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– No… por favor. Puedo caminar.

– Yo diría que sí -le dijo él con firmeza. Aquella chica tenía valor suficiente para enfrentarse a cualquier cosa-. Pero está oscuro fuera. Sé dónde está mi coche y no quiero que tropieces en la oscuridad con el brazo como lo tienes, especialmente si Strop está por el medio. Es el tipo de perro que los ladrones temen más porque corren el riesgo de tropezarse con él en la oscuridad. Así que calla y déjate llevar, señorita Westcott.

Calla y déjate llevar… Parecía que no podía hacer otra cosa, así que Tess se calló y se dejó llevar.

Mike la llevó hasta el coche mientras intentaba pensar qué tenía ella que lo hacía sentirse tan extraño.

Como si estuviera al borde de un precipicio.

Capítulo 2

Era una chica preciosa. El reloj de pared marcaba las tres de la tarde y la cama de Tessa estaba bañada en la luz de la tarde. Mike había asomado la cabeza por la puerta tres o cuatro veces durante la mañana, pero se había encontrado a Tess durmiendo profundamente todo el tiempo. Estaba en una habitación individual del hospital, pequeña y cómodamente amueblada, de ventanas que daban a un jardín con verdes prados al fondo.

Esa vez, ella abrió los ojos cuando él entró, pestañeó dos veces e intentó sonreír mientras se lo quedaba mirando como si quisiera adivinar quién era él.

Aquél era un Mike diferente al de la noche anterior. No tenía por qué dudar de su palabra, y menos después de la forma en que la había tratado, pero en ese momento…

Con la ropa limpia, el ondulado cabello negro cepillado hasta casi estar en orden, la bata blanca sobre los pantalones de vestir y el estetoscopio asomándole por el bolsillo, era un médico al cien por cien. Sin embargo, tenía la misma actitud que ella recordaba. Se detuvo en la puerta y sonrió, y Tess se vio forzada a devolverle la sonrisa.

Y luego su mirada se dirigió sorprendida al enorme basset-hound que entró con él a la habitación como si tal cosa.

– ¿Despierta, por fin? -preguntó y la sonrisa se amplió más mientras se dirigía a su cama intentando no apreciar su belleza tanto como lo hacía-. Bienvenida al mundo de los vivos, señorita Westcott -dijo con ojos cálidos y chispeantes. ¿Qué tal está ese hombro?

– Parece bien -dijo ella, sin quitarle los ojos de encima a Strop-. Conque realmente había un perro -dijo-. Pensé que era parte de mi pesadilla.

– ¿Qué, Strop? -rió Mike- Strop no es una pesadilla. Está firmemente plantado en la realidad. Tanto, que si se acerca más a la tierra tendremos que ponerle ruedecitas.

– ¿Tienes un perro en el hospital?

– Es un perro de hospital. Tiene un diploma de control de esfínteres y comprensión. Pruébalo.

Strop levantó la vista hacia la cama. Sus enormes ojos tristes miraron a Tess con melancolía. Sacudió el rabo levemente con la misma cara de pena.

– Ah, ya veo -se rió Tess-. Hace que cualquier paciente se sienta mejor inmediatamente, como si ellos no fuesen los únicos que se sienten mal y es imposible que se sientan tan mal como él.

– Basta de Strop -dijo Mike, de broma-. Me quita protagonismo todo el tiempo. El brazo, señorita Westcott, ¿cómo está?

Tess lo movió para probar e hizo un gesto de dolor.

– Yo no me preocuparía por él. Está magullado, pero está bien. Debes de haber encajado el húmero inmediatamente, de lo contrario me dolería mucho más que esto.

– El húmero… -dijo Mike. La noche anterior le pareció que ella tenía conocimientos de obstetricia, y en ese momento…- ¿Eres enfermera, entonces?

– No -sonrió ella, lo cual fue como un rayo de sol-. Adivina otra vez.

– ¿Fisio? ¿Osteópata?

– Mejor, médico.

– ¡Médico! -se la quedó mirando.

– Las mujeres pueden serlo -dijo ella con ligera burla-. En los Estados Unidos estamos a un cincuenta por ciento. No me digas que eres de los que mantienen a la mujer sojuzgada.

