– ¿Me permites ver? -preguntó, y al no obtener respuesta, le desabrochó el cuello y retiró la prenda para descubrir el hombro. Lanzó un silbido inaudible. No era extraño que tuviese dolor-. Te has dislocado el hombro.
– Déjalo.
– No te asustes -le dijo, tomándola de la mano nuevamente con tanta delicadeza que no le dañó el hombro-. Estamos aquí para ayudarte. Yo soy Mike Llewellyn, el único médico de Bellanor. Detrás de mí se halla el sargento Ted Morris y Jacob, el tipo que está enterrando el cerdito, es el vecino de tu abuelo. Es el dueño de la granja de al lado. Llevamos cuatro días buscando a tu abuelo, desde que desapareció.
– Pero… -la chica parecía estar desesperada por entender lo que decía sin éxito. En lo único en que podía pensar era en el dolor.
– Las explicaciones pueden esperar -dijo Mike con firmeza. Le tomó el brazo por la muñeca y le colocó suavemente el brazo cruzado sobre el pecho como si tuviese un cabestrillo-. Puedo llevarte a la consulta y manipular esto con anestesia, pero si confías en mí, puedo volverte a colocar el hombro ahora. Te dolerá, pero también lo hará viajar por caminos llenos de baches para llevarte hasta la ciudad. Te puedo dar un poco de morfina, pero creo que lo mejor que se puede hacer es intentar colocarlo rápidamente. ¿Intentarás relajarte y ver qué es lo que puedo hacer?
– ¿Eres… de veras eres médico?
– Soy médico de verdad -le sonrió, con los ojos azules dulces y tranquilizadores, recurriendo a su mejor actitud profesional con los pacientes-. El sargento lo puede corroborar. Incluso tengo un certificado por algún lado para demostrarlo.
– ¿Y… y sabes cómo volver a poner esto?
– He colocado hombros dislocados antes.
La joven lo miró con duda en los ojos. Él no llevaba bata blanca ni estetoscopio. Vestía vaqueros y un jersey de lana. Tenía el cabello negro y rizado y le hubiera ido bien un corte de pelo, y el rostro bronceado y las arrugas alrededor de sus ojos indicaban que pasaba mucho tiempo al aire libre.
No tenía ni pizca de aspecto de médico.
Pero sus penetrantes ojos azules y la sonrisa de su ancha y bronceada cara le indicaron que se podía entregar a sus manos con tranquilidad.
La chica suspiró y asintió con la cabeza, cerrando los ojos y forzándose a relajarse. Esperó a que llegase el dolor…
Él la miró con sorpresa. ¿Le habría ocurrido antes, entonces? Parecía que sabía lo que iba a suceder.
No valía la pena retrasar el momento, así que le levantó la muñeca y le flexionó el codo hasta un poco más de los noventa grados. Luego, lenta y firmemente, hizo rotar el brazo abajo y atrás, con tanta firmeza que la chica lanzó un sollozo de dolor.
Y luego, milagrosamente, se acabó. El hombro se colocó con un chasquido.
Silencio.
La chica inspiró profundamente dos veces. Tres. Cuatro. Y luego, abrió los ojos a un mundo sin dolor.
Los ojos verdes se contrajeron cuando esbozó una sonrisa de absoluto alivio.
– Gracias.
No necesitaba nada más. No había necesidad de cerciorarse de su trabajo. Bastaba con ver cómo el terrible dolor había desaparecido de sus ojos. Le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. ¡Y qué sonrisa!
– Bien hecho. No te muevas todavía. Tómate tu tiempo. No hay prisa.
No había prisa…
La sonrisa de la chica desapareció y ella miró a su alrededor como si lo viera por primera vez. Doris estaba echada, exhausta, en la paja. Junto a ella, los cerditos hacían los primeros intentos de comenzar a mamar.
Alguien tenía que romper el silencio, y finalmente fue el sargento quien lo hizo.
– Ahora, jovencita, ¿qué tal si nos dices quién…?
Mike le puso una mano en el brazo, sacudió la cabeza y lo silenció con una dura mirada.
– No. Las preguntas pueden esperar, Ted. Está agotada. Es la nieta de Henry. Eso es todo lo que necesitamos saber.
