– ¿Puedo preguntarte por qué?
– Porque estoy segura de que todavía crees que estás traicionando a tu madre. Te casarás conmigo y luego estarás todo el tiempo pensando que en cualquier momento llegará el desastre. Y es verdad, porque si me caso contigo, habrá alguna vez que interfiera con tu medicina. Seguro que te ayudaré. Seguro que estaré a tu lado y la atención en el valle será mejor por mi contribución, pero el día que interfiera, dudo que eso cuente. Te odiarás y también me odiarás a mí. Te amo, Mike, pero quiero más que eso, y estoy dispuesta a esperar.
– Esto es una tontería -dijo él despacio.
– Será estúpido, pero es la verdad -le dijo, y él se dio cuenta de que no cedería, que ella también había estado pensando-. Aún no te das cuenta de lo que quiero decir, pero yo sí -y tomándole la cara entre sus manos, lo besó dulcemente-. Necesitas esperar. Ambos necesitamos esperar, Mike, para ver lo que nos depara la vida. Pero sin boda. Sólo amor… y veamos si con eso nos alcanza.
Tess se negó a ceder, y finalmente él aceptó su postura. No tenía otra elección. Era una locura, pensó. Ella estaba equivocada.
Oh, no estaba equivocada al pensar que él se culparía si se distrajese. Lo que ella no veía era que no era necesario que eso sucediese. Con Tess trabajando con él, seguro que no habría ningún momento en que ella se le cruzaría por el medio.
Mientras tanto, la vida resultaba infinitamente dulce. Tessa y él trabajaban hombro con hombro. El trabajo del valle se dividió en dos por arte de magia. Tenía tiempo para levantar la cabeza de su trabajo, y cuando la levantaba, Tess estaba allí, dispuesta a deslizarse a sus brazos.
Con la dedicación que su nieta le otorgaba, Henry Westcott superó todas las expectativas y en cinco semanas estaba listo para volverse a la granja.
– De ahora en adelante, tendré que quedarme en la granja -le dijo Tess a Mike la noche anterior a que diesen de alta a Henry. Ésa sería su última noche juntos. Ambos conocían las dificultades que se les presentarían. La granja estaba demasiado lejos para que Mike estuviese de guardia, aunque quisiese quedarse con Tess.
Pero no quería hacerlo. Aunque su cuerpo gritase su necesidad por Tess, Mike conocía a Henry lo suficiente como para saber que si Tess dormía con Mike sin casarse bajo su techo, el anciano se alteraría enormemente. Pero Tess tenía razón. Ella tenía que quedarse.
– Así que tenemos que casarnos -dijo Mike, apartando los rizos de la cara de Tessa. La besó en los labios profundamente-. Pronto. Strop te echará de menos, y yo te echaré de menos más todavía. Cásate conmigo.
– No.
– ¿No?
– No. Todavía no has tenido tu desastre.
– No tengo ninguna intención de tener un desastre.
– Sucederá. Te diré una cosa -dijo, devolviéndole el beso-. Si el desastre no te ha ocurrido para cuando yo tenga cincuenta, me casaré contigo de todos modos.
– ¡Hala! Gracias.
– ¿No te quieres casar conmigo cuando tenga cincuenta?
Mike gimió.
– Puede que no viva hasta los cincuenta. Puede que no viva ni diez minutos más. Tess…
– Es una oferta excelente. Tómala o déjala.
– Tess…
– Mike, sucederá. Sé que sucederá. Vivamos cada día como venga y ya veremos.
Así que el sábado por la tarde tomaron prestado el coche del hospital y Tess, Mike y Strop llevaron a Henry a casa. La alegría del anciano al estar en su casa, al ver a Doris y los bebés, al saludar a sus cabras y sentarse en su sillón frente a su chimenea era demasiado grande como para permitir que la rigidez ocasional de Mike se la empañase.
Se sentó y miró a su alrededor encantado.
– Es una maravilla -le dijo a su nieta-. Eh, Tess… -la voz se le atragantó por la emoción y Mike se encontró casi tan emocionado como Henry.
