– Mi padre y él no se llevaban bien -dijo débilmente, mientras trataba de asimilar la información que Mike le había dado. Se dio la vuelta, miró por la ventana, luchando por recuperar la compostura y habló como si lo estuviese haciendo consigo misma-. Papá y el abuelo se pelearon y mi padre se fue a los Estados Unidos cuando tenía veinte años. Allí conoció a mi madre y se quedó. Se murió cuando yo tenía dieciséis, sin siquiera volver aquí.
– Lo siento.
– Mi padre siempre se opuso a que yo volviera, pero era un cabezota y… el caso es que era tan obcecado que me hizo preguntarme si el desacuerdo no sería culpa suya. Así que cuando murió… mi madre dijo que yo tenía que conocer mis raíces, así que me mandó para que me quedara. Pasé unas vacaciones de verano aquí con mi abuelo. Me quedé durante tres meses, al acabar la escuela.
Debió haber sido cuando él se había ido a estudiar medicina, pensó Mike, si no, la recordaría.
– Desde entonces, nos hemos mantenido en contacto -prosiguió Tess-. Yo le escribo con frecuencia y él también, y ahora lo llamo todos los sábados. Parece que cuanto más viejo se hace, más cerca nos sentimos el uno del otro. Es como si finalmente reconociera que necesita una familia. Bueno, el caso es que cuando no respondió al teléfono aunque llamé un montón de veces, me puse en contacto con la policía y me dijeron que había desaparecido. Así es que me vine.
Había ido. Había recorrido medio mundo para ocuparse de su abuelo. Vaya pedazo de nieta.
– Pero… no sabía que tenía problemas de corazón -dijo despacio-. No sé por qué no me lo ha dicho. ¿Es muy grave?
– Supongo que no ha querido preocuparte. Ha estado tomando digoxina y está mucho más controlado, pero si ha estado haciendo esfuerzos sin tomar sus medicinas y si se ha alejado demasiado de la casa… -dudó, pero no había forma de disfrazar la verdad o hacerla más digerible-. Ha llegado a tener un pulso de ciento veinte y sin la digoxina o aspirina… Mi esperanza es que llegado el momento el corazón haya dejado de latir tranquilamente y haya tenido un final rápido. Eso es lo que él hubiera querido.
– Sí, pero…
Pero… Pero ellos no lo sabían. No sabían si él se había muerto rápido. Ninguno de los dos mencionó la alternativa, pero el pensamiento del viejo sin ningún tipo de ayuda en medio del campo muriéndose lentamente flotó entre ellos como una nube negra.
– El sargento Morris y muchos lugareños han registrado la granja -le dijo Mike-. Yo también he estado allí. Hemos buscado en todos los sitios en que se nos ha ocurrido que puede estar y no hemos encontrado nada, Hemos dado voces, llamándolo. Si hubiese estado vivo, habría respondido. Puede que se encuentre en un sitio en que no hayamos buscado, pero nos tiene que haber oído.
– Si ha tenido un ataque al corazón, no. Si no puede emitir la voz, tampoco -se le quebró la voz y la desesperación la ahogó-. Mike, necesito mirar. Necesito ir a buscarlo yo. Hay sitios… un sitio en especial…
– ¿Sí? ¿Es un sitio que la policía habría encontrado?
– Pensé en él durante todo el viaje hacia aquí -dijo ella, negando con la cabeza-. El abuelo me lo mostró cuando estuve aquí y habló de él como si fuese un verdadero privilegio que me lo enseñase. Era su secreto. Es una cueva…
– ¿En las sierras?
– Sí. Recuerdo que estaba en el límite de la granja, donde las sierras comienzan a hacerse más escarpadas. No recuerdo mucho más. La verdad es que ni recuerdo en qué dirección era. No había forma de explicárselo a la policía por teléfono. Y cuando llegué a la granja anoche, pensé lo estúpido que era hacer semejante viaje sólo por una corazonada. Las cosas han cambiado y mi memoria me está jugando una mala pasada. Quizás… quizás no sea capaz de encontrarla o quizás ahora es accesible y alguien ya ha buscado allí. Pero he venido por ello. Quiero cerciorarme, hacer mi pequeña contribución a la búsqueda -suspiró y volvió a mirar tristemente por la ventana-. Sé que mi padre y el abuelo se peleaban mucho, pero el abuelo veía el mundo de una forma muy parecida a la mía -luego sonrió un segundo nada más-. Mi padre y yo también peleábamos mucho.
