– ¡Me estás tomando el pelo!
– ¿Crees que bromearía con algo tan serio como conseguirte una novia? -preguntó Bill. Sonrió y levantó un dedo de la mano- Escucha al tío Bill, muchacho. Uno, la dama es muy atractiva. Hasta yo me doy cuenta de ello, con lo que quiero a mi Barbara. Dos, tiene diploma de médico. Tres, necesita quedarse en el valle. Lo único que tienes que hacer es mantener a Henry vivo para que requiera a su familia. Y cuatro -dijo mientras Mike se levantaba para dirigirse a la puerta-, necesitas casarte, Mike Llewellyn. Necesitas una mujer, unos niños y una hipoteca como el resto de nosotros.
Y mientras Mike salía dando un portazo, Bill esbozó una gran sonrisa, porque Mike no tenía aspecto de enfadado, sino más bien confuso.
¡Diablos! ¿Habría algo entre los dos en realidad?
– ¿Me daría otro plato de avena, señora Thompson? -le pidió Bill a la cocinera- Tomaría champán si pudiese, pero tendré que contentarme con avena. ¡Créalo o no, puede ser que el doctor Mike esté seriamente interesado en algo más que el trabajo!
El doctor Mike no estaba seriamente interesado. ¿O sí?
Normalmente su concentración era total cuando trabajaba. Sin embargo, esa mañana sus pacientes se dieron cuenta de que había algo distinto. Era igual de atento, pero tenía un cierto aire de confusión.
– ¿Te preocupa Henry Westcott? -le preguntó Sandra Lessing, que había dado a luz la misma noche que Doris. Se hallaba incorporada en la cama amamantando a su bebé y, como todos los pacientes del hospital, estaba fascinada por la noticia del hallazgo de Henry.
– Supongo que sí. No sé, Sandra. Aún no se puede saber la gravedad de su estado.
– Tuvo mucha suerte. De no ser por su nieta… -dijo Sandra, mirando a Mike con una chispa en los ojos-. Es fantástica, ¿verdad? Bill me la presentó cuando le estaba mostrando el hospital ayer. Es encantadora.
– Sí -dijo Mike, pero no quería pensar en lo encantadora que era Tessa. Necesitaba concentrarse en su trabajo-. Sandra, ¿puedes poner al niño en la cuna para que te haga la revisión?
– Por supuesto. Ya ha acabado de comer y sólo le gusta que lo mimen -le dio un beso al bebé en la frente al ponerlo en la cuna-. Ya sé. ¿Qué tal si organizo una cena cuando vuelva a casa? Puede ser una cena para agradecerte a ti por el nacimiento de Toby y darle la bienvenida a Tessa a la vez. ¿Qué te parece?
– Si todo sale bien, Henry estará reponiéndose y Tess ya se habrá ido a los Estados Unidos cuando tú vuelvas a casa -dijo Mike escuetamente.
– Si el valle puede hacer algo, no -sonrió Sandra ampliamente-. El valle entero está hablando de Tessa Westcott, y el valle entero piensa que podría ser algo realmente bueno.
– Sandra…
– Trabajaremos en ello -dijo ella plácidamente-. Danos tiempo. ¡Con un día o dos, nos basta!
Para cuando Mike llegó a la pequeña habitación que usaba de Unidad de Cuidados Intensivos, sentía que no quería entrar. El hospital al completo, tanto los pacientes como el personal, había comenzado a hacerse ideas sobre Tessa Westcott, lo cual no le gustaba nada. Su alegre sonrisa habitual había desaparecido y se aproximaba a la UCI con cierta incomodidad.
¿Qué les pasaba a todos? Era cierto que Tessa era una mujer diferente y también que el valle necesitaba otro médico, pero Tessa vivía en los Estados Unidos, ¡por el amor de Dios! Se quedaría, a lo sumo, una semana.
A pesar de su lógico razonamiento, el corazón le dio un vuelco al abrir la puerta de Henry.
Tess dormitaba con la cabeza apoyada en la cabecera de la cama de su abuelo. Su maravilloso cabello era un halo de fuego contra la sábana blanca. Llevaba la misma ropa que cuando habían ido a buscar a Henry.
