– Sí -dijo Mike, después de aclararse la garganta.
– Acaba de llamar Kyle Wisen -le dijo Mavis, que parecía saber que estaba interrumpiendo algo y que se moría por saber qué-. ¿Se acuerda de ella?
Mike hizo un supremo esfuerzo por cambiar el chip y convertirse en el doctor Llewellyn. Recorrió su fichero mental con rapidez.
– Kyle. La hija de Bill y Claire Wisen. Diecisiete años, pelo oxigenado y media docena de sortijas.
– Exacto -suspiró Mavis-. Está cuidando a Sally, su sobrinita de dos años y la niña ha metido el dedo gordo en el desagüe de la bañera y no lo puede sacar -suspiró nuevamente Mavis-. Lo siento mucho, doctor, pero han tratado todo lo posible sin resultado y creo que usted tendrá que ir.
– Estaré allí en cinco minutos -dijo Mike, sin mirar a Tessa-. Lo más importante es que llames a Kyle y le digas que ya voy y que trate de evitar que Sally tire. Si el dedo se le hincha de forcejear, tendremos serios problemas.
Colgó y se volvió a Tessa.
– Tengo que irme -dijo.
– Ya he oído. ¿Puedo ir también?
– Tess…
– Cuanto antes conozca a la gente de este pueblo, mejor será para los dos -miró el reloj-. Tengo una hora antes de ir a cuidar a la madre de Louise y tú tienes una hora antes de ir al baile. Vayamos a desatascar dedos gordos.
– Yo…
– ¿No me quieres? -puso cara de pena, como a un niño que le quitan un caramelo.
¡Porras! No podía trabajar con ella, pensó desesperado mirándole la cara y tratando de decidir si reír o llorar. No podía.
Pero tampoco podía decirle que no la quería.
– Venga, entonces -dijo, con voz que indicaba que había hecho un esfuerzo sobrehumano-. Estupendo. Vayamos a ejercer la medicina. Quizás te haga olvidarte del sexo.
– ¡Hala! No estaba pensando en el sexo -bromeó suavemente, con los ojos elevados hacia él llenos de risa. Y luego se puso un poquito seria-. Bueno, por ahora.
Sally seguía atascada en la bañera. Cuando llegaron, había vecinos, dos bomberos, un mecánico y un fornido fontanero cargado de una amenazante caja de herramientas intentando caber en el pequeño cuarto de baño de la granja. Era obvio que Mike era a la última persona a la que habían recurrido.
Sally estaba completamente alterada. Estaba desnuda hecha un ovillo en la bañera vacía, y sus sollozos eran los de un niño que ya ha perdido las esperanzas. El ruido era ensordecedor.
– Vaciemos la habitación -sugirió Tess con firmeza mientras Mike se dirigía recto a la niña. ¿Por qué no había nadie sujetándola?
– Bien -se acercó Mike a la niña y la sujetó de los hombros-. De acuerdo, Sally. Te sacaremos de aquí pronto, pero primero vamos a hacer que entres en calor.
– Necesitamos a los padres de Sally y al fontanero -dijo Tess bruscamente. Lo que había sucedido entre ellos pertenecía al pasado. Se había vuelto a convertir en la doctora entrenada para solucionar situaciones como aquélla-. El resto, me gustaría que se quedara fuera hasta que los necesitemos. ¿Quién es la madre de Sally?
– No está aquí -le dijo una rubia con el pelo oxigenado y demasiado maquillaje-. Yo soy Kylie, la tía de Sally. Mi hermana y su marido han salido a comer y no sé dónde se han ido -echó una mirada agresiva, como si esperase que Tess le dijese que era su culpa.
– Uno de los vecinos se está ocupando de localizarlos -dijo el fontanero y se dirigió a Mike, que había cambiado a la chica de posición para que el dedo no sufriera tanta presión-. Doctor, he estado pensando. La única forma de sacar ese desagüe es rompiendo la bañera alrededor de él.
– Entonces, eso es lo que habrá que hacer -respondió Mike, que estaba prácticamente metido en la bañera, apretando a la niña contra sí-. Está helada. Necesito mantas y bolsas de agua caliente. Rápido.
– Supuse que eso sería lo que me diría -dijo el fontanero, satisfecho-. Por eso tengo las herramientas listas. Lo hubiera hecho antes, pero la niña estaba muy mal. Creo que lo mejor será que me meta por debajo de la casa, así si lo rompo por debajo, no alteraré a la niña tanto.
