Era casi increíble. De repente tenía una doctora con formación en anestesia y traumatología. Si lo hubiese buscado a propósito por toda Australia, no habría encontrado a nadie más idóneo.
En cuanto ella se colegiase, no habría nada que no pudiesen hacer, pensó súbitamente, lleno de júbilo. Toda la cirugía menor que hasta ese momento enviaba a otro lado… los accidentes de coche que no podía resolver por su cuenta… las urgencias. Había perdido pacientes en el pasado porque estaba solo.
Si era verdad que ella se quería quedar…
Ella se quería quedar, pero había un problema. El compromiso emocional. ¡Diablos! La podía tener de socia y mantener las distancias. ¡Tenía que hacerlo! No podía pensar con claridad cuando la tenía cerca. Le sucedía en ese mismo momento.
– No hay necesidad de que te quedes -le dijo a Tess con brusquedad. Sonaba tenso y enfadado, no como se tendría que sentir después de haber realizado una operación con éxito-. Si tienes que cuidar a la madre de Louise…
– De acuerdo, de acuerdo -dijo ella, haciendo un gesto burlón de vencida con las manos-. ¿No tendrías que estar en el baile ya? Empezó hace veinte minutos.
– A Liz no le importará que llegue tarde.
– Estoy segura de que sí, pero no te lo dirá nunca, Mike Llewellyn -dijo Tess pensativamente-. Me parece que tienes a las chicas del valle demasiado bien entrenadas para su propio bien.
– Estoy totalmente de acuerdo -dijo Hannah sin poder evitarlo y Tess sonrió.
Hannah también, lo que hizo que Mike se sintiera…
¿Estúpido?
Capítulo 8
Liz estaba encantadora de negro y plateado. Usualmente disfrutaba de su compañía, pero esa noche el baile resultó un fiasco. Liz era una mujer orientada a su profesión que no tenía intenciones de comprometerse y con quien podía bailar tranquilo, sabiendo que no había intenciones ocultas.
– Liz, ¿crees que soy un bastardo? -le preguntó, cuando ya acababa la velada. La música era más lenta y las parejas bailaban pegadas.
Aunque Liz bailaba perfectamente en sus brazos siguiéndolo a la perfección, ninguno de los dos sentía deseos de aproximarse más.
– ¿Qué quieres decir?
– Me han lanzado la indirecta de que soy un bastardo sin corazón por no invitar a salir a las chicas más de dos veces seguidas.
– A mí me has invitado a salir más de dos veces seguidas.
– Eso es diferente.
– Sí -sonrió Liz-. Porque yo también soy una bastarda sin corazón. Tú y yo encajamos muy bien, doctor Lewellyn.
Quizás Tessa tenía razón, entonces. ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¿Salir sólo con mujeres como Liz?
Sí. ¡Una promesa era una promesa!
Cuando volvió a casa, era la una de la madrugada, hora de irse a la cama, pero no se sentía cansado en absoluto. Strop estaría durmiendo. Después de algo tan excitante como un partido de fútbol, solía dormir una semana, así que Mike no tenía prisa por volver a casa.
Pasaría a ver a Sally, decidió. Habían dejado a la niñita internada para asegurarse de que la anestesia no le había dejado secuelas. Finalmente, habían localizado a su madre y a su padre. Pasaron un largo rato con ella, ya que decidieron no ir al baile, pero Mike suponía que ya se habrían ido a casa.
Así que echaría una mirada.
Abrió la puerta de la sala de niños y Tess estaba allí. Sentada en una silla al lado de la cuna, tenía a Sally en los brazos en la semi oscuridad, dándole la espalda a la puerta. Tess estaba totalmente ajena a todo menos a la chiquilla que tenía en los brazos. Le tarareaba una nana.
Se quedó petrificado, mirándola largo rato.
Tess no lo vio. Tenía la cara metida en el cabello del bebé y se mecía mientras cantaba. Dios Santo, era hermosa. Estaba totalmente concentrada en lo que hacía y no tenía más pensamientos que para la niñita que tenía en los brazos.
