– ¡Oh, Mike! ¡Tiene un aspecto terrible!
Pero Tessa no tenía intenciones de desmayarse. Inspiró profundamente y enseguida pasó de ser la nieta asustada a médico competente. El hecho de que aquél era su adorado abuelo fue rápidamente dejado de lado. Henry era un paciente de urgencias que se moría en sus manos.
– ¿Qué crees?
– Está deshidratado -respondió Mike secamente-. Vasta con mirarle los labios… si lleva cuatro días sin agua… Todo lo demás puede esperar, Tess, pero tenemos que meterle líquido como sea.
– De acuerdo -ya estaba en marcha, buscando gasa y tubos y jeringa en la mochila de Mike. Se lo alcanzó a la débil luz de la linterna.
Mike tenía todo lo que necesitaban en la mochila y Tessa lo encontró, lo preparó y se lo fue alcanzando cuando lo necesitaba como si hubiesen estado en una sala de urgencias totalmente equipada en vez de hallarse en cuclillas en el suelo de una cueva mal iluminada. Dos minutos más tarde lo habían intubado y le estaban dando el suero fisiológico. Mike puso el goteo al máximo y, tomando el estetoscopio que Tess le alargaba, lo acercó al pecho de Henry y finalmente se sentó en los talones y la miró.
– Tenemos una infección de grandes proporciones en el pecho, y no es extraño, considerando que lleva tanto tiempo sin atención -le dijo-. Hay un teléfono móvil en la bolsa, Tess. Pásamelo y pediremos auxilio. Los chicos de la ambulancia traerán una camilla y lo sacaremos.
– Si no es demasiado tarde… -como habían terminado de hacer todo lo que se podía hacer por él, fue como si se hubiese abierto la puerta para dejar pasar a los parientes. La doctora Westcott se convirtió nuevamente en sólo la atemorizada Tess. En su rostro se reflejó el miedo-. Abuelo, ni te atrevas a morirte ahora que estamos tan cerca de…
– No pierdas las esperanzas, Tess -dijo Mike, alargando una mano y estrechándole la suya con firmeza-. Está vivo, y eso es más de lo que esperábamos. Ha sucedido un milagro. Veamos si podemos hacer otro ahora -le dirigió una sonrisa tensa y cansada antes de llamar por teléfono.
Tess se sentó y lo escuchó ladrar órdenes a través del teléfono a gente desconocida del otro lado, acariciando la cara de su abuelo mientras esperaba. Había estado todo ese tiempo solo. Le tomó la yerma mano, tratando de infundirle vida a través de las venas. A su lado, Strop metió el hocico y le lamió la otra mano. Tess se relajó un poco, como si esa lametada fuese lo más reconfortante del mundo.
– Abuelo… estoy aquí, abuelo -titubeó ella-. Soy Tessa. He vuelto a casa.
Mike no le quitaba los ojos de encima mientras hablaba por teléfono. Casa… sonaba bien.
¡Qué idea más tonta! Ésa no era la casa de Tessa. Ella no tenía vida allí, y no sabía por qué esa idea lo alteraba tanto. Tessa no tenía nada que ver con el valle, nada que ver con él.
Abrió la boca para hablar, pero al hacerlo vio cómo los ojos de Tess se abrían mientras miraba a Henry. Miró y vio cómo un músculo se movía casi imperceptiblemente en el rabillo del ojo derecho de Henry.
– Abuelo… -dijo ella, acercándose a él y Mike se quedó mirando, incapaz de creer lo que había visto. Dejó caer el teléfono. No eran imaginaciones suyas, también Tess había visto el movimiento. Le tomó la otra mano a Henry.
– Henry, soy Mike Llewellyn -le lanzó una mirada incierta a Tessa, sin saber cómo ella reaccionaba y luego fijó toda su concentración en Henry-. Soy el doctor Llewellyn. Está a salvo, Henry, y su nieta está aquí también. Tessa ha venido desde los Estados Unidos a encontrarlo. Llevábamos días buscándolo, pero sólo ella sabía dónde estaba la cueva. Ahora nos quedaremos con usted hasta que lo podamos llevar en una camilla al hospital. Está totalmente a salvo.
El ojo derecho de Henry se abrió con un parpadeo y los vio.