– No, pero… -Mike recordó los extravagantes tacones de aguja rojos. Allí mismo estaban, colocados uno al lado del otro bajo la cama junto a Strop. ¿Médico?

– Y los médicos pueden ponerse lo que quieran -le dijo ella, siguiendo con la suya su mirada. En un instante se dio cuenta de lo que él pensaba-. No tenemos por qué llevar zapatos negros con cordones cuando nos dan el diploma, así que mejor será que se le quite esa cara de azorado, doctor Llewellyn, ahora mismo.

– No. Es verdad -inspiró profundamente y logró esbozar una sonrisa-. ¿Eres un médico en ejercicio, entonces?

– Correcto. Trabajo en urgencias en Los Ángeles.

– Entonces, tendré que hacer buena letra -dijo, recuperándose de la sorpresa-. Los médicos son los peores pacientes -trató de sonreír-. Da casi tanto miedo tratarlos como a los abogados -se sentó en la cama junto a ella, tratando de hacer caso omiso a la sensación de intimidad que sentía. ¡Cielos! Si se sentaba en las camas de todos los pacientes-. ¿De veras que tu hombro está bien?

Tessa lo movió cuidadosamente contra las almohadas y volvió a hacer una mueca de dolor.

– Me duele -admitió-. Pero está claro que ha encajado perfectamente.

– ¿Me dejas ver?

– Claro.

No había motivo para que no lo hiciera. No había motivo tampoco para que ella se ruborizase mientras él le aflojaba la bata del hospital y le examinaba la magulladura del hombro y el brazo con delicadeza.

– ¿Puedes moverlo completamente? -le preguntó mientras palpaba suavemente sin quitarle los ojos de la cara.

– Puedo, pero no quiero.

– No te culpo -sonrió él-. Dentro de un día o dos estará realmente bien. Puede que no tengas ganas de moverlo mucho, pero vivirás -declaró finalmente, tapándola con la sábana.

Era un gesto que hacía todos los días de su vida profesional, pero de repente ese gesto era muy, pero que muy diferente. Íntimo. Se puso de pie y descendió la vista hasta la chica en la cama, luchando por mantener la sonrisa.

– Puede que sientas ganas de vivir después de lo que has dormido -dijo finalmente, haciendo un esfuerzo por parecer normal y desprendiéndose de las extrañas sensaciones que sentía. Su sonrisa se hizo más profunda-. Quince horas seguidas no está nada mal.

– Creo que no he dormido nada desde que me enteré de que el abuelo había desaparecido -admitió, haciendo una mueca de pena-. Y dormir quince horas ahora, cuando tendría que estar allí afuera buscando al abuelo…

– No hay necesidad de que tú lo busques, Tess. La policía y los lugareños ya se ocupan de ello, y lo están haciendo a conciencia.

– Sin embargo, yo conozco la granja. Conozco los sitios a los que le encantaba ir.

Mike suspiró. Era duro. Terriblemente difícil. Pero dar una mala noticia a la familia era algo a lo que estaba acostumbrado.

– Tess, tu abuelo tiene problemas en la válvula mitral y fibrilación atrial -dijo con delicadeza-. Hace más de cuatro días que falta. Lo que yo supongo es que… El terreno de su granja es bastante quebrado y hay muchos sitios donde un cuerpo podría estar durante meses sin que lo encontrasen. Tu abuelo tiene ochenta y tres años. Si ha salido al desierto y tenido un ataque al corazón… lo que yo supongo es que es eso exactamente lo que ha sucedido. Su camioneta está en la casa, había dejado las cabras encerradas y a Doris a punto de parir. Si se hubiera ido de viaje, se habría ocupado de buscar quien cuidase de ellos.

– Ya lo sé -dijo Tess. Elevó la vista hacia él. Toda traza de su adorable sonrisa había desaparecido. Era obvio que estaba preocupada-. Lo que no sabía era que estaba enfermo del corazón.

– ¿Te has puesto en contacto con él últimamente? Me daba la impresión de que no estaba en contacto con su familia.