– Tessa. Tessa dice… -Henry sufrió un acceso de tos, y le llevó dos minutos enteros recuperarse lo suficiente para hablar, pero Mike esperó como si tuviese todo el tiempo del mundo. Aquello era importante.
– Tess dice que no es solamente ella y yo y Doris -logró decir Henry finalmente-. Es…
– ¿Es?
Henry titubeó, y luego su cara se arrugó en una sonrisa avergonzada.
– Es… eres tú, muchacho -confesó-. Tess me dijo que intenta casarse contigo -luego, al ver que la cara de Mike se quedaba quieta, se apresuró a explicar-: Oye, que estaba bromeando. Le dije que no quería que perdiese su vida aquí y ella dijo que tonterías, que su futuro esposo se encontraba aquí y que no tenía intención de marcharse. Nunca. Entonces yo pensé… -le sonrió- Quizás sea una tontería, pero pensé que hasta que me sintiese un poco mejor, haría como si fuese verdad. Sólo que se lo dije a Hannah. Bromeando, ¿sabes? Y Hannah me dijo que era una locura, porque tú no te casarías nunca, ni con alguien como Hannah o Liz, ni, mucho menos alguien como Tessa.
Dios Santo. ¿Qué le podía responder?
– Mire, Henry. Hace sólo tres días que conozco a su nieta -se sentía a la deriva, como si lo arrastraran olas que ni siquiera podía ver- Es una locura…
– Sí -Henry hizo una mueca-. Pero Tessa dijo que a ella le alcanzaba con tres minutos. Lo sabía -suspiró profundamente e intentó darse la vuelta, pero su lado paralizado se lo impidió. Lanzó un gruñido de frustración y Mike se inclinó a ayudarlo.
– Su abuela era igual -dijo Henry finalmente cuando estuvo cómodo nuevamente-. La abuela de Tessa me vio por primera vez y me dijo que me olvidara de la soltería, que yo era el elegido. Le llevó a Ellen un año convencerme, pero me podría haber ahorrado el esfuerzo de luchar. Casarme con Ellen fue lo mejor que hice en mi vida. Pero tú…
– Pero a mí no me convencerán -dijo Mike pesadamente-. Esto es una tontería, igual que la idea de una residencia para usted, Henry. Hay un trabajo y una vida para su nieta en este valle sin necesidad de meterme a mí en el baile. Así que será mejor que usted se reponga para que pueda volver con Doris. Doris… esa sí que es una hembra sin complicaciones.
– No existe tal cosa -dijo Henry sombríamente-. ¿Una hembra sin complicaciones? ¡Ja!
La mañana del domingo era la más tranquila de la semana, y a veces su único descanso en toda la semana. No había nada urgente en el hospital y, después de la intervención de Tessa el día anterior, no quedaba nada pendiente.
Le dio el alta a Sally, que se fue a casa con sus aliviados padres. Convenció a Jason para que se sometiese a una reconstrucción del tendón de Aquiles en el valle en cuanto le diesen la colegiatura a Tessa.
Tessa no estaba por ningún lado. Había visitado a Henry, que estaba profundamente dormido. Louise estaba de guardia, alegre y todavía ruborizada después de su salida nocturna.
– Tess se fue a la granja temprano -le dijo-. Se muda allí hoy.
Genial. Eso quería decir que tenía el hospital para él solo.
De repente, el día se le hizo triste y totalmente aburrido.
Le quedaba una tarea realmente desagradable. Identificar los restos de Sam Fisher. Cuando acabó de asegurarse de que lo que había allí era decididamente lo que quedaba de Sam, el día le pareció más que triste. Más deprimido no podía estar.
¿Y después qué?
Pasó a buscar a Strop y salió del hospital al brillante sol del otoño. Era un día fantástico. Se quedó en el aparcamiento, llenándose los pulmones de aire fresco e intentando olvidarse del olor y el recuerdo de lo que acababa de hacer.
Pues… iría de paseo con Strop. Su Aston Martin era el orgullo de su vida.
Se dirigió al norte, hacia las montañas. Tenía el teléfono consigo. Si lo necesitaban, lo podían llamar.
El elegante deportivo llegó a la granja de Henry Westcott como si lo hubiese atraído un imán. Sólo iba para ver si Tessa necesitaba ayuda, se dijo con firmeza, pero no se creyó.