Pero tenía que irse. Stan lo estaría esperando.
– Tess lo cuidará bien, señor -le dijo a Henry-. Y la enfermera del distrito pasará todos los días.
– ¿No te quedas? -preguntó Henry al darse cuenta de lo que intentaba hacer- ¡Caramba, hombre, tienes que quedarte! Le he pedido a Tess que nos haga algo bueno para los tres.
– ¿Te quedas? -sonrió Tess a su abuelo y luego a él-. He comprado una lata de comida para Strop, y para nosotros tenemos todo lo que el abuelo me pidió. Cerdo asado con puré de manzana, calabaza, patatas asadas y guisantes, seguido de pastel de limón con merengue.
– Pastel de limón con merengue…
– ¡Eh, que no sólo soy una cara bonita! -exclamó Tess y luego lanzó una risita-. Para ser honesta, la señora Thompson me hizo el pastel, pero el resto es todo mío. Quédate, Mike, a ambos nos gustaría.
– Stan sólo necesita una visita social -dijo titubeante-. Supongo que podré pasar mañana.
No pudo.
A las once de la mañana del día siguiente llegó a la granja de Stan Harper y Stan estaba muerto.
– De acuerdo -dijo Tess mientras se lavaba las manos después de haberlo ayudado a hacer la autopsia-. Puede que la hora de la muerte haya sido el sábado a la tarde.
– Cuando yo tendría que haber estado allí.
– Por el aspecto de este daño, no podrías haber hecho nada aunque hubieses estado allí. La arteria está totalmente bloqueada.
– Pero no había ninguna señal de ello, aparte del dolor, que no podíamos identificar. El electrocardiograma era normal. Intenté que fuese a un especialista en Melbourne, pero no quiso.
– Ésa era su opción -la voz de Tess era tranquila y sin emoción, y los ojos lo miraban atentos.
– Tendría que haber insistido.
– Y él se habría negado.
– Al menos tendría que haber estado allí.
Allí estaba, el quid de toda la cuestión.
– ¿Quieres decir que si hubieses estado allí lo podrías haber salvado?
– Sí. No. No lo sé -se dio la vuelta y miró sin ver la pared-. ¿Quién sabe? Se había deteriorado. No comía. Si hubiese pasado más tiempo con él, haberlo empujado un poco para que comiese…
– En vez de pasar tiempo conmigo -dijo ella suavemente.
– Eso tuvo algo que ver.
– ¿Y el hecho de que si yo no estuviese aquí no habrías tenido tiempo de hacer ninguna visita social en absoluto no cuenta?
Pero él no la escuchaba.
– Tendría que haber estado allí. No tendría que haberme quedado contigo y con tu abuelo. Sabía que Stan me esperaba.
– No te esperaba. Tú ibas cuando podías. Sólo porque yo te he dado más tiempo libre has podido ir -suspiró Tess.
– Tendría que haber estado allí.
Silencio. Tess se secó las manos y se quitó la bata de laboratorio. Luego cruzó la habitación y lo agarró de las manos. Él la miró sin verla, con el corazón vacío.
– Mike, ¿es éste nuestro desastre?
Él no pudo responder. Su cara estaba fría y rígida, y reflejaba lo que él sentía.
– No lo sé, Tess -dijo finalmente-. No lo sé. Lo único que sé es que…
– ¿Qué quieres que me vaya?
Él cerró los ojos, y cuando los abrió supo lo que tenía que decir.
– Sí, por favor -le dijo.
Silencio.
– Sabía que esto iba a pasar -dijo Tess suavemente, y el dolor de su voz era patente-. ¿No te alegras ahora de que no estemos casados?
Caminó lentamente fuera de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Capítulo 10
Siguió un interminable mes en el que Mike trató de tomar las riendas de su vida nuevamente donde las había dejado.
Trabajó en dos niveles. En apariencia, era eficiente, calmo y controlado, pero por debajo estaba tan nervioso que se preguntaba cómo podía soportarlo.
Quizás, si dejase de ver a Tess cada vez que se daba la vuelta, podría resolver su problema. Pero eso no iba a suceder.