– Mi vida es mi medicina.
– Ya me doy cuenta -se humedeció los labios. Se sentía rara. Como si alguien más estuviese en su cuerpo y ese alguien fuese una mujer que ella no conocía. Ese alguien se sentía tan atraído por Mike que ella no tenía casi control sobre su persona.
– Qué desperdicio -murmuró.
– ¿Un desperdicio? -la miró, sardónico-. ¿Desperdicio para quién?
– Un desperdicio para mí.
Silencio. Las palabras retumbaron en la habitación, sorprendentes por su simplicidad.
– ¿Qué diablos quieres decir con eso? -dijo él por fin y la cara se le cerró, como si se arrepintiese de haber hecho la pregunta.
Tess también tendría que haberse arrepentido de haber hecho esa aseveración. Su pregunta era una pregunta que Tessa tendría que haber encontrado imposible responder. Tendría que murmurar una disculpa, lanzar una risita boba e irse de allí antes de hacer el ridículo totalmente.
Pero en lugar de ello, inhaló profundamente y lo miró a los ojos, desafiante.
El rol de la mujer era ser tímida y controlada, pensó Mike con desesperación. Así él podía enfrentarse a ellas. Pero, ¿cómo podía enfrentarse a una mujer tan directa como Tessa? Como si lo encontrara increíblemente atractivo y no le importara quién se enterase. Especialmente, que no le preocupaba que Mike se enterase. Quería que él supiese exactamente cómo se sentía, y lo que sentía se le reflejaba en el rostro claramente.
– Quiero decir que eres el hombre más atractivo que yo haya conocido -le dijo con suavidad-. Quiero decir que eres cariñoso y dulce y con sólo mirarte las rodillas me tiemblan. Quiero decir que Hannah tenía razón cuando dijo que una de las razones por las que quiero quedarme aquí es para conocerte mejor.
– ¿Eso dijo?
– Dijo eso. Y es verdad. Oh, no es la única razón -añadió apresuradamente-. Por supuesto, me quedo por mi abuelo -volvió a tomar aire, tratando de encontrar las palabras adecuadas-. Pero si quieres una socia con rodillas que no le tiemblen, será mejor que me digas ahora que el pelo rojo te vuelve loco, o que te dedicas a coleccionar sellos en lugar de mujeres -esbozó una sonrisa torcida-. No me puedo creer que esté diciendo esto.
– Yo tampoco me lo creo -dijo Mike débilmente-. Las mujeres no dicen ese tipo de cosas.
– Acabo de hacerlo.
– Pues, nadie lo ha hecho antes -dijo él directamente-. Tess…
– No me digas que las mujeres no te encuentran atractivo -le espetó, y había algo en sus ojos que le indicó a Mike que la divertía ponerlo nervioso.
Tess se sentó en la encimera, columpiando las preciosas piernas envueltas en medias de seda.
– Puede que sí -admitió finalmente-. Pero ninguna me lo ha dicho.
– Oh, pobrecito. ¿No te ha dicho nadie que te encontraba muy atractivo?
Y Mike no lo pudo evitar y lanzó una carcajada.
– Tessa Westcott, eres incorregible. Yo pensaba que las doctoras, especialmente doctoras que se dedican a la medicina de urgencias, supuestamente son sensatas y racionales y tan románticas como un ladrillo.
– Es verdad. Dicen que lo único que debería amar una doctora sensata y comprometida con ambiciones es un pececito -dijo como si tal cosa-. Pero me lo he pensado bien y creo que eres mucho mejor que un pececito.
– ¡Caramba! Gracias -dijo Mike y la miró un largo rato. Luego caminó hacia ella y la tomó de las manos. Tenía que hacerla ver-. Tess, esto es una locura.
No era una locura en absoluto. Agarrarle las manos fue un error. ¡Un enorme error! La locura desapareció en el preciso instante en que sus manos se tocaron.
– Locura o no, es la forma en que me siento -dijo ella. Sólo Dios sabía cómo lograba que su voz pareciese despreocupada, pero de alguna forma, Tess lo logró.
– Tessa, lo que te digo de mi trabajo es cierto -le soltó las manos, pero no se movió. ¿Cómo le podía hacer entender que esa relación era totalmente imposible?-. Es todo lo que quiero. No tengo espacio para nada más.