Sólo era porque quería ver a Tess. ¡Cielos! Tenía menos autocontrol que un adolescente.
Tessa se hallaba en el granero con Doris. Se había vestido para estar en la granja, con unos vaqueros manchados y una camiseta. Llevaba el rojo pelo sujeto con un hermoso pañuelo azul.
Cuando Mike entró, ella estaba en cuclillas mirando a los cerditos y, al verlo, se puso de pie y no hizo nada por esconder el placer de verlo.
– No me atreví a pensar que vendrías -le dijo.
Y luego lo miró realmente. La sonrisa se esfumó y los ojos lo escrutaron.
– Mike, ¿qué pasa?
– No pasa nada…
Ella dio un paso hacia delante.
– ¡Oh, Dios! ¿Es el abuelo? -preguntó. La cara se le había puesto pálida y él habló rápido para tranquilizarla.
– Henry está bien.
– Entonces, ¿por qué tienen ese aspecto tus ojos? -y luego el rostro se le despejó al recordar-. Oh, Mike, me olvidé. Ya sé lo que es. Los archivos dentales llegaron anoche. Has estado identificando a Sam.
¡Lo podía leer como un libro! Dio un paso atrás, como poniendo distancia entre él y Tess, pero ella no se dio por aludida. Dio un paso adelante y le dio un abrazo gigantesco.
– Tendría que haber estado contigo -dijo suavemente-. Al menos ahora está hecho, pero ha de haber sido horrible. No te olvides que yo lo vi antes que tú. Por lo menos, su final habrá sido rápido. Ven, cambiemos de tema. Ven a ver lo que he hecho en la casa -le rogó. Lo tomó de la mano y lo arrastró hacia la casa antes de que él pudiera protestar. Su mano le daba un calor que le subía por el brazo y que no podía negar.
Ella no paró hasta llegar a la cocina y él se detuvo, aturdido, al entrar.
El sitio estaba totalmente transformado.
Para empezar, estaba limpio. Desde la muerte de su mujer, Henry no se había ocupado demasiado de la casa. La había mantenido básicamente limpia, pero eso era todo.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó Mike débilmente, mirando la transformación a su alrededor.
– Me levanté a las siete con Louise. Su madre ronca y no podía dormir. Tomamos el desayuno juntas y hablamos de lo maravilloso que es Harvey Begg. La dejé en la luna de Valencia y me fui al hospital. Tomé prestados unos útiles de limpieza. Necesitaba más, pero aunque la ferretería estaba cerrada, en al camino hacia allí me encontré al ferretero, el señor Harcourt, recogiendo el periódico del jardín. Lo reconocí porque ayer le traté la tos y le dije que si no dejaba de fumar se moriría dentro de dos años. Llevaba un pijama con patitos amarillos. Le dio un poco de vergüenza que lo encontrara así, pero fue muy amable y me dio la llave de la tienda.
Lo que Tess quería decir era que el pobre ferretero estaba totalmente petrificado de vergüenza al verla. Cualquiera lo estaría.
Y William Harcourt… no le podía haber pasado a un hombre más agradable. Patitos amarillos, ¿eh? Mike esbozó una media sonrisa.
– Así que después fregué y fregué. Vacié todo y luego blanqueé las paredes. Y después, volví a entrar las cosas. ¿A que hace una diferencia?
Vaya si la hacía. Mike se había quedado boquiabierto.
– Necesito ayuda para colgar las cortinas -le dijo, sin darle tiempo a que él comentara-. Las lavé temprano e iba a ver si estaban secas cuando me distraje con Doris y los chicos. Iré a buscarlas ahora. Qué bien que hayas venido.
Y salió corriendo. Era como un tornado, un remolino loco y adorable que agarraba todo y lo levantaba y lo dejaba caer de nuevo de forma distinta.
Y él no sabía cómo parar de dar vueltas. Trabajaron duro un rato. No lo dejó protestar. Él simplemente obedeció órdenes y la experiencia fue totalmente nueva.
Mike era un animal sin domesticar, pero Tess no pareció notarlo. Le hizo bajar las cortinas del segundo piso, sacudir alfombras, quitar las sábanas a las camas y hacerlas con sábanas limpias, barrer habitaciones que hacía años que no se usaban… Strop los seguía a todos lados, metiendo el hocico y olisqueando.