No había sido fácil sacarlo de la cueva. Los chicos de la ambulancia habían tenido que ir campo traviesa hasta encontrarlos y, además, eran sólo dos. Pero Mike no había querido esperar refuerzos, ya que quería oxígeno y equipo rápido. Y, como llevar la camilla por terreno agreste era muy arriesgado, habían acabado llevándola entre los cuatro.
– Yo puedo hacerlo -dijo ella cuando dijeron que esperarían ayuda-. Es mi abuelo, soy fuerte como un toro y no necesito usar mi brazo malo. Callaos y llevémoslo a un lugar seguro.
Le debió de haber dolido un montón, pero no quiso escuchar sus protestas y fueron los chicos de la ambulancia los que decretaron que se detendrían a descansar cada cien metros más o menos, no Tessa.
Ella tenía una voluntad de hierro. Si había que hacer algo, Tess Westcott iba y lo hacía.
Desde donde la miraba, parecía una niña de catorce años. ¡Diablos! Era sólo una mujer y él tenía que recordar su juramento.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo.
Tenía trabajo que hacer allí, así que manos a la obra.
Dio un paso adelante y le puso una mano en el hombro. Los ojos de Tessa se abrieron llenos de pánico y se había incorporado antes de darse cuenta de que él sonreía.
– No pasa nada, Tess. No hay motivo de alarma -levantó el gráfico de observación y lo observó mientras ella recobraba la compostura-. Esto tiene un aspecto fenomenal -le dijo-. No quería molestarte, pero quería hablar contigo antes de comenzar el trabajo del día.
Ella parpadeó, se frotó los ojos y miró el reloj. Eran las siete de la mañana.
– Ya he hecho la visita matinal -continuó él y le sonrió. La sensación de intimidad se intensificó. Era como si se hubiesen conocido en otra vida-. Los pacientes de este hospital están acostumbrados a que sea pronto -dijo, intentando mantener la voz firme-. Os he dejado a vosotros hasta el final.
– ¡Hasta el final! -exclamó ella, haciendo un gesto de desagrado- Caramba, doctor Llewellyn. Si esta es una visita tardía, recuérdame que no me interne nunca en este hospital. Me gusta dormir.
– Pensé que me lo agradecerías -dijo, mientras su sonrisa se hacía más amplia-. Ahora puedes hacer lo que hacen todos mis pacientes -le dijo amablemente-. Disfrutan del coro de la aurora, desayunan, y luego se vuelven a dormir. Eso quiere decir volver a meterse en cama. Allí es donde deberías estar tú. Sabes que cuidaremos a Henry, Tess. Está profundamente dormido, se está rehidratando perfectamente con el suero y el antibiótico tendría que comenzar a dar resultados en estas doce horas. Está mejorando minuto a minuto. Lo único que necesita es seguir durmiendo.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Que una vez que sus fluidos se estabilicen y se haya recuperado del cansancio y controlemos la infección de su pecho, creo que se recuperará totalmente. Que lograse decir tu nombre anoche a pesar de la hemiplejia es asombroso. Y aunque no haya hablado desde entonces, sus músculos han de estar operativos. Eso es todo lo que quería decirte, doctora Westcott. Así que no quiero caras tristes que asusten a Henry y le causen otro colapso.
– No tengo la cara triste -dijo ella, sin poder evitarlo, y él sonrió.
– Quizás tengas razón -asintió él-. Lo cierto es que no es triste en absoluto -dijo sonriéndole, y Tess sintió que se ruborizaba bajo su escrutinio-, pero un poco atemorizada por el futuro de tu abuelo.
– Corre riesgo de otro ataque, Mike, ¿no? -preguntó ella, aunque no era necesario, sabía las probabilidades.
– Sí -dijo él bruscamente. No valía la pena tratar de dar falsas esperanzas-. Pero con el tratamiento que le estamos dando ahora, lo dudo. Creo que su debilidad se debe más a haber estado tanto tiempo sin atención que al ataque de apoplejía en sí. Creo que con una buena rehabilitación, podrá volver a su querida granja. Entre los dos hemos hecho un buen trabajo.
– Supongo que sí…
– Te digo, Tess, que no habrá una parálisis grave -le dijo suavemente y le cubrió la mano con la suya. Era una acción inconsciente que hacía con muchos pacientes, pero de repente se dio cuenta del contacto y sintió la unión de sus manos, pero no la soltó.