– No me digas. ¿Tu padre también era pelirrojo?
– Y un carácter que iba con él. Mi padre era capaz de decir las cosas más imperdonables. Y el abuelo era… es pelirrojo también.
– Comprendo -dijo él. Pero no comprendía nada. La miró confuso. Aquella extraordinaria mujer había recorrido medio mundo para buscar un abuelo que probablemente estuviese muerto. Tenía un buen trabajo en los Estados Unidos. ¿Habría hecho lo correcto?
– Cuento con el apoyo de mi madre -dijo Tess rápidamente-. Ella siempre se ha sentido mal porque mi padre no había vuelto a Australia. Me ha pagado la mitad del billete.
Mike se pasó la mano por el pelo mientras pensaba. Tess había hecho el viaje para buscar a su abuelo, pero la sola idea de que ella recorriese el desierto sola era impensable. E incluso si encontrase a su abuelo sola… pues, eso era más impensable todavía.
Finalmente Mike asintió, pasando las páginas de su agenda mentalmente. De acuerdo. Él y Strop podían hacerlo.
– Tess, tengo que hacer unas horas de trabajo ahora -le dijo-. Come y descansa un rato. Ted ha traído tu coche con tus cosas. El ordenanza te las traerá en cuanto pueda. Ponte ropa -miró los tacones de aguja cautamente-, y calzado cómodo. Volveré dentro de dos horas y te acompañaré a la granja.
– No es necesario que lo hagas… -comenzó a decir ella, pero él la detuvo alzando la mano.
El trabajo se le había acumulado, apenas había dormido dos horas después de atender un parto largo y difícil, pero imaginarse a Tess buscando sola y que se encontrase lo que él temía era insoportable.
– Quiero hacerlo, Tess -le dijo-. Así que déjame.
Chasqueó los dedos y Strop se levantó con dificultad y se bamboleó hacia él y se marcharon.
Si se hubiese quedado un segundo más en la habitación mirando esa cara, mitad triste, mitad asustada y llena de valor, no lo habría resistido y la habría estrechado en sus brazos.
¿Dónde había quedado su profesionalidad?
– Tendría que haber rehusado su oferta de ayuda -le dijo Tess a Bill Fetson dos minutos más tarde. El enfermero de guardia del hospital había ido a ver cómo se hallaba y se la había encontrado paseándose frente a la ventana-. Mike se pasó media noche con Doris y conmigo y ¿no dijo que tenía un parto después de que me trajo aquí? ¿Qué hace, ofreciéndose a pasar horas esta tarde buscando a alguien que cree muerto?
– Le tiene cariño a su abuelo.
– Supongo…
Bill miró las emociones reflejadas en la cara de la joven, que indicaban su confusión. Era comprensible. Mike era un médico guapísimo, con una sonrisa que derretiría a cualquier chica, un perro adorable y una presencia que volvía locas a las enfermeras de Bill.
Pero aquella chica era diferente. A Bill se le ocurrió una idea. Bueno, bueno, bueno…
– ¿Le gustaría recorrer el hospital? -preguntó inocentemente. Estaba ocupado, pero algo le decía que tenía que conocer a aquella chica.
Tess se duchó y se vistió, luego exploró el pequeño hospital.
Tenía quince camas, ocho de internación y siete para casos graves. Era un pequeño hospital del desierto: eficiente, escrupulosamente limpio y era obvio que lo dirigían fantásticamente. Era casi nuevo y el hombre que se presentó como Enfermero Jefe se lo enseñó con placer.
– Todo es gracias al doctor Mike -dijo Bill Fetson con evidente orgullo mientras le mostraba a Tess el pequeño quirófano, que la dejó boquiabierta. Aquellas instalaciones eran más propias de un hospital escuela de una gran ciudad.
– Mike utilizó con los políticos todos los medios legales, y apuesto que algunos ilegales también, para conseguir este lugar, y prácticamente empujó a la comunidad para que consiguiera los fondos. Ahora tenemos este hospital. El valle nunca había tenido un servicio médico como éste.