– Yo soy muy pequeña. ¿No me podrías encontrar un rinconcito?
– No -se puso totalmente serio y retrocedió un paso. En su rostro se leía que ya era suficiente la broma-. Ya he visto lo que sucede cuando la gente olvida sus responsabilidades.
– No te pido que te olvides de tus responsabilidades -dijo Tess. Ella también había dejado de sonreír. Se bajó de la encimera y se acercó a él, casi rozándolo. Ya que había llegado tan lejos, era mejor que lo hiciera del todo-. Mike, no te pido que te cases conmigo -dijo, y logró otra vez que su voz pareciese despreocupada-. Lo que quiero decir es que hay algo entre nosotros. Algo… -se encogió de hombros-. No sé qué. Es un sentimiento que no puedo definir. Es un sentimiento que nunca he sentido antes y quiero, más que nada, explorarlo. Suena desvergonzado, ¿no? Como si fuese una casquivana. No lo soy, Mike. Sólo que… Sólo siento…
Y luego su voz recobró la firmeza, como si de repente estuviese segura del suelo en que pisaba.
– Siento que eres una parte de mí. Es una locura, ¿no? Pero es lo que siento. Así que, dime, Mike -exigió-. Dime que soy una idiota. Dime que no sientes nada.
– No quiero…
– No te pregunto lo que quieres. Te pregunto qué es lo que sientes.
Antes de que él le pudiese responder, ella dio otro paso adelante y poniéndose de puntillas le dio un beso con todo su corazón. Y lo hizo tan rápido que no hubo nada que él pudiera hacer para evitarlo.
¡Qué pedazo de beso! Se lo dio de pura bravuconería, pero era más que eso. Era un beso lleno de interrogantes, lleno de asombro.
Tess nunca había hecho nada por el estilo en su vida. Su actitud podría parecer desvergonzada, atrevida, pero no había nada de eso en su beso. Sus labios eran tiernos, dulces e inseguros, como si realmente quisiera tocarlo. Era como si su cuerpo fuera atraído por él como una abeja a la miel.
Cuando sus labios tocaron los suyos, el beso le hizo darse cuenta de golpe de que eso era algo totalmente nuevo. Ella era tan deseable…
Por supuesto que había besado a otras mujeres. ¡Cielos! Había hecho un juramento, pero no uno de castidad. Su juramento había sido el de no comprometerse emocionalmente. Había hecho el amor a otras mujeres antes, pero ellas siempre habían sabido las reglas. Ningún compromiso. Jamás había habido promesas de un mañana. Sólo había pasión según sus propios términos.
Pero aquello, aquello no iba según sus términos, porque cuando sus labios se unieron, fue como si las dos partes de un todo partido se hubiesen unido. Aun más, era como el fuego y la paja. Separados, no eran nada. Juntos, eran fuego.
Nada en su vida le había parecido tan correcto, tan completo. Allí había fuerzas trabajando que escapaban su control, pensó desesperado. El deseo de responder a aquella mujer que le era tan desconocida… era casi incontrolable.
Sus labios eran suaves y cálidos y urgentes. Olía a flores, a sol y a tibieza y no podía resistirse a su encanto del mismo modo que no podía dejar de respirar.
¡Dios Santo! ¿Qué podía hacer con aquello? No sabía que podía sentir de esa forma. Su promesa había sido hecha sin conocer esa maravilla, y si lo hubiese sabido… ¿podría haber hecho tal juramento? Pero lo había hecho y tenía que cumplirlo.
Haciendo un esfuerzo, logró separarse de ella. Sin saber cómo, logró alejarla de él y descendió la mirada a la de ella con ojos desesperados en los que se reflejaba la confusión.
– Tess, no…
– Bien, ahora lo sé -logró decir Tess con una voz que era apenas más que un suspiro trémulo.
– ¿Sabes qué?
– Que es verdad que no eres gay -intentó sonreír, pero no lo logró-. ¡Cielos!
– Cielos digo yo también. Y ahora, ¿qué hacemos?
El teléfono. Dios fuera loado. Sonó en el salón y Mike salió disparado a atenderlo como un ahogado que se trata de agarrar a un flotador.
– ¿Dígame?
– ¿Doctor Llewellyn? Soy Mavis, de recepción. ¿Es usted? -obviamente no parecía su voz.