo de limón y unas cuantas hierbas. Nada especial -Tessa tenía la cara seria y era evidente que no tenía la cabeza en la comida-. Mike, Hannah dice que tendría que hacer las gestiones para meter al abuelo en la residencia. Dice que es imposible que se quede en la granja y que me hartaré de este sitio en cuestión de meses. Se cree que no me quedaré.

– ¿Sí? -mientras masticaba otro bocado enorme, se le borró la sonrisa a él también. Hannah Hester era una metomentodo que tenía una habilidad especial para preocupar pacientes. Si no fuese tan difícil encontrar buenas enfermeras la echaría en ese preciso momento. Y había preocupado a Tessa…

El silencio continuó, pero no era incómodo. Miró la cara de Tessa mientras comían.

– ¿Te ha preocupado en serio Hannah? -preguntó finalmente.

– Peor que eso -dijo Tess. Terminó lo que le quedaba del filete y empujó el plato-. Preocupó al abuelo al hablar frente a él. Lo trató como si no hubiese estado allí y toda enfermera que se precie sabe que quienes han sufrido una apoplejía oyen perfectamente, aunque estén totalmente paralizados.

– Hannah es una buena enfermera -frunció el entrecejo Mike.

– Puede que sea buena técnicamente, pero es mala tratando a la gente. En realidad, es terrible.

Mike suspiró. Estaba de acuerdo.

– Tess, este sitio, pues, es una comunidad cerrada. Ya sé que Hannah no es fantástica. Parecería que estuviese resentida por algo y, por más que lo he intentado, nunca he podido sacarle el lado bueno. Hablaré con ella, pero no me puedo permitir echarla y ella lo sabe. Enfermeras con buena formación son como ranas con pelo por aquí. Son tan escasas que casi no existen.

– Ya lo sé -dijo ella, tensa-. Por ese motivo, por ese único motivo, no le di un cachete -enseguida se alegró y sonrió. ¡Cielos! Era un verdadero camaleón, cambiando frente a sus ojos-. Eso y el hecho de que es más grande que yo.

– Me las imagino a las dos -sonrió él-, peleándose en el pasillo del hospital. Muy profesional -la sonrisa desapareció nuevamente-. En serio, Tess, hay que llevarse bien con el único personal profesional que tiene el valle. Aprecias sus habilidades y con el tiempo aprendes a contrarrestar el daño que una persona poco cuidadosa puede hacer.

– Sí. Comprendo -su sonrisa era nuevamente abierta-. Y creo que lo he hecho. Le dije al abuelo que se tenía que poner bueno, aunque sólo fuera para demostrarle a Hannah que estaba equivocada. Le ha dado otro incentivo, como si no tuviese suficientes.

– ¿Ves? Estás aprendiendo.

– Mientras no sea dañina con el abuelo para atacarme a mí. Porque está celosa.

– ¡Eso es una ridiculez! -exclamó él, volviendo a atacar el filete.

– ¿Por qué? Quizás se ha enamorado de ti.

– Las mujeres no se enamoran de mí.

Tessa levantó las cejas, pero no dijo nada. Terminó y llevó su plato y su copa al fregadero.

– ¿Estás seguro de que no eres gay, doctor Llewellyn? -preguntó, echándole una mirada especulativa-. Ya sé. Me has dicho que no eres gay, pero eres amable, sensible y guapo. Ganas mucho dinero y tienes un coche fabuloso. ¿Cómo es que esa combinación no ha logrado que alguien se asegurase… ¿Estás seguro?

– No, doctora Westcott -sonrió-. No soy gay -dijo con firmeza. Se levantó y se acercó a ella con su plato.

– ¿Eres casado, entonces? ¿Divorciado? ¿Viudo? ¿Separado? -preguntó ella, dando instintivamente un paso atrás, poniendo distancia hasta tener la información que quería.

– ¿Quién quiere saberlo?

– Yo -le espetó.

– ¿Y a ti en qué te concierne?

– En nada en absoluto -respondió ella con calma-. Pero tú tienes intenciones de ser socio mío y al menos una enfermera ha insinuado que te quiero pescar. Quiero saber si decirle a ella tal cosa es ridículo.

Mike bajó la mirada hasta la de Tessa y ella se la devolvió sin pestañear. Podía leerle la mirada como un libro abierto. Era casi como si le estuviese haciendo una proposición. Si fuese un hombre, estaría comprándole rosas y bombones y sitiándolo. ¡Atacando!

– Esto es ridículo -dijo secamente. Le echó una mirada turbada y puso el plato en el fregadero. ¿Cómo diablos iba a resolver eso?

Tessa estaba adorable. Su suave vestido blanco era escotado y se le ajustaba al cuerpo. Tenía unos ojos enormes que resaltaban en su cara de duendecillo y las pocas pecas que le adornaban la nariz eran increíblemente atractivas. Rogaban que las besase.

– No, doctora Westcott -logró decir débilmente-. No estoy casado, comprometido, viudo, enrollado y tampoco soy gay. Pero no tengo intenciones de cambiar de estado.

– ¿Se puede saber por qué?

– Estoy casado con mi trabajo -dijo escuetamente-. Y hay más que suficiente para volvernos locos a los dos -le dijo, mirándola a los ojos y luchando por recobrar la compostura.

– Pero yo no tengo intención de volverme loca -levantó la barbilla-. Mi medicina es importante para mí, pero no lo es todo. Aún pienso ocuparme de mi abuelo. Sigo queriendo tener vida propia.