– ¿Eres la chica que llamó desde los Estados Unidos a principios de la semana? -preguntó el policía.
– Sí. Soy… soy Tessa Wescott. Llegué en avión esta tarde, alquilé un coche y me vine directamente aquí.
– No necesitamos saber más -dijo Mike con firmeza y Tessa lo miró.
Lo que vio pareció tranquilizarla. El rostro de Mike tenía fuertes huesos y una amplia boca, con una firme barbilla que inspiraba confianza. Había señales de fatiga alrededor de sus profundos ojos azules, que no impedían que éstos resultaran amables y cálidos. Cuando él se pasó la mano por el revuelto cabello y sonrió, la sensación de confianza se intensificó.
– Si Henry Wescott es tu abuelo, ¿cómo es que no te hemos oído nombrar antes?
La voz, como un ladrido, provenía de Jacob, que volvía al granero a buscar una pala.
– Basta, Jacob. ¿No ves que la hemos asustado? Está herida y ahora no es momento de hacer un interrogatorio.
La radio que el policía llevaba colgada del cinturón emitió unos sonidos y el sargento la agarró, habló brevemente y luego suspiró.
– Tengo que irme -les dijo-. Las vacas de los Murchison se han escapado otra vez y hay que quitarlas del camino antes de que alguien resulte herido -miró a Tess-. Sabía que Henry tenía una nieta en los Estados Unidos y no puedes negar que tienes su cabello. Tenemos que hablar, pero quizás…
– Ahora, no -le dijo Mike-. Tessa, estás demasiado cansada para hablar -miró a la chica mientras su rápida mente decidía lo que había que hacer-. Sargento, ¿podemos usar la radio para decirle al veterinario que venga a ver a Doris? Necesitará antibióticos inmediatamente y no tengo ni idea de las dosis que hay que administrarle. Jacob se puede quedar aquí para ayudarlo, y yo llevaré a Tess al pueblo si no le importa compartir el asiento con Strop.
Strop… Tess sacudió la cabeza, confundida.
– Me quedo aquí -dijo.
– Strop es mi perro, Tess, y estará encantado de conocerte -la pobre chica no estaba en condiciones de tomar una decisión y menos aún de pasar la noche sola en una granja solitaria-. Pasarás la noche en el hospital para que pueda observar ese brazo -dijo con firmeza-. Puedes volver mañana, si te sientes con fuerzas.
– ¿Lo que quiere decir es que me tengo que quedar con la cerda y esperar que venga el veterinario? -preguntó Jacob con incredulidad.
– Es lo menos que puedes hacer después de haber dado a la señorita Wescott un susto de muerte -dijo suavemente-. Y te conozco, Jacob. Siempre haces el menor esfuerzo posible. Además, este año me has llamado por la noche cinco veces para ver a tus hijos enfermos y cada una de esas visitas podría tranquilamente haber esperado a la mañana siguiente. Me debes una.
Jacob pensó un segundo las palabras de Mike y luego asintió con la cabeza, reconociendo que éste tenía razón.
– Ahora nos tenemos que ir -le dijo Mike a Tess, y ella se dio cuenta de cómo él se reía detrás de los dientes-. Yo también tengo una paciente de parto. No dará a luz hasta la mañana, pero me necesita. ¿De acuerdo, Tess?
Ella parecía un autómata. No lograba reaccionar, aunque se esforzaba en concentrarse.
– Supongo… que sí.
– Estupendo entonces -dijo Mike con una sonrisa-. Estoy seguro de que Jacob y el veterinario se ocuparán perfectamente de Doris, así que la puedes visitar mañana si está como para recibir visitas. Y ahora, Strop es una excelente chaperona, ésa es su misión en la vida, impedir tantas cosas como sea posible. Así que, ¿nos tienes a Strop y a mí suficiente confianza como para que te llevemos en coche hasta el pueblo?
Tess levantó la mirada hacia él y esbozó una temblorosa sonrisa. Y luego, antes de que se diese cuenta de lo que intentaba hacer, él la levantó en sus fuertes y musculosos brazos y la apretó contra su áspero jersey, haciéndola perder el aliento.