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– ¿Tessa?

– ¿Mmm? -con la bata blanca y aspecto eficiente, Tessa había entrado en la habitación con Hannah detrás. Miró los gráficos y sonrió-. Esto va estupendo, ¿sabes? Podrías comenzar a comer sólidos mañana.

– Pero no huevos con panceta -sonrió Hannah y Tessa sonrió afirmativamente.

– Tiene razón, enfermera. Ni huevos, ni panceta. Puede que probemos un poco de gelatina y…

– ¡Tessa!

– Perdona, Mike. ¿Querías decirme algo? -Tessa levantó las cejas y le dio su completa atención, igual que un cirujano atento y educado.

– Sí. ¿Podemos hablar a solas un minuto?

– Me temo que Hannah y yo estamos realmente ocupadas -le sonrió otra vez-. Como comprenderás, tenemos sobre nuestros hombros toda la responsabilidad de la atención médica del valle. No podemos permitir que nuestras vidas personales interfieran.

Hannah sonrió. Mike se la quedó mirando. Hannah había salido de su concha. Lo que había hecho le había quitado años de amargura de los hombros. La enfermera estaba prácticamente con un ataque de risa boba.

– ¡Tessa!

– ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

– Sí -la miró enfadado-. Quiero que te cases conmigo.

– Oh, ¿es eso todo? -la frente se le aclaró y una chispa de humor relució en su mirada. Detrás de su risa había dicha-. Creo que podríamos organizarlo. Hannah, cuando vayas a mi despacho, ¿podrías mirar si encuentras un hueco en mi horario?

– Tess…

– No querríamos interrumpir las necesidades de la comunidad, ¿no?

– Tess…

– Tengo que irme -dijo ella como si tal cosa-. Pero, por supuesto, me casaré contigo. Cualquier cosa con tal de hacerlo feliz, doctor Llewellyn. Cualquier cosa con tal de hacer a mis pacientes felices.

Pasaron dos días antes de que pudiese tener una respuesta seria. Durante dos días tuvo a Bill o Louise o Hannah a su lado y él sintió que se volvía loco.

Finalmente, la pilló. Era la medianoche. Había estado dormitando y oyó la puerta abrirse suavemente y unos pasos acercarse a la cama.

Silencio. Cerró los ojos.

Quien quiera que fuese, se inclinó sobre él. Hubiese reconocido ese perfume en cualquier lado. Le agarró la muñeca antes de que ella pudiera escaparse.

– Quédate -gruñó.

– Mike…

De repente, la voz de Tessa parecía insegura.

– Quiero pedirte perdón.

– Perdón…

– Por dudar de ti. Por ser tan idiota. Por causarte pena. Te quiero tanto, que quiero que estés a mi lado para siempre. Ya he tenido mis desastres. Y quiero tu amor antes de tener que enfrentarme a más. De ahora en adelante, cualquier desastre que venga, lo enfrentaremos juntos.

– Mike…

– Cásate conmigo, Tess -susurró-. Cásate conmigo y comprueba que no tengo ninguna reserva. Cásate conmigo y comprueba que no puedo ser médico sin ti. No puedo ser nada sin ti. Eres la mitad de mi todo. Tess…

– Oh, Mike -se arrodilló y le hundió la cara en el hombro y lo abrazó, a pesar de la sonda.

– Ya te he dicho que sí -dijo con firmeza-. Me enamoré de ti en cuanto te vi y te amaré para siempre. Por supuesto que me casaré contigo, amor mío. Lo quise en ese momento y lo quiero ahora. Amarte sin parar. Tú recupérate y organizaremos una boda para morirse. O… -pensó lo que había dicho y sonrió-. Mejor, habría que decir una boda para vivir. Porque eso es lo que será, una boda para vivir.

Ya no había dudas en el corazón de Mike. No había ninguna duda. Ése era su destino, lo que iba a suceder.

Marion Lennox

***