– Hágalo -dijo Mike, sin quitar los ojos de la cara de la niñita. Tenían que sacarla de allí rápidamente porque comenzaba a dar señales de tener un colapso.
– ¿Podrías meterte en la bañera y abrazarla? -le pidió Tess a Kyle.
A los dos minutos tenían a la malhumorada adolescente en la bañera con la niña echada en sus brazos. Al no estar la madre, era lo mejor que podían hacer. Mientras Mike revisaba el dedo, Tess envió a las vecinas a que consiguiesen bolsas de agua caliente y reemplazó la toalla que cubría a la niña con una gran manta esponjosa.
– Ha estado tironeando -dijo Mike suavemente, mirando del hinchado dedo a la cara pálida de Sally. Que estuviese silenciosa era mal síntoma. La recomendación para los médicos era que nunca se preocupasen demasiado por un niño que lloraba. Si un niño estaba silencioso era el problema.
– Creo que podemos administrarle un poco de petidina, doctora Westcott -dijo Mike, y Tessa la buscó en el maletín y la preparó.
Se oyó un ruido bajo la casa y voces de hombres. El fontanero y su ayudante. La niña comenzó a sollozar otra vez y Kyle le apoyó la cabeza contra el pelo.
– Tranquila, Sally -le dijo con dulzura-. Tenemos dos doctores y un fontanero enorme que te sacarán el dedo de allí, ya verás. Y después podrás contarlo en la guardería. Si tenemos suerte, quizás los bomberos te lleven a pasear en el camión.
– Bien hecho -dijo Tess con entusiasmo. Bajo todo ese maquillaje, pendientes y actitud desafiante había una buena niña. Kyle estaría casi tan asustada como Sally al tener que enfrentarse al problema sola.
Con la ayuda de su tía, la chiquilla se tranquilizó, y unos minutos más tarde el fontanero logró cortar el caño. El piececillo estaba libre, aunque no el dedo.
– ¿Y ahora, qué? -preguntó Kyle inquieta, abrazando a Sally con caño y todo.
– La llevaremos al hospital -dijo Mike. El pie se había hinchado y el dedito estaba totalmente pálido. No le gustaba nada su aspecto.
– Quiero ir con mi mamá -lloriqueó la niña y hundió el rostro en el pecho de Kyle.
– Sí. Tendría que haber averiguado dónde iban -murmuró Kyle, a punto de llorar también.
Mike le puso la mano en el hombro.
– Te lo tendrían que haber dicho. No te sientas culpable, Kyle. Lo estás haciendo muy bien -dijo Mike y luego miró a Tess, analizando las opciones que tenían-. ¿Tienes ganas de hacer una anestesia, doctora Westcott? Bajo mi supervisión, por supuesto.
Tess lo miró a los ojos y se mordió el labio. Sabía lo que le estaba pidiendo. Mike le pedía a una doctora sin colegiar que administrase anestesia general a una niña sin el consentimiento de los padres.
Si no lo hacía, la niña perdería el dedo gordo. Y si lo hacía… las implicaciones legales eran incontables.
– No tenemos otra opción, Tess -dijo Mike, serio-. Sé que es mucho pedir, pero yo me haré responsable. Si quieres, te lo pondré por escrito.
– ¿Confías en mí?
– Sí -dijo él, y era verdad. Tess podía ser todo lo frívola que quisiese, pero Mike estaba seguro de que era una excelente doctora.
– De acuerdo. Hagámoslo -dijo Tessa suavemente-. ¿No es fantástico que haya venido de tan lejos?
Mike aplicó compresas frías al dedito mientras Hannah aplicaba compresas calientes al metal para lograr la mayor expansión posible. Luego le puso lubricante al dedo, que cuando lo empujó por la punta, salió como un corcho de una botella. Tess levantó la vista de los monitores y vio que recobraba el color casi instantáneamente.
– ¡Felicitaciones! -exclamó, y comenzó a invertir la anestesia inmediatamente. No había razón para mantener a la niña anestesiada ni un segundo más de lo necesario.
– Felicitaciones a ti también -dijo Mike, mirando el otro extremo de la camilla donde Tessa se hallaba controlando cuidadosamente la respiración de Sally. Mientras masajeaba el dedito, se dio cuenta de que la anestesia no lo había preocupado en lo más mínimo. Con mirar los cuidadosos preparativos de Tessa fue suficiente para darse cuenta de que ella sabía perfectamente su trabajo.