Su mirada fue de Tess a Mike y luego de vuelta a Tess. Estaba claro que enfocar era un esfuerzo tremendo. Se lo notaba confundido. Su ojo izquierdo continuó cerrado, pero la mano que Tess sujetaba tembló convulsivamente.
Sus labios se movieron levemente y Tess se inclinó a escuchar.
– Tess…
Los ojos de Tess se llenaron de lágrimas.
– Soy yo, abuelo -murmuró-. Estamos aquí. Mike y yo estamos aquí.
Mike y yo. Sonaba bien. Inspiraba confianza, incluso a Mike.
– No te preocupes, abuelo -le dijo ella-. Enseguida te llevaremos al hospital.
– Que… quédate.
– Te lo prometo -dijo ella.
Era un juramento y, de repente, al oírselo decir, Mike supo que el juramento que hacía no era en vano. Se quedaría.
– Me ocuparé de que se quede, señor Westcott -dijo suavemente-. No se preocupe por ello.
¿Por qué diablos habría dicho aquello?
– Es fabulosa.
– Sí.
No había duda de quién hablaban. Eran las seis de la mañana y Mike había logrado dormir un par de horas escasas con una interrupción a las dos de la mañana por un niño con una infección bronquial y a las cinco para cambiar una sonda. A las seis se había ido a la cocina a tomar un café bien cargado. Hacía unos minutos que Bill había llegado y se estaba comiendo un plato de avena con leche.
– ¿Se quedará? -preguntó Bill.
– ¿Qué quieres decir, si se quedará? Supongo que se quedará hasta que Henry decida si va a vivir o no.
– Pero, ¿vivirá? -se había enterado del hallazgo de Henry al llegar al hospital. Aunque fuera antes del amanecer, seguro que la noticia ya había recorrido el valle entero.
– Quizás.
– Pero ¿quizás no?
– Todavía no sé la gravedad del derrame cerebral -dijo Mike-. Primero tendremos que rehidratarlo, meterle antibióticos en vena para que le baje la infección del pecho y recuperarlo. Las ha pasado canutas.
– Tiene un aspecto terrible.
– ¿Lo has visto?
– Me asomé por la puerta de su habitación cuando llegué.
– ¿Están sus constantes bien? Se estaba estabilizando cuando lo dejé a medianoche y nadie me ha llamado para decirme que hay problemas. ¿No ha habido cambios?
– Tessa está contenta con ellos.
– Tessa… -repitió Mike, mirándolo- Tessa está dormida. Le encargué a Hannah que se ocupase de él.
– Tessa lo está velando -dijo Bill con calma-. Hannah está con Billy y su infección. Menudo trabajo ha dado Billy al personal de la noche. Tessa le dijo a Hannah que no la necesitaba porque ella cuidaría de su abuelo.
– Pero yo le dije a Tessa que se fuese a la cama.
– No parece el tipo de chica que obedezca órdenes -dijo Bill, con una ligera sonrisa-, al menos si no está de acuerdo con ellas.
– Está exhausta. Es una estupidez.
– ¿Está tan cansada como tú, entonces?
– Yo no estoy cansado.
– Conque no, ¿eh? -dijo Bill, echándose atrás y cruzándose de brazos-. Has dormido un promedio de… déjame ver… más o menos cuatro horas por noche estas dos últimas semanas. Y dices que no estás cansado.
– Yo me las puedo arreglar.
– Pero Tessa Westcott es también médico -dijo Bill, con sus ojos calmos pero inteligentemente reflexivos-. ¿Sabes?, si hay algo que necesitamos por aquí, es otro doctor.
– No necesitamos a Tessa.
– Mike, aceptaríamos a Doris, la cerda, si tuviera un título de médico -dijo Bill sin andarse con chiquitas-. Y tu Tessa tiene un título médico. Mike, muchacho, tienes una obligación que cumplir.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que tú tienes suficiente atractivo como para conquistar a un harén entero de Tessas -dijo Bill, levantando una mano para silenciar la protesta de Mike-. Sabes bien que todas las mujeres de la comarca están locas por ti, desde las viejecitas que vienen en tropel a hacerse poner la vacuna contra la gripe, hasta mis enfermeras. Pero es obvio que te has estado reservando para alguien especial. Y me parece que la dama para la que te estabas reservando acaba de entrar en tu órbita.