Mike tragó y cerró los ojos. ¡Cielos! Tess había pasado la primera parte de la noche cuidando a la madre de Louise para que ella pudiese tener una oportunidad de tener vida amorosa y luego había hecho el esfuerzo de volver al hospital para cerciorarse de que un bebé que quería estuviese bien.
Tenía un corazón tan grande… tan cálido…
Se volvió al pasillo, pero no supo cómo.
Conque aquello era lo que había jurado no tener nunca, pensó con amargura. Nunca había comprendido las consecuencias de su promesa hasta ese momento. Hasta entonces, su juramento había sido fácil de cumplir. No había habido nadie como ella para tentarlo.
El pensamiento de su madre le pasó por la mente. Muerta… cuando un médico decente, un médico con la cabeza en su trabajo, la podría haber salvado.
Aquella mujer, Tessa, tenía el poder para distraerlo. Tenía el poder de hacerlo pensar en cosas distintas de la medicina y no se atrevía a arriesgarse.¡De ninguna manera se comprometería emocionalmente con aquella mujer.
Mantuvo la visión de su madre en la mente y se agarró a ella como si se fuese a ahogar si no lo hacía. ¡No! Su madre se merecía que no rompiese su promesa. Pero no podía hacer que se fuese. El valle la necesitaba tanto como lo necesitaban a él.
Una enfermera salió de la habitación de Henry Westcott. Era la horrible Hannah.
– ¿Está Henry despierto?
– Sí. Le acabo de dar unas friegas. Se ha quejado de que las escaras le duelen.
– Iré a verlo -dijo, frunciendo la frente. Seguro que Hannah le había dado unas buenas friegas a Henry, pero sus palabras infringían más daño de lo que las manos curaban.
No se parecía en nada a Tess, que era capaz de quedarse media noche despierta para hacerle compañía a una vieja protestona y darle libertad a su hija para que se divirtiese un poco y luego volver al hospital para acunar a un bebé…
Con razón no se había sentido tentado de romper su promesa cuando había salido con mujeres como Hannah. No había ni punto de comparación.
Henry estaba totalmente despierto. El anciano miraba la puerta con esperanza en los ojos cuando Mike la abrió. Era tristemente obvio que esperaba la llegada de su nieta.
– Tessa está en la sala de niños. ¿Quiere que la vaya a buscar?
– No… -dijo Henry y tosió. Luchó por recuperar el aliento mientras se cerraba la puerta-. No, no la necesito. No necesito a nadie. Tendrías que estar durmiendo, en vez de perder el tiempo conmigo.
Mike lo observó más detalladamente, notando la emoción en la cansada y vieja voz.
– ¿Qué pasa, Henry? ¿Dolor?
– No, las friegas ayudaron.
– ¿Es Hannah? ¿Lo ha estado molestando?
– No, no…
– Sí. Lo noto en su voz. Hannah es una de mis mejores enfermeras, técnicamente hablando, pero tiene una lengua… Dígame lo que le ha estado diciendo.
– Sólo…
– ¿Sólo?
– Me ha estado contando lo buena que es la residencia de aquí.
– ¿Ah, sí?
– No es un mal sitio para acabar, supongo -dijo Henry con cansancio-. Tan bueno como cualquier otro.
– ¿Tan bueno como su granja?
– No, pero…
– Pero nada -dijo Mike con firmeza. Esa Hannah… Tendría que darle unas buenas instrucciones sobre lo que podía y no podía hablar con los pacientes-. Tessa ya lo tiene todo solucionado. Le guste o no le guste, se lo llevará a la granja en cuanto se pueda poner de pie, y tiene todas las intenciones del mundo de vivir con usted y con Doris.
– Eso no es vida para una chica.
– ¿Quién dice eso?
– Lo dice Hannah. Yo estaría bien si ella estuviese bien…
– ¿Si quién